La semana pasada me buscaron dos padres de familia de estudiantes del grado 11 del Colegio Franciscano del Virrey Solís de Bucaramanga para que fuera receptor del inconformismo que generó en ellos la tarea de evaluación dejada en clase de español por parte de un profesor. Después de intentar conocer la versión del colegio y de pedir un mínimo de pruebas a los padres que corroborara veracidad de la denuncia, estructure un hilo en mi cuenta de twitter la cual anexo para entender el contenido de esta columna:
El profesor Wilmer Chaparro, -en escrito que socializó en redes sociales- argumenta que el propósito que buscaba de los estudiantes al inducirlos a ver la “serie matarife” es alimentar en ellos “análisis crítico que permite comprender y cuestionar la realidad” y “medio de cuestionamiento”. Lo primero que se debe precisar es que los estudiantes en formación de los grados de educación media están sujetos a unos lineamientos programáticos por parte del Ministerio de Educación que se incorporan dentro de un marco denominado “Estándares Básicos de Competencias” que tiene como objetivo si un estudiante, una institución o el sistema educativo en su conjunto, cumplen con unas expectativas comunes de calidad.
No sé si los padres de familia, directivas de colegios públicos y privados, Ministerio de Educación, estudiantes, y sociedad, consideren que la “serie matarife” (la cual fue construida con un propósito claro y preciso como es el de generar una idea sesgada contra un sector político e ideológico del país bajo la construcción de elementos audiovisuales donde la manipulación, suposición, rumor, y el manejo emotivo a través de colores, voces, musicalización, narración, epitafios… buscan finalmente generar odio) pueda ser elemento académico que permita formar en los estudiantes vocación analítica y crítica. Un sector de la sociedad consideramos que no. Como tampoco creemos que se pueda incorporar dentro de la jurisprudencia que admite libertad de cátedra.
Los estudiantes menores de edad que salieron en defensa del profesor en redes sociales argumentan que la serie les ayuda para conocer la historia de Colombia.
Aquí valdría la pena saber si esos estudiantes tan interesados en conocer la historia fueron inducidos en los últimos años, y en desarrollo del curso de español, a leer libros de historia de reconocidos académicos, escritores e investigadores, como por ejemplo los escritos del doctor Armando Martínez Garnica -quien dirigió el Archivo General de la Nación-, o las obras de Pablo José Montoya Campuzano, para referenciar algunos santandereanos. También preguntamos cómo van con la lectura de los libros de Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis, el maestro German Arciniegas, o German Castro Caicedo.
El adoctrinamiento del que hablamos en el trino y en las entrevistas se da desde el contenido de la misma serie, la cual no da espacio para conocer la otra cara de la moneda ni versión contraria a la que gestan los intestinos de su autor. Eso lo sabe muy bien el profesor y quienes defienden esa marranera como elemento formativo y académico. Utilizar la educación en las aulas de clase, la cual tiene naturaleza de servicio público y alcance Constitucional, como trinchera ideológica, política y, electoral, es un atentando contra el derecho que tienen los estudiantes a una sana y objetiva formación.
Este debate, el cual doy por cerrado, no puede ser visto como una polémica aislada por parte de todos los actores que hemos referenciado, por el contrario, exige revisión por parte de las autoridades competentes. Ojalá la mayoría de los profesores que ejercen una vocación noble y disciplinada ayuden a corregir esta fisura que puede fraccionar la educación en Colombia con repercusiones irreparables.
Publicado: junio 23 de 2020
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