Sergio Fajardo está utilizando su estrategia de siempre: sin tomar partido o fijar una posición clara y definida frente a los asuntos de trascendencia nacional, apostándole a quedarse con la franja de los “descontentos” que aún no tienen definida su posición en el espectro político, específicamente los nuevos electores. Todo es una estratagema para mimetizar su condición de candidato del santismo, de lejos la corriente política más corrupta y cuestionada de Colombia.
Fajardo ha hecho política fustigando a Uribe. En sus campañas anteriores, mostrando una absoluta falta de valentía política decía que no era ni uribista, ni antiuribista, pero nunca sin dejar de lanzar ataques vedados al expresidente de la República.
Una posición en extremo contradictoria de quien fue uribista en los tiempos en que Uribe era gobernador de Antioquia y él -Fajardo-, estaba urgido por apuntalar su carrera pública.
Minutos después de su derrota en las elecciones de 2018, poseído por la irracionalidad e incapaz de controlar sus emociones, declaró que nunca más aspiraría a la presidencia de la República. En palabras suyas: “Yo tengo una obligación muy grande con los que votaron por mi, pero he dicho que yo no voy a volver a ser candidato, yo tengo que aterrizar, yo tengo que trabajar y seguir avanzando…”.
El tiempo se ha encargado de ratificar que estaba mintiendo. En 2010, se disfrazó de “mockusista” para llegar a la presidencia. No lo logró. Hace 2 años se puso el traje de independiente, haciendo alianza con Claudia Nayibe López y tampoco alcanzó. En vez de fijar una posición clara para la segunda vuelta, se escapó al Pacífico colombiano a ver el paso de las ballenas mientras el grueso de sus seguidores se volcó a votar por el candidato de la extrema izquierda chavista, Gustavo Petro.
Ahora, de cara a las elecciones de 2022, se le olvidó su “firme determinación” de no volver a ser candidato, para presentar su nombre, esta vez con el apoyo del santismo, empezando por el de su actual pareja la excanciller María Ángela Holguín.
La facción del liberalismo que no respalda a Cesar Gaviria y que es liderada por Juan Fernando Cristo, apoya decididamente a Fajardo quien recientemente ha dicho en una entrevista con Yamid Amat que “cuando me preguntan si voy a aspirar a la presidencia, contesto afirmativamente, pero creo que el momento no está para hablar de campañas. Vamos para tiempos muy difíciles y nuestra obligación es aportar para salir adelante…”.
A renglón seguido, arremetió contra el presidente Uribe diciendo que Uribe debe salir de la escena política y afirmando que no tiene ningún tipo de afinidad con el proyecto del Centro Democrático.
Por supuesto que no. Su corazón está en las antípodas del uribismo. Lo de él es el santismo, el discurso melifluo, cargado de lugares comunes y sin posiciones definidas respecto de temas que son necesarísimos para impulsar el desarrollo nacional.
Fajardo, ese mismo que está en la mira de la justicia por actos de corrupción que ocurrieron durante su paso por la gobernación de Antioquia, no tiene mucha autoridad para hablar de “decencia” ni de nueva política cuando él no ha aclarado situaciones vergonzosas como la alianza que selló con el crimen organizado de Medellín cuando él fungió como alcalde de esa ciudad, en un episodio que es popularmente conocido como la “donbernabilidad”, en referencia a su maridaje con las estructuras armadas al margen de la ley que estaban al mando de Diego Fernando Murillo Bejarano, alias Don Berna.
Los fajardistas aseguran que la tercera será la vencida y para ello calientan motores para montar una campaña de la mano de Juan Manuel Santos y sus principales aliados políticos como Juan Fernando Cristo, Humberto de la Calle, el cuestionado Alfonso Prada. La pregunta que surge: ¿Van a acudir a procedimientos de financiación similares a los utilizados en las campañas santistas, cuando se nutrieron con dineros corruptos de Odebrecht? Amanecerá y veremos.
Publicado: junio 28 de 2020
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