El proyecto populista que amenaza a Colombia arremete de nuevo contra nuestra democracia. Esto está ocurriendo, no solo en la voz propia de quien se asume como un mesías desde la izquierda radical, sino en otras voces que desde distintos escenarios atacan sin tregua los pilares de nuestro orden político y social. En los últimos días, hemos observado que estos actores de manera irresponsable buscan culpar al Estado de los crímenes cometidos por grupos narcoterroristas y delincuentes comunes, en paralelo que han justificado toda la vida la ausencia de verdad y reparación por parte de criminales de lesa humanidad. Una inconsistencia que manipula el dolor de las víctimas y busca socavar la legitimidad del poder político para conquistarlo a toda costa.
Mientras atacan al Estado y a las Fuerzas militares con constantes infamias, buscan romantizar el legado de guerrillas como el M-19 (cuyas banderas ondean en las manifestaciones que llaman al caos) o el actuar de las FARC, negando sus actos de criminalidad, disculpando su prontuario delictivo bajo lo que han denominado la “búsqueda constante de la paz”.
El populismo ha emprendido una labor sin tregua por cambiarnos la historia, por reescribirla y mancillar, por ejemplo, el trabajo incansable de los héroes de la patria. En esta cruzada demencial, han procurado con todos los medios posibles, manchar la imagen del hombre que le devolvió la libertad al país, promoviendo nuevos imaginarios colectivos donde todo aquel que defienda la seguridad, la propiedad privada y el desarrollo económico lo tildan de paramilitar. Mientras tanto, ese discurso antisistema y revolucionario va recibiendo el respaldo de algunos sectores de la gran prensa, las bodegas en redes sociales y hasta en los estrados judiciales, desde donde le lavan la cara a quienes si azotaron con balas y terror a nuestros compatriotas.
Con tristeza he tenido que escuchar frases como “debemos al M-19 la constitución del 91” o “la guerrilla atentó contra El Nogal porque era centro de reuniones de los paracos”, entre otras afrentas a la verdad y a la historia de la nación que tanto ha sufrido a causa de los grupos terroristas. Con dolor de patria vemos cómo cada vez más desde diferentes sectores se pregona la permisividad y la asonada en defensa del delincuente, mientras se humilla y ataques sistemáticamente a nuestra Policía, Ejército y demás Fuerzas Militares.
Pero el discurso del odio no sólo se ha enfilado contra los uniformados, también se ha hecho contra la empresa privada y el sector productivo de nuestro país, a quienes han pretendido caricaturizar como opresores y enemigos del pueblo, negando su papel fundamental en el desarrollo económico y social del país, así como en la lucha contra la pobreza. El populismo no cesará, pues estos ataques contra los bastiones democráticos, por el contrario, recrudecerán para atizar el fuego del odio y la lucha de clases, de cara al 2022.
Nuestra democracia está bajo amenaza y somos todos nosotros los llamados a defenderla, a reivindicar la verdad y a no permitir que nos reescriban la historia y nos impongan un futuro nefasto. Quienes vivimos los horrores cometidos por los grupos al margen de la ley estamos en la obligación moral de no aceptar que nos convirtamos en una nación sin memoria y que nos lleven directo al despeñadero. Parémosle-Bolas al 2022.
Publicado: agosto 31 de 2020
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