Como si no hubiera suficientes motivos de descrédito, la política colombiana sigue siendo un circo barato cuya carpa se descose cada vez más dejando entrar la llama abrasadora del sol rojo que amenaza con calcinarlo todo. De hecho, si el Senado no fuera una fuente inmemorial de inmundicia, habría que tirarse por un despeñadero tras ver convertida en Segunda Vicepresidente de ese antro, a una tal Griselda Lobo, la mujer de uno de los más execrables bandidos de todos los tiempos: el asesino, secuestrador, terrorista, y narcotraficante Pedro Antonio Marín, más conocido como Manuel Marulanda Vélez, el sanguinario ‘Tirofijo’, fundador y comandante de las Farc.
La señora Lobo —también conocida como Sandra Ramírez— llegó al Congreso de la mano de Juan Manuel Santos, como parte de los acuerdos de la supuesta paz con el grupo guerrillero, dentro del paquete de curules gratuitas que el mismo Santos negó mil veces que fuera a conceder. Pero es que esta dama no solo militó durante décadas como guerrillera y fue partícipe de primera línea de las acciones criminales de su consorte, sino que aún exclama a los cuatro vientos que si volviera a nacer volvería a ser guerrillera, o sea que no tiene un ápice de arrepentimiento, y revictimiza a miles de colombianos al reiterar desde su nuevo púlpito que las Farc ni han violado ni han reclutado (léase secuestrado) a menores de edad, cosas que están más que probadas. Incluso, ahora dice que no hay pruebas que vinculen a Santrich con el narcotráfico.
Que el expresidente Uribe haya saludado su elección no es más que un asunto anecdótico. Cuando Griselda Lobo llegó al Congreso hace dos años, manifestó que no tendría problema de sentarse con él y «dialogar y trabajar por la reconstrucción del país», a diferencia de individuos que han llegado al Senado anunciando que solo tienen por objetivo meterlo preso y ahora lo persiguen hasta en los baños para contemplar con el rabillo del ojo que todavía no se moja los pies. Lo cortés no quita lo valiente.
Pero lo de la señora Lobo no es lo único cuestionable. Es que elegir como presidente del Senado y, por ende, del Congreso de la República, a un individuo tan anodino como Arturo Char, es caer muy bajo. A este cacique electoral de la Costa Atlántica ni siquiera se le conoce la voz porque nunca suele participar en debates ni dar su opinión sobre temas de trascendencia para los colombianos, ni mucho menos hacer propuestas para resolver cualquier problemática de tantas que agobian al país.
Acaso, solo conocerán su voz quienes hayan visto sus videos musicales en Youtube, pues este mediocre personajillo se las da de cantante de champeta, género musical de los barrios marginados de Cartagena. Dirán que eso no es un delito, y tienen razón, pero este señor está citado a audiencia ante la Corte Suprema de Justicia por hechos de corrupción electoral que tienen que ver con la fuga de la exparlamentaria Aída Merlano. Esto significa que ahora la Corte no va a indagatoriar a un senador de tantos sino al Presidente del Senado, que no es lo mismo.
También dirán muchos que los Char no son corruptos, que ellos tienen mucho dinero hecho a pulso a través de sus negocios. En un especial de abril de este año, la revista Forbes ubicó al Clan Char Abdala en el décimo lugar de los millonarios de Colombia, con una fortuna calculada en 382 millones de dólares en 2018. Un patrimonio que tiene como base a la Cadena Radial Olímpica y a los Supermercados y Droguerías Olímpica, emporio comercial que en 2018 tuvo ingresos por 6,1 billones de pesos, ubicándose en el puesto 10 de las empresas más grandes del país.
Lo malo es que Arturo es simplemente un delfín que recogió el caudal electoral de su padre, Fuad Char, de quien se dice que siempre consiguió sus votos a cambio de mercados que se repartían en sus tiendas. Y con ello han conseguido un enorme poder político que favorece sus negocios. Arturo está lejos de ser un hombre diligente como su hermano Alejandro, el exitoso exalcalde de Barranquilla, lo que se demuestra al ver que en el periodo 2014-2018 obtuvo 32 incapacidades por 19 enfermedades diferentes que sumaron 149 días sin asistir al Congreso. Y no se trata de un enfermo valetudinario, o sea un anciano achacoso. No, es un ausentista que apenas pasa los 50 años y tiene intactas todas sus facultades físicas, no se sabe si también las mentales.
No hay derecho a que gente así ocupe tan altos cargos, debilitando más una democracia que se va desmoronando de a pocos con decisiones e ideas nocivas. El Consejo de Estado vuelve a revivir la dosis mínima de estupefacientes; la Corte Constitucional tumba decretos sobre subsidios a los servicios públicos y reducción de aportes a pensión por tres meses, que eran medidas de ayuda para atender la crisis por el coronavirus, y el alcalde de Medellín propone contratar médicos cubanos, que muchas veces ni son médicos, y que ya sabemos con qué propósitos se han desplegado por toda Latinoamérica. Mejor dicho, estamos jodidos.
Publicado: julio 28 de 2020
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