Estos tiempos de pandemia han alterado las manecillas del reloj. Ahora despierto más temprano y para no levantar a mi mujer, extiendo en forma sigilosa la mano izquierda. Encuentro el bello texto escrito por Juan Esteban Constaín, el libro de Álvaro Gómez Hurtado. El pensador del Siglo XX de Colombia, varias veces candidato a la presidencia, víctima de un asesinato no resuelto -crimen de lesa humanidad- y quien fue elegido por el Congreso de la República, designado a la Presidencia ,1982 y 1984.
Escucho lejano el debate que mueve a Colombia en estos días y que pone en duda la figura de la Vicepresidencia de la República. El hecho: el hermano de nuestra actual vicepresidente, fue declarado culpable hace 20 años por traficar heroína en Estados Unidos. Fue condenado y pagó su ilícito. Martha Lucia, en esa época, garantizó la comparecencia de su hermano ante las autoridades judiciales con una fianza de US 150 mil. Los delitos de sangre no existen, el amor fraternal sí. El pecado de la vicepresidente: no comunicar a los colombianos este delito antiguo de su hermano, por la suscripción de la fianza.
Pienso sobre la figura de la Vicepresidencia. En Colombia esta posición vuelve al ruedo con la Asamblea Nacional Constituyente (1991) de la cual Álvaro Gómez, justamente, fue uno de los tres presidentes que dirigieron la gestación de la nueva constitución que nos rige. Y recuerdo mis clases. Como péndulo hemos pasado de la Designatura a la Vicepresidencia, y viceversa. Hoy tenemos vicepresidente, el peligroso suplente.
Las primeras décadas de nuestra república, Siglo XIX, empezamos con la figura de la Vicepresidencia. La historia de Bolívar y Santander. Este último ha pasado como un ser oscuro, resentido y malicioso. Más que hombre de leyes era quien se agarraba de cualquier letrica para engavetar el desarrollo de la patria en formación.
La mayoría de los historiadores señalan a Santander como el autor intelectual de las Conspiración Septembrina (25 de septiembre de 1828). Como presidente de la Gran Colombia, dormía Bolívar en brazos de Manuelita Sáenz en el Palacio Presidencial. Dicen que cerca de tres docenas de hombres atacaron a los guardias del libertador y decididos se dirigieron al cuarto de Bolívar para asesinarlo. La astucia de mujer y la picardía de Manuelita salvó a Bolívar de este atentado. El Libertador saltó por una ventana a la calle -cual amante sorprendido- y se refugió debajo de un puente. Los culpables arrestados y condenados a pena de muerte. Bolívar decepcionado, perdonó la vida de su vicepresidente y entendió que su compañero de gobierno, sediento de poder, padecía el Síndrome de Hubris. Santander fue desterrado.
Este atentado acabó con la figura de la Vicepresidencia, e hirió de muerte la Gran Colombia, sueño de Bolívar que terminó siendo sepultada tres años después. La Gran Colombia federación grande en sur América (Colombia, Ecuador, Venezuela, Panamá y algunos territorios de Brasil y Perú) tuvo vida jurídica en el Congreso de Angostura de 1819 y la enterró el camaleónico vicepresidente en 1831 cuando nacen Venezuela, Nueva Granada y Ecuador.
¡Qué tristeza! Lo bueno de Santander lo opacó la ambición, la vanidad y las emociones negativas. Cuando repasamos esos capítulos de nuestra historia lo vemos como la persona responsable que separó las cinco repúblicas liberadas por Bolívar y contribuyó que no se hubiese constituido una robusta república continental.
Pero los ardores de la carne cambian los caminos de la patria. Vino la Constitución de 1886 y Rafael Núñez, el de la inteligencia oceánica, trajo nuevamente la figura de la Vicepresidencia. Los arrullos de la niña Soledad Román en Cartagena hipnotizaron al regenerador Núñez. Volvimos nuevamente la figura de la Vicepresidencia. Núñez en Cartagena pechichado y Miguel Antonio Caro en Bogotá, su vicepresidente ejerciendo el cargo como presidente.
A principio del Siglo XX la carne vuelve a las leyes y el nortesantandereano cimarrón Ramon González Valencia, accede renunciar a la Vicepresidencia si le levantan los votos de castidad. Otros afirman que por lealtad a su partido conservador y no estar de acuerdo con el presidente. Durante los primeros 90 años del Siglo XX fue la figura del Primer Designado la que estuvo en nuestra constitución. Elegido por el congreso era el bateador emergente, por si acaso. Su función desde casa, estar preparado, escuchar la radio lo que decía el presidente y llamar a saludar a su familia de cuando en cuando.
Desde 1991, con la nueva carta constitucional tenemos vicepresidente. Cargo que ha servido para adhesiones políticas, atracción de votos, ganar elecciones y para colmo de males, reflejar porosidad del gobierno. Nuestros impuestos pagan toda esta papayera mientras que el Designado, un solo violinista, era un cargo ad-honorem. Es un costo alto para el país mantener una figura cuya única función es estar quieta y dejar que el presidente gobierne. Se convierten en opositores a escondidas y tienen en su mente la pulverización del Gobierno. Algunos vicepresidentes no lo entienden, desean mantener un lugar protagónico desplazando las funciones originales de consejeros y ministros. Les encanta el don de la ubicuidad y la “comiteitis”. Peor si son de ayer de tarde.
Pocos se han comportado con grandeza. Cuando sus posiciones no coinciden con el presidente han preferido renunciar para hacer oposición de frente. Trabajar en equipo con este comportamiento desleal incrustado y superar las adversidades debe ser muy complicado. No concibo una reunión de alto gobierno donde no se pueda estudiar nada confidencial. Esa sombra espiando, presente, que no permite asesorar sosegadamente al ejecutivo.
Un vicepresidente con máscara o en la oposición velada hace mucho daño. Fragmenta los equipos, no construye y es el gran enemigo de lo que debe ser el liderazgo colectivo donde los integrantes, por antonomasia, los une un proyecto común. Se convierte en el fluido corrosivo del Estado. Como sufren de miopía del futuro, no ven que el tiempo pasa y los recuerdos quedan: “siembra vientos y cosecha tempestades”. El hipocampo de los cargos y sus equipos siempre suenan. Con razón dos de los vicepresidentes han pedido que se acabe esta figura. Del disenso a la deslealtad hay un rio muy grande.
Es el momento de reflexionar sobre la figura de la Vicepresidencia, ¿debe desaparecer? Con las amenazas al organismo nuestro sistema inmune las elimina y aparece el Primer Designado o Presidente electo como anticuerpo con memoria. Un ciudadano probo, responsable, leal y quien con actitud crítica ayuda a solucionar los problemas de gobierno. La mano amiga presente en los momentos difíciles y que permanece escondida en la primavera.
Publicado: julio 1 de 2020
Referencias
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Sobre la Vicepresidencia-Debate. Revista Semana del 21-28 de junio de 2020
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