La pandemia permitió ver con mayor claridad, decadencia de instituciones que, por su grado de importancia, simbolismo, representación, poder, deberían ser regentadas por personas que entiendan que están en el cargo para cumplir deberes reglados en nuestro ordenamiento jurídico, y que el mandato popular no implica libre albedrío.
Alcaldes y gobernadores no entienden que nunca estarán ni pueden estar por encima de la institución democrática y constitucional que representan. Las instituciones por encima de las personas. Lo recuerdo, porque hizo carrera en el imaginario de los gobernantes y de los gobernados el dicho incorrecto de que “cada alcalde manda en su año” en relación con creer que todo gobernante puede hacer lo que le viene en gana en su jurisdicción.
Solo se debe pasar por redes sociales, personales e institucionales, de gobernadores y alcaldes, para entender que los gobernantes se convirtieron en narcisistas. Se hacen elegir para convertir el cargo de responsabilidad pública en tronos que alimenta vanidades, egocentrismos, e insustancialidades que los habita. Claro que son fundamentales las comunicaciones estratégicas como herramienta para desarrollar y ejecutar políticas públicas, programas de gobierno inmerso en el voto programático, y como medio de comunicación para mantener dialogo permanente con la comunidad.
Es inaceptable que del presupuesto público se destinen recursos desaforados para posicionamiento de marcas personales de gobierno que benefician al individuo y no la institución que representan. Esa costumbre equivocada hace que los gobernantes dediquen más tiempo a lo innecesario, al barniz, a las redes sociales, a la foto maquillada para instagram, que a la solución de problemas que afectan a sus comunidades. La semana pasada, por ejemplo, dedicaron más tiempo a presentar como logro histórico -porque así lo presentaron varios mandatarios-, la aprobación de sus planes de desarrollo por parte de concejos y asambleas departamentales. Obviedades. Y no solo ocurrió con alcaldes de provincia y ciudades intermedias como Bucaramanga, también terminó en esa bobada la alcaldesa de Bogotá.
El narcisismo que los habita, también se ve reflejado en el contenido de los planes de desarrollo. Repasen esos documentos para entender que más allá de tener buenas intenciones, copias y más copias de cifras, lugares comunes, paisaje gramatical, lo que contienen son miradas monárquicas, narcisistas, proyectos descontextualizados del tiempo y lugar en el que les correspondió gobernar.
Se preocupan por los páramos que no tienen. Hablan de medio ambiente y no se interesan por garantizar agua potable o por construir plantas de tratamiento de aguas residuales. Se riegan en prosa hablando de legalidad, transparencia, ética y otros valores, cuando sabemos que meten la mano hasta en los mercados destinados para atender crisis generada por la pandemia. No gobiernan desde la institucionalidad, sino desde la tarima más alta que les impide ver sus necedades y equivocaciones.
La pandemia permitió ver que a los gobernantes los ronda y los habita inframundos que los atormentan, que los tiene poseídos, que los mantiene en nebulosas donde se creen intocables, incomparables. Gobernantes que solo miran el espejo que les alimenta su narcisismo.
Publicado: junio 2 de 2020
3.5