Las redes sociales han sido maravillosas para muchas cosas. Han acercado las personas, y ampliado las posibilidades de las relaciones humanas más allá de las fronteras y las cercanías. Han abierto espacios para debate, nos dan mayor capacidad de participación ante las decisiones que nos afectan y acrecientan la posibilidad de denuncia. Permiten la acción coordinada de los individuos tradicionalmente no organizados. Nos dotó de un eficaz mecanismo de seguimiento, control y comunicación con los líderes políticos y sociales.
Sin embargo, las redes llevaron a otro nivel el matoneo; esa forma de sabotear a las personas, de convertirlas en caricaturas susceptibles de toda suerte de críticas. La polarización de nuestro país, que no es el único, en algo tendrá que ver con las redes. Donde la sencillez de no tener que reflexionar sobre nada, ni poner a prueba ningún prejuicio, simplemente descalificar en horda lo que no es igual, se ha convertido en la práctica usual.
Me he referido a este tema varias veces, creyendo que era un límite inaceptable. Sin embargo, ahora estamos llegando a la institucionalización del matoneo. Las redes ahora convertidas en vehículos de difusión de mentiras, ya no casuales, sino diseñadas. Es un nuevo desafío para la democracia.
Me preocupa mucho la transmisión de un video contra el Presidente Uribe presentando como ciertas todo tipo de elucubraciones -propias de libretistas de novelas inspiradas en las azarosas vidas de los narcotraficantes- sin ningún rigor. Se esconden en la idea de que son opiniones, pero las presentan como ciertas, pese a no tener ninguna prueba. Funda ataques brutales en “todo el mundo sabe que…”.
Uribe podrá ser criticado por muchas de sus decisiones y eso es válido en la democracia. Otros lo admiramos por sus hazañas, en su gobierno se dieron los más certeros golpes al terrorismo y se logró una reducción del homicidio del 45%, se eliminó practicamente el secuestro y la fuerza pública como las autoridades democraticamente elegidas pudieron volver al territorio. Se hizo un proceso de negociacion que significó 57 mil desmovilizados; donde todos los cabecillas del paramilitarismo pagaron cárcel, unos por Justicia y Paz y otros extraditados por narcotrafico a los EE.UU.
Un país debe cuidar sus líderes. Lo que no significa no denunciarlos cuando deba hacerse; pero esta denuncia requiere seriedad, rigurosidad, pruebas. Quien fue presidente, no una sino dos veces y sigue siendo el líder de una significativa proporción de ciudadanos, merece respeto. Si van a denunciarlo, su condición exige hacerlo con cuidado y por lo tanto, con pruebas irrefutables. Que no tienen, ni tendrán.
Ahora bien, no es una denuncia que busque la justicia, como algún apóstol lo predica. Bien sabemos que la justicia en este país no importa, se cambia por verdades o mentiras. Tengo la impresión de que la serie es un baja estrategia de campaña. Esa serie es un intento de eliminación de un personaje: destruirlo en el imaginario de la sociedad, en especial de los jóvenes -que no lo conocieron-. Es como si el líder de estos productores no estuviera en capacidad de vencer a Uribe. Entonces deciden rebajar a Uribe hasta que sea posible competirle.
Esa «serie» es un espejo: sus realizadores se reflejan en ella exactamente cómo son.
La política debe tener unas reglas básicas de respeto. Lo que está en juego aquí no es solo la figura de Uribe, sino la manera de hacer política. Uribe ganará las demandas, pero queda pendiente la pelea ética. Si como sociedad no repudiamos la bajeza, la mentira, el odio, no podremos como Nación construir un país como el que soñamos.
Publicado: junio 12 de 2020
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