Esta columna no es un plagio de la famosa obra del teatro español «El Burlador de Sevilla y convidado de piedra«, que narra la historia de don Juan, el gran seductor y depredador sexual, que encanta, hechiza y burla a ingenuas e incautas doncellas, pero que al final quedan al descubierto sus engaños.
No, esta columna es una ayuda de memoria de la seductora perfidia de Juan Manuel Santos “El Burlador de la Democracia Colombiana” y de los convidados de piedra que pronto develamos su traición y engaño.
Es claro que Juan Manuel Santos «El Burlador», ilusionó a Colombia con una paz posible, pero lo único que logró fue traicionar la democracia, violentar el orden constitucional, debilitar las instituciones y premiar y gratificar a un puñado de criminales viejos, fatigados y cebados de delinquir, que lograron hacer de la paz un pasaporte a la más cínica y desvergonzada impunidad.
Santos malogró un mandato abrumador que recibió sin merecerlo de su antecesor y engañó a millones de colombianos que reconciliados con la institucionalización del país votamos por la consolidación y el fortalecimiento de la seguridad democrática.
Santos lo tuvo todo para reafirmar el rumbo democrático de la nación y vigorizar las instituciones republicanas, pero la carencia de una visión prospectiva de estado y de políticas coherentes para enfrentar los grandes problemas nacionales, hicieron que luego de culminado su gobierno no pudiera mostrar resultado distinto, al de haber obtenido un espurio Premio Nobel de Paz a costa de halagar a la comunidad internacional, barnizar su imagen con el uso indelicado del erario y fletar con la publicidad estatal a medios y periodistas venales.
No hay duda que su habilidosa estrategia, propia de un político utilitarista y no de un estadista inspirado en principios, valores y convicciones, lo llevaron a usar la paz como aglutinante de una sociedad hastiada de la violencia, obteniendo buenos réditos mediáticos, que para su infortunio, hoy se desvanecen ante el realismo de la cruda violencia que ahoga la esperanza y que demuestra, que el narcoterrorismo no estaba ni está dispuesto a someterse al Estado Social de Derecho y sí, a seguir exigiendo jugosas e inaceptables prebendas y a perpetuar su criminal imperio cocalero.
Los bandazos y contradicciones de Santos, su vanidad extrema, la superficialidad de sus ideas, la dificultad extrema para transmitir su cambiante pensamiento, su personalidad sinuosa, ondulante y mutable, y su amor desmedido por los anuncios más que por los hechos, desmoronaron la confianza popular y estimularon el repudio que hoy experimenta la inmensa mayoría de los colombianos por su gobierno.
Y es que a menos de dos años de terminado su mandato, Santos no puede mostrar una sola reforma que haya modificado la inercia social y económica de la nación. Así lo demuestran sus perversas y bien fracasadas reformas a la Educación y la Justicia, así como la anarquía causada con sus regresivas Reformas Tributarias, que aumentaron el déficit fiscal, castigaron el trabajo, desestimularon la inversión y el consumo, ahuyentaron la inversión extranjera, premiaron los abusos del sistema financiero y fomentaron la elusión y la evasión fiscal.
El resultado del Plebiscito que El Burlador cínicamente ignoró, demostró que la nación no quería ni quiere que se premie el crimen, se gratifique la fechoría, se violente el orden constitucional, se legitime la ilegalidad, se entronice la impunidad, los criminales legislen y gobiernen, y Colombia se convierta en otra narcocracia bolivariana.
El triunfo del NO, fue el triunfo de la razón y el derecho sobre la violencia y la impunidad, así como rotunda condena al crimen y, lo más importante, mandato imperativo para que el Gobierno rectificara el Acuerdo con las Farc, de manera que no fuera un acuerdo entre iguales sino el instrumento para regular el sometimiento de una banda criminal.
Pero Santos burló el querer mayoritario ciudadano y con el beneplácito de una Corte Constitucional politizada y de un Congreso postrado y edulcorado, violentó el orden constitucional y traicionó la vocación y la tradición republicana de la nación.
Una cosa es buscar la paz y otra bien distinta es perdonar premiar y gratificar crímenes, y, además, convertir en legisladores a unos maleantes ignorantes, voraces e insaciables que solo querían una vejez tranquila con privilegios, honores y holgura económica.
Es inconcebible ver hoy tanta impunidad y que los más viles e infames delitos de lesa humanidad hayan sido premiados con los restos de una hacienda pública expoliada por el gasto suntuario de un gobernante mesiánico, indecoroso e irresponsable, que solo consiguió lo que compró con los impuestos de los colombianos.
Causa indignación recordar la perorata de Santos y sus corifeos, entre ellos, Humberto de la Calle, Sergio Jaramillo, Roy Barreras y el cuestionado General Naranjo, cuando afirmaban, que en el proceso de paz no habría impunidad y que lo negociado no contravenía el Estatuto de Roma. Lo ocurrido demuestra todo lo contrario; la impunidad del mal llamado Proceso de Paz es desvergonzada, proverbial y constituye un desafío a la racionalidad y un insulto a la decencia nacional.
Lo ocurrido no se debe olvidar, y en algo más de dos años, de nuevo Colombia tendrá que definir su futuro entre dos opciones: seguir rectificando el camino para vivificar su democracia o entregarse a la voluntad de un puñado de criminales sin ideas ni ideales, que secuestraron a un remedo de gobierno y tomaron como rehén a un presidente desleal y pusilánime, carente de dignidad y respaldo popular
Pero igual a como sucede al final de la famosa obra del teatro español “El Burlador de Sevilla y convidado de piedra”, Santos solo ha obtenido rechazo por engañar y burlar con su modelo de paz a ilusos, ingenuos e incautos, y por haber hecho de la voluntad mayoritaria de los colombianos una convidada de piedra.
Con no poca razón, la historia recordará a Santos como insuperable traidor e indelicado dilapidador, como gestor de la mayor impunidad de la que se tenga noticia y como el gran seductor y depredador de la confianza pública, pero al final, descubierto, repudiado y condenado por sus patrañas y engaños.
Publicado: junio 8 de 2020
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*Rafael Rodríguez-Jaraba. Abogado Esp. Mg. Consultor Jurídico. Asesor Corporativo. Litigante. Conjuez. Árbitro. Conciliador. Profesor Universitario. Miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.
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