Contrario a lo que quisiéramos, cada día que transcurre la situación sanitaria, social y económica del país se agrava. Al momento de escribir estas líneas, los fallecidos en el mundo ya son más de 600.000 y en Colombia de 6.000; y lo peor, es que aún no se advierte que esté cercano el punto de inflexión de la curva de contagio y en consecuencia de muerte.
Colombia ya ocupa el puesto 19 en la lista de países más afectados a pesar de que tuvimos más de dos meses para prevenir el virus o al menos para atenuar sus estragos, empero las decisiones anticipadas del Gobierno.
La indisciplina de unos y la necesidad apremiante de otros de obtener ingresos para sobrevivir, poco han contribuido a detener el aumento gradual y sostenido en la propagación de la epidemia.
Es claro qué la pandemia se ensaña y golpea con mayor rudeza a la población más pobre, necesitada y vulnerable, y que la falta de educación contribuye a su propagación. El contagio del virus es inversamente proporcional al nivel de educación de la población.
También es claro, qué la educación persuasiva en procreación responsable y planificación familiar en los sectores más pobres, es una asignatura aplazada en Colombia, y qué mientras sigan naciendo niños sin posibilidades ciertas de salud, manutención y educación, aumentarán los riesgos ante las contingencias, y en últimas, se mantendrá la miseria, la morbilidad y la violencia, y nunca habrá desarrollo integral y armónico en nuestra patria.
Los sistemas de educación persuasiva en materia de planificación familiar son soporte y sustento de las sociedades civilizadas. Por eso, y para poder asegurar una vida activa, productiva y sana de la población futura, es necesario que cada ciudadano evalúe anticipadamente las responsabilidades, las obligaciones y los riesgos que conlleva la procreación en relación con su capacidad económica e ingresos presentes y futuros.
Las estadísticas promulgadas por la UNESCO en los Informes de Seguimiento de la Educación en el Mundo evidencian, qué el nivel de educación de los padres contribuye al mejoramiento de los índices de nutrición de los niños, lo que los hace más resistentes a las enfermedades y patologías. También evidencian, qué para asegurar un futuro promisorio para las nuevas generaciones, los progenitores deben proveer a los niños adecuada cobertura en salud y educación, y de no hacerlo, más que felicidad, traerán dificultades y probable frustración y desesperanza para sus hijos.
La educación es de por sí, un elemento catalizador de los riegos sanitarios. No en vano, la Declaración de Incheon de 2015 corrobora, que la educación desarrolla las competencias, los valores y las actitudes para que los ciudadanos gocen de una vida saludable, tomen decisiones inteligentes, acertadas o al menos aceptables, y, enfrenten y afronten con mayor seguridad los problemas y los retos que plantea la existencia humana.
Debería ser compromiso prioritario de los gobernantes y de las sociedades de los países en desarrollo, brindar apoyo decidido a los programas de educación que estimulen la procreación responsable y la planificación familiar, para asegurar la manutención, la salud y la educación de los nuevos habitantes del planeta.
Por eso resulta incomprensible, qué en los sectores de población con menor grado de educación y mayor grado de pobreza, la tasa de natalidad supere con creces la de los sectores que han tenido el privilegio de la educación y disponen de cobertura en salud.
Federico de Amberes dijo: «El origen de la causa es causa de lo causado, y de poco sirve dedicarnos a combatir los efectos de los problemas y no el origen de ellos«. Luego agregó: «No hay mayor debilidad humana y causa de pobreza, violencia y exterminio, que la falta de educación«
Siendo la disciplina un componente básico de la educación, no debemos dejar de insistir y persistir en el aislamiento preventivo inteligente, en el distanciamiento social y en el cumplimiento de los protocolos de uso de tapabocas y lavado periódico de manos, ya que son la única vacuna de la cual disponemos para evitar el contagio.
Nunca me ha gustado la expresión «victorias tempranas«, por asociarla a triunfos prematuros, pírricos, intrascendentes y fugaces, como es ganar batallas, pero no la guerra. Pero ante la inseguridad, la incertidumbre y la zozobra que nos invade con la propagación del virus, me ha empezado a simpatizar esta expresión optimista, quizás, por servir de atenuante a la angustia y de paliativo a la desesperanza, y también, porque me evoca viejos textos épicos de diarios de guerra de tiempos bien idos, que hoy se escribirían así:
«Por habernos mantenido atrincherados, hay miles de trillones de coronavirus muertos en el campo de batalla por no haber logrado encontrar un nuevo ciudadano para contagiar y asesinar. Debemos saber que el enemigo también ha sufrido bajas, y que, si mantenemos la estrategia de aislarlo, eludirlo y evitarlo, es probable que pronto fenezca o se rinda. Debemos mantener la disciplina, la cohesión, el orden y la moral en alto para ganar la guerra. Mantengámonos unidos, disciplinados y a la defensiva para repeler al adversario. Es tiempo de luchar y ganar; no es tiempo de sucumbir. Es tiempo de confiar en Dios, en la Ciencia y en los buenos gobernantes.”
Ojalá que todos actuemos con disciplina y responsabilidad, nos mantengamos aislados pero unidos por el hilo invisible e indestructible de la solidaridad, y que no olvidemos, qué para reducir la pobreza, la morbilidad y la violencia, debemos trabajar en favor de un audaz programa de educación persuasiva para la procreación responsable y la planificación familiar en los sectores más vulnerables.
Ya es tiempo, qué en los países más pobres, la educación sustituya la irresponsabilidad en el libre ejercicio del derecho a la reproducción humana, y de no ser así, no habrá esperanza de progreso.
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*Rafael Rodríguez-Jaraba. Abogado Esp. Mg. Consultor Jurídico, Asesor Corporativo y Litigante. Conjuez. Árbitro. Profesor Universitario. Miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.
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