Como cada 20 de julio, el lunes festivo pasado celebramos la independencia de Colombia. Ese día recordé un episodio en la vida del libertador Simón Bolívar que considero de un enorme valor por su significado: “El Juramento del Monte Sacro”, aquella promesa que exclamó en Roma, Italia, con tan solo 22 años y que cumplió a cabalidad con la firmeza que le imprimió a su vida:
«Juro delante de usted, juro por el Dios de mis padres, juro por ellos, juro por mi honor y juro por mi patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español.”
Este festejo de independencia fue particular por encontrarnos en medio de una pandemia mundial y de las consecuencias de asilamiento que ha causado. Una época en la que el contacto social se restringió y hemos sido retados a combatir la incertidumbre y el miedo con la esperanza y la alegría que nos caracterizan como país.
Un tiempo de soledad, en mayor o menor medida, que nos ha enseñado a valorar lo simple: la salud que tantas veces damos por hecha, los abrazos que hoy son esquivos, los momentos en familia y con los amigos, los paisajes y aromas de nuestra Colombia; en fin, la libertad de recorrer y disfrutar nuestras ciudades y nuestro hermoso país.
Una situación que ha profundizado problemáticas sociales y ha resaltado otras que no tenían la visibilidad necesaria; todas ellas, cadenas invisibles, como aquellas que juró romper nuestro libertador, que hoy nos oprimen como sociedad, no solo en Colombia sino en el mundo entero.
He pensado en estos días que son las ausencias y añoranzas mencionadas, el mejor motivo de unión que tenemos como colombianos y la inspiración que nos invita a ser disciplinados y responsables con nuestra familia y en cada entorno social.
El propósito en común no es otro que lograr que convivamos en esta realidad transitoria, mientras llega una solución definitiva, con solidaridad unos por otros; cumpliendo los protocolos de bioseguridad. Solo así podrán reducirse los contagios y lograr que contemos con la capacidad de atención necesaria para los casos que lo requieran; solo así, podrá iniciar la reactivación de la economía y el proceso para romper las cadenas invisibles que la crisis ha evidenciado aún más.
Para el logro de ese propósito serán fundamentales también las diferencias argumentativas que enriquecen la democracia, dentro del marco del respeto, la coherencia y la verdad. Escuchar a los demás puede confirmarnos que tenemos la razón o invitarnos a desprendernos de ella para atarnos a soluciones que prometan un mejor futuro para nuestro país. Una invitación para que el diálogo constructivo sea la herramienta de nuestros líderes políticos, gremios, empresarios y sindicatos, cuyas decisiones tendrán una relevancia, sin precedentes en las últimas décadas, para superar la crisis actual.
Tengo la certeza de que no serán Cien Años de Soledad y que más pronto que tarde nos volveremos a encontrar; traspasaremos las pantallas para sentirnos, mirarnos a los ojos y sonreír con más fuerza que antes. Con igual determinación que nuestro libertador, no descansemos y no reposemos hasta que ese propósito se vuelva realidad. Que el coraje por la conquista de la libertad que guió a Bolívar, sea nuestro ejemplo e inspiración.
Publicado: julio 23 de 2020
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