En un comunicado, doña Lina Moreno escribió: “Los magistrados son seres humanos”. La frase, en apariencia simple, es de enorme trascendencia y cuestiona los ánimos: ¿actuamos con la razón o con la emoción? Muchas veces una decisión es meramente emocional, primitiva, y nace en las estructuras profundas del cerebro que se conocen como el sistema límbico. Por ejemplo, una emoción negativa como lo es el miedo le permitió al ser humano evolucionar como especie. La razón, más elaborada, se origina en la corteza cerebral, especialmente en el lóbulo frontal donde radican la capacidad ejecutiva, el juicio, el análisis, la disertación y la decisión. Pero sin duda son los dos elementos articulados en el ser indivisible, razón y emoción, los que cocinan las decisiones.
Ahora bien: ¿cuán libre es la persona para tomar una decisión? Para empezar, habría que aproximarse al ambiente dentro del cual se desarrolló su cerebro en su infancia: ¿fue de carencia nutricional y afectiva; de abandono, de violencia? ¿qué tipo de educación recibió? Porque ello sí que modifica de manera importante los genes, y es materia de estudio de lo que se conoce hoy como “epigenética”. Hay un ADN rector y un ambiente que lo va moldeando para individualizar a cada ciudadano.
Los magistrados a los que se refería doña Lina determinan si una persona es culpable o inocente, por su conducta, y esa declaratoria repercute con enorme resonancia en la sociedad. La mente del jurista es compleja, pero bien vale la pena tratar de entenderla. Para ser clara, necesita como mínimo de un sistema nervioso sano, una formación académica de calidad, y un profundo conocimiento de las leyes que le permitan desenvolverse con idoneidad en el conjunto de los factores externos que marcan la determinación individual, como las presiones mediáticas, las amenazas, y otros. O, peor aún, el miedo. Porque cuando se apodera de ellos, los administradores de justicia son susceptibles de confeccionar fábulas e historias de cuyas páginas en el momento decisorio salta, desde la amígdala del lóbulo temporal a la corteza cerebral, la furia en forma de pantera determinante para condicionar su dictamen. Hay clara relación entre emoción, justicia y toma de decisiones. La comunidad reacciona ante lo que considera que es justo e injusto. El aparato judicial nuestro debe saber que, desde el punto de vista neurobiológico, los lazos de confianza se crean de esta forma. Por eso se entiende cómo en las encuestas la justicia en Colombia prácticamente no tiene credibilidad. Cero confianza en ella.
El estado anímico de cada juez también determina con frecuencia sus declaraciones. Se sabe que la inocencia y la culpabilidad en muchos dictámenes guardan relación con los niveles de azúcar en la sangre del juez. Se han reportado múltiples estudios de jueces y sus decisiones relacionados con descanso, ingesta de alimentos y resoluciones judiciales. Definitivamente las decisiones cambian después del descanso. En otras palabras, el metabolismo del cerebro es parte esencial en la toma de decisiones de todas las actividades de la vida. Con razón hay quienes dicen que “La justicia es lo que el juez comió en el desayuno”.
Basta de rodeos para llegar al apasionante tema del libre albedrío. ¿Son propias nuestras decisiones o simplemente se cumplen, como en la película The Adjustment bureau, por una sentencia previamente diseñada? Es la pregunta que desde las neurociencias se hace y que corresponde al área de la neurofilosofía. ¿Existe el libre albedrío en la decisión? ¿Es posible elegir libremente? Hoy sabemos por imágenes que antes del acto motor voluntario, ya nuestro cerebro lo había ejecutado. Libre albedrío es la habilidad de elegir una alternativa en forma consciente.
Tales conclusiones se han obtenido en neurociencias mediante juegos y el sentido de justicia, bien consignado en el juego del ultimátum. Es menester entender que las condiciones sociales de los países determinan las respuestas, y esa es la razón por la cual los modelos de muestras en naciones denominadas igualitarias arrojan respuestas significativamente distintas cuando se replican en Latinoamérica. Las decisiones les son fieles a la edad, el desarrollo infantil, la educación, la tendencia religiosa o política, la formación moral, las experiencias previas, etcétera. En este contexto hay que cuestionarse: ¿hasta qué punto la decisión obedeció a la narrativa de emociones corrosivas?
Existe una clave que determina y modifica el libre albedrío. Los sesgos (que son de diversa índole), o el prejuicio inherente. El experimento del Club es prototipo. A varios jueces se les presentó un caso hipotético en el que un club nocturno ficticio había violado una directriz sobre ruidos. Los hechos y las circunstancias eran idénticos. A la mitad de los jueces se le dijo que el nombre del establecimiento era Club 55, y a la otra mitad, que era Club 11866. Pues resulta que a este último club, los jueces le impusieron una multa tres veces más alta que al primero. La razón: su nombre representa una cifra más alta.
Otro experimento se relacionó con el número de años de condena que debían cumplir dos convictos (uno o nueve años). A los jueces que se les dio primero el caso hipotético del hombre al que tendrían que darle nueve años de cárcel, eso fue lo que le dieron. Pero al segundo le dieron tres años, porque uno les pareció poco (en comparación con el de nueve). Cuando a otros jueces se les presentaron los dos casos al contrario, es decir, que juzgaron primero al que tenían que darle un año, al segundo lo condenaron a seis años, pues nueve les pareció mucho.
Los sesgos de los jueces son hechos irrefutables; las emociones intervienen en sus decisiones. Son seres humanos y la toga negra no viene en versión blindada a prueba de ellos. El mundo académico ha estado preocupado por esta distorsión de la pureza en los veredictos, y hasta se han creado escuelas (como la llamada “de pequeños jueces” en la Universidad de Vanderbilt), para que los togados concienticen sus emociones, conozcan sus prejuicios y aprendan que a los sesgos -propios del ser humano- hay que mantenerlos alejados de sus dictámenes.
Cinco personas y sus propios lóbulos frontales tomaron una decisión unánime. ¿Formalidad de cuerpo? Cada corteza prefrontal de los jueces y sus propios circuitos tuvieron idénticos mensajes y los mismos neurotransmisores químicos. ¿Vía mesolímbica (encargada de la respuesta de la conducta) calcada? Poco probable. La respuesta de los mellizos ante los estímulos es diferente a pesar de tener en común la mitad de sus genes. Más aun, los gemelos educados en entornos diferentes, con el mismo ADN, responden de distinta forma. Cada cerebro es único y, por simple apreciación epigenética no se puede aceptar, desde el punto de vista neurobiológico, unanimismo en este tipo de determinaciones.
Publicado: agosto 27 de 2020
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