¿Por qué pagamos impuestos?, ¿Para qué calentamos los alimentos?, ¿Cómo funciona una tostadora?, ¿Qué es un átomo?, ¿A qué temperatura hierve el agua?, ¿Qué es internet?, ¿Por qué existen los gobiernos?, ¿A qué velocidad viaja la luz, y a qué velocidad el sonido? Son preguntas que a simple vista se ven muy obvias, algunas solo requieren de algún dato de cultura general, pero si nos sentamos detenidamente a responderlas una por una, tendremos varios problemas que resolver para llegar a la respuesta adecuada. Este ejercicio es simplemente una demostración de que nada es obvio, como dice Thomas Sowell “No importa que tan inteligente seas si no te detienes a pensar”.
En estos momentos de economía de guerra, quisiera ahondar en la primera pregunta: ¿Por qué pagamos impuestos?, pagamos impuestos para financiar los gastos del Estado, para redistribuir la riqueza y como obligación legal. Siempre he sido un convencido de la inversión privada como motor del bienestar ciudadano, por eso me parece inaudito que una empresa formal pueda llegar a pagar hasta el 70% de sus utilidades en impuestos, ahuyentando inversionistas y recortando la capacidad de crecimiento y por ende el empleo.
Sin embargo, una crisis como está nos demuestra la importancia de tener un gobierno fuerte en materia fiscal que pueda robustecer el sistema de salud, tener trabajadores esenciales disponibles ante cualquier emergencia, financiar nóminas y evitar el hambre de los más vulnerables. Ninguna otra organización filantrópica o privada tiene la capacidad administrativa ni los recursos para enfrentar una crisis de tal magnitud, de hecho, hasta el banco central que tiene en su poder la capacidad de imprimir nuestra moneda, está ante una paradoja compleja, salvar la crisis y endeudar el país durante muchas generaciones o ser ortodoxos y tener resiliencia antes los estragos económicos que pueda dejar la COVID-19.
Lo cierto es que para mantener nuestro Estado se deben pagar impuestos, cabe resaltar que antes de esta pandemia solo se recaudaba el 14% del PIB anual en Colombia, mientras que en promedio los países de la OCDE recaudan el 34%, Francia el 48% y Estados Unidos el 26%, todos con economías capitalistas.
Ante la nueva coyuntura, el ministro de Hacienda ha dicho que se debe hacer una reforma tributaria para recuperar parte del hueco que va a quedar en una crisis con tiempo indefinido, pero con un PIB cayendo entre el cinco y el diez por ciento, las fuentes de esos nuevos recursos van a recaer sobre las mismas empresas formales y ahogaran aún más la inversión asfixiada (cabe resaltar la reducción del impuesto de renta en la Ley de Financiamiento, un gran acierto de este gobierno). Van a recaer sobre esas empresas porque son pocas y más fáciles de fiscalizar, gran parte de la economía de Colombia es informal porque crear empresa en muchos territorios es casi utópico, (véase columna del expresidente de Corona, Carlos Enrique Moreno). Es decir, necesitamos más leche, pero nos faltan vacas porque ya hemos ordeñado las que tenemos.
Por ende, está reforma no debe ser tributaria sino fiscal. Se debe financiar el mayor gasto en sistemas de salud (personal y UCI), gastos cruciales para proteger vidas, proteger los ingresos de los hogares vulnerables y apoyar a pequeñas empresas reduciendo gastos innecesarios. El recorte burocrático y la formalización de empresas con reducción de trámites deben ser el corazón de esta reforma, no el aumento de las tarifas. También, se debe limitar la posibilidad de elusión y penalizar la evasión de impuestos, estas si son medidas efectivas contra los que le hacen trampa al fisco, es decir, a todos y a ellos mismos.
Aunque muchos economistas han coincidido que la recuperación económica será en forma de rebote V, los retos en Latinoamérica son enormes, parafraseando a la directora del FMI “Primero, en salud, con baja capacidad en términos de camas hospitalarias en UCI y baja capacidad de prueba y rastreo. En segundo lugar, altos niveles de informalidad puesto que los trabajadores informales carecen de una red de seguridad financiera y viven en hacinamiento. En tercer lugar, la caída de la demanda en el turismo y el colapso del precio del petróleo se sumaron al estrés económico. En cuarto lugar, a medida que disminuyó el apetito por el riesgo, algunos países con la alta deuda pública enfrentan restricciones de financiamiento externo para enfrentar el gasto.
Colombia ha sido una de las economías más estables de la región por décadas. No ha sufrido una recesión desde 1999 y ha logrado superar grandes choques, como la crisis financiera mundial en 2008 y 2009 y el colapso del precio del petróleo del 2014 al 2015. Sin duda, esto es un testimonio del muy sólido marco de política económica del país”.
Dentro de lo más destacable están las ayudas a los pobres, puesto que estaban en esta situación antes de la pandemia. Las ayudas que han llegado han sido de gran alivio, lastimosamente en Colombia aún no tenemos la capacidad institucional de medir estadísticamente el beneficio de dichos estímulos, pero como dice The Economist, en países como Estados Unidos la pobreza ha disminuido entre abril y mayo. La razón principal es que a pesar de que el desempleo se disparó cerca al 25%, muchas familias recibieron ingresos que no habrían recibido en circunstancias normales, además de un menor consumo debido al nuevo estilo de vida, por lo cual, a pesar de que menos personas tienen trabajo, los ingresos totales de los hogares pobres aumentaron.
Es fundamental continuar con las ayudas a los más vulnerables pero con la prudencia de saber que esto no será a perpetuidad, que el Estado no es un barril sin fondo y que el costo de esas ayudas se reflejará en deudas durante años que tendrá que pagar el sector productivo, sector que si logramos formalizar con seguridad jurídica y tarifas de impuestos competitivas puede ser el motor de crecimiento no solo de Colombia, sino de la región en los años por venir.
Publicado: julio 17 de 2020
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