El voto preferente es una deformación democrática que impide que los partidos políticos sean coherentes, disciplinados y capaces de tomar decisiones monolíticas.
Con las listas abiertas, se pasó de la nefanda “operación avispa” en la que bajo el alero de los grandes partidos pulularon decenas de movimientos de corte personal, a la “operación abejorro” consistente en que los partidos se convierten en inmensas bodegas donde se tramitan -muchas veces se venden- avales.
La coherencia ideológica y la fidelidad a una línea de pensamiento quedan relegadas a planos inferiores gracias al voto preferente, pues los aspirantes hacen campaña por si mismos y no por los postulados del partido a través del que están tramitando su aspiración.
Uno de los grandes atractivos del Centro Democrático en 2014, fue la inteligente y audaz decisión de presentar listas cerradas a las corporaciones públicas.
Así, todas las personas que llegaron al Senado y a la Cámara, lo hicieron gracias al apoyo de millones de colombianos que votaron por el entramado ideológico del uribismo. Ninguno de los elegidos era “dueño” de su curul sino que ésta, en la práctica, pertenecía al ideario, a los electores, a quienes han creído y siguen creyendo en los fundamentos ideológicos del expresidente Uribe.
Aquella elección -la de 2014- fue una victoria de la política grande, frente a los intereses menores de políticos -gamonales- regionales que creen ciegamente en la política transaccional y clientelista que se pone de manifiesto a través de las listas con voto preferente.
De cara a las elecciones de 2018, el presidente Uribe -hay que decirlo- cometió un error garrafal. No quiso dar el pulso con el sector politiquero del CD y decidió abrir las listas en contra de las voces de sectores muy calificados de su partido, empezando por la del entonces candidato y hoy presidente de la República, Iván Duque Márquez.
Los promotores de esa propuesta aseguraron que la lista abierta garantizaría un mayor número de curules dado que los aspirantes estarían motivados y trabajarían para sumar votos.
Los resultados hablan por si mismos. Con el voto preferente, el Centro Democrático obtuvo en 2018 una curul menos en el Senado de la República, en comparación con 2014.
Y lo que es peor: la disciplina de partido quedó reducida a las cenizas. Quienes llegaron al Congreso se sienten dueños de sus respectivos asientos y de los votos con los que pudieron acceder a los mismos.
Su lealtad no es con el partido ni a las ideas del mismo, sino con sus intereses personalísimos.
El Centro Democrático no pudo consolidarse como una colectividad unida alrededor de unas ideas. La frágil estabilidad de esa colectividad se mantiene gracias a la presencia del presidente Uribe. Una vez él decida pasar al merecido retiro, la colectividad terminará de fracturarse para convertirse en un partido más de esos que se concentran en la negociación de avales con criterio puramente electorero, como sucedió en 2018, cuando una perfecta desconocida terminó con aval del CD. Se trata de una señora sin trayectoria nacional ninguna y de la que no se conoce mayor cosa: Amanda Rocío González.
Su familia ha hecho política durante muchos años -y en distintos partidos políticos- en el departamento del Casanare. Es prima de Alirio Barrera González, quien fuera gobernador del Casanare y que estuvo involucrado en múltiples escándalos de corrupción y nepotismo.
Grande fue la sorpresa en el seno del uribismo, cuando se conocieron los resultados en las elecciones de 2018. Como era obvio, el gran elector de ese partido fue el presidente Uribe quien obtuvo un poco más de 875 mil votos. Le siguió Paola Holguín con 58 mil votos y el tercer lugar quedó en manos de Amanda Rocío González, con 45 mil sufragios.
Ninguno de los congresistas del CD con los que hablaron LOS IRREVERENTES mencionó algún logro o iniciativa sobresaliente de la parlamentaria quien solo es recordada por los estrambóticos sombreros llaneros que suele utilizar.
Ella, desde el día uno en el Senado, dejó claro que su presencia en esa corporación se debía al trabajo feudalista de su familia que, efectivamente, ejerce un importante control de la política en el Casanare.
Su independencia y falta de respeto a la disciplina de partido vino a ratificarse el pasado 21 de julio con ocasión de la elección del presidente de la comisión sexta del Senado.
Los acuerdos de las mayorías parlamentarias indicaban que la presidencia de aquella comisión, que se encarga de temas tan sensibles como la educación, la cultura, comunicaciones, obras públicas y servicios públicos domiciliarios, entre otros aspectos, le corresponde al Centro Democrático, colectividad que tiene dos parlamentarias, la señora González y otra mujer, la exasistente de prensa del presidente Uribe, Ruby Helena Chagui Spath.
El CD, internamente decidió que Chagui era la persona que debía ocupar la presidencia de la comisión.
Amanda Rocío González, no aceptó la decisión de su colectividad protagonizando un episodio de rebeldía que -aunque parece un asunto de menor cuantía por tratarse de una emulación sin mayor trascendencia- pone de manifiesto el desorden y la falta de disciplina que hay al interior de la colectividad fundada por el doctor Uribe Vélez.
Con el apoyo de congresistas de otros partidos que integran la comisión en cuestión, entre los que se destacan el cuestionado Julián Bedoya Pulgarín y la terrorista de las Farc, Griselda Lobo Silva, alias “Sandra”, Amanda González impulsó su aspiración en contra de la voluntad de su partido, derrotando a la Chagui.
Aquello, despertó el malestar en uribismo y puso en evidencia el descontrol que hay en la colectividad donde algunos congresistas se pasan por la faja las decisiones políticas que son adoptadas por la mayoría.
Seguramente, el acto de indisciplina de la senadora González tendrá consecuencias. Ese no es el punto de fondo. Ningún menoscabo sufrirá la democracia colombiana cuando esa parlamentaria gris reciba una ejemplar sanción por parte de las directivas del uribismo.
En cambio, sí es grave el mensaje que arrojó aquel episodio y que obliga a replantear muchas cosas de cara a las próximas elecciones. Sin disciplina ni coherencia, el Centro Democrático estará condenado a recorrer el mismo camino del partido de La U, una colectividad que hace 10 años era la más grande y poderosa de Colombia y que hoy es un garaje en el que se venden avales al mejor postor.
El expresidente Uribe está a tiempo de salvar a su colectividad, esa que aparentemente fue creada para promocionar nuevos liderazgos y defender unas ideas en las que, a pesas de todas las dificultades, aún creen millones de colombianos.
Publicado: Julio 26 de 2020
¿aún creen millones de colombianos?
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