En días pasados, la periodista Vicky Dávila publicó una valiente columna en la que se refirió a un asunto del que se ha venido hablando insistentemente en los últimos meses: la existencia de una banda de sicarios virtuales que sistemáticamente liquidan, a través de las redes sociales, la moral y el honor de quienes no comparten sus tendencias ideológicas.
La organización se siente tan empoderada que uno de sus principales promotores, el senador y autor de novelas de baja categoría Gustavo Bolívar ha dicho que ellos tienen mayor capacidad de daño que la guerrilla terrorista de las Farc.
Y lo dice alguien que ha llenado sus alforjas haciendo apologías televisivas del narcotráfico, la prostitución y demás.
La periodista Dávila se limitó a hacer una radiografía de la situación y de la forma como opera lo que ella llamó en su columna “La banda del pajarito”, en referencia al logo de la red social Twitter, donde es más evidente el matoneo y el acoso.
Es cierto que las tecnologías de la información se han consolidado como un canal de comunicación política fundamental, y ahora más por cuenta de la pandemia que obliga al distanciamiento social. Pero también es cierto que esas tecnologías se han convertido en tierra fértil para la calumnia y el bullying y para que quienes lo hacen, puedan operar con total impunidad.
En cuestión de minutos, cualquier persona puede falsificar una página en la que se publica una historia falsa contra determinada persona, mezclando miles de mentiras con unas pocas verdades y esa patraña se riega más rápido que el propio COVID-19.
Así logran convertir esas infamias en supuestas “pruebas” que sirven de insumo -o munición para ponerlo en los términos violentos y dañinos empleados por Gustavo Bolívar- para el matoneo digital.
Vicky Dávila publicó su columna -en la que no citó un solo nombre- y todos los que se sintieron aludidos brincaron desesperados, no para explicar o controvertir a la periodista con argumentos, sino para insultarla, ultrajarla, descalificarla, humillarla y denigrar su dignidad de mujer.
Uno de los más obsecuentes seguidores de Petro, llegó al extremo de meterse con la intimidad del hijo de 8 año de la periodista, al acusarlo de hacer parte de un clan criminal. De manera inmediata, la directora del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, ICBF, doña Lina Arbeláez reaccionó a la situación diciendo que “ningún niño o niña puede ser expuesto o vulnerado, publicar su nombre pone en riesgo su integridad y viola Art. 7 y 47 del Código de Infancia y Adolescencia. Reprocho lo que hicieron con el hijo de @VickyDavilaH y actuaremos inmediatamente con la @FiscaliaCol”.
La periodista Dávila, le otorgó poder al abogado Iván Cancino. El jurista emitió un comunicado de prensa denunciando que la periodista y su hijo han recibido amenazas luego de la publicación que se hizo en su contra. “… se acudirá a las instancias legales solicitando la protección del menor, así como las rectificaciones necesarias e indemnizaciones correspondientes por la afectación de sus derechos. Las acciones legales se emprenderán en contra del autor del artículo que aunque al parecer el mismo fue retirado, causó un gran daño que deberá ser reparado”.
Tal fue el nivel de agresividad, que el director de la Fundación para la Libertad de Prensa, FLIP tuvo que salir a reclamar ponderación, al decir que “bienvenido el debate sobre la columna de @VickyDavilaH. Lo que resulta inadmisible es que algunos apelen a la violencia y a la misoginia como combustible de la discusión. Los influencers (sic) que animan el debate también pueden frenar -o tolerar- la violencia contra las periodistas”.
Hace algunas décadas, los seguidores que se dejaban enceguecer por los extremistas -de izquierda y derecha-, empezaron rompiendo ventanas y terminaron asesinando a millones de personas. Basta con revisar el holocausto contra el pueblo judío o las masacres del comunismo lúcidamente denunciadas en una de las mejores obras que se han escrito sobre el particular, El libro negro del comunismo.
Hoy, no se quiebran vidrios, pero sí se lapida la dignidad de los opositores. La izquierda ha visto que las redes sociales son eficaces para ese propósito, promoviendo grandes y letales campañas de desprestigio en las que, además de participar personas de carne y hueso que se mueven por el resentimiento, el odio, la sed de venganza, intervienen herramientas tecnológicas que, como lo planteó Dávila en su columna, ayudan a crear tendencias falsas y a sumar miles de interacciones con el propósito de hacer creer que el asunto que se está tratando, ha llamado la atención de grandes multitudes.
Pedir ponderación en las redes sociales es inane. Los seguidores de la izquierda colombiana están convencidos de que está llegando su hora y, cual pandilleros, arrecian sus ataques porque creen que la victoria -esa misma que tanto cacarearon las Farc- está a la vuelta de la esquina.
Así que será la justicia la que se encargue de poner los límites, no a la libertad de expresión, pero sí a la defensa de la dignidad humana. Cada quien es libre de plantear lo que quiera dentro de los límites del respeto a la dignidad humana y los derechos fundamentales contemplados en la Constitución Política de Colombia.
Publicado: junio 23 de 2020
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