Los expertos en marketing electoral tienen una regla de oro: hacer campañas cortas y contundentes. Así, logran que los mensajes lleguen rápido a los electores y evitan que los candidatos saturen con su presencia.
La extrema izquierda ha sabido aprovechar el tiempo. Desde el mismo instante en que Iván Duque ganó las elecciones presidenciales, Petro y sus secuaces no han perdido un minuto para cumplir con su propósito de sembrar el miedo y generar caos en el país.
Ninguno de los delitos que haya cometido o vayan a cometer Petro y los suyos, tendrá consecuencias penales. Esa gente, está blindada por una justicia politizada que voltea su mirada, ya sea por complicidad o por temor.
Llama la atención que mientras la corte suprema de justicia inicia investigaciones estúpidas contra el presidente Uribe, fundamentándose en notas anónimas, a Petro no le hayan hecho una sola pregunta en relación con las bolsas de dinero en efectivo, que recibió de la mafia.
Y a todas estas, ¿dónde está Juan Carlos Montes, el testaferro de Petro que grabó la entrega de esos dineros? ¿Sigue vivo? No estaría de más que el país pudiera conocer una prueba de supervivencia del único testigo de la transacción criminal que enreda al cabecilla de la denominada Colombia Humana.
Lo cierto es que a Petro hay que enfrentarlo y derrotarlo en las urnas en el 2022. Y la coalición de centro-derecha tiene que reconocer que no está en su mejor momento. El presidente Duque no ha contado con una buena calificación por parte de la opinión pública y, desde el día uno de su gobierno, se empezó a gestar una ruptura entre él y el partido que los llevó al poder, el Centro Democrático.
En la militancia uribista se registra una evidente desconexión con el presidente de la República. Aquella, alegan que el primer mandatario los dejó abandonados.
En la Casa de Nariño, la percepción es distinta. Allá, no entienden la actitud de muchos uribistas que se han consolidado como jefes soterrados, como es el caso de Rafael Nieto Loaiza, quien no pudo digerir su derrota en el proceso interno del CD para la designación de candidato presidencial en 2018.
Al margen de esas disputas y de las fricciones, cada vez se oyen más voces planteando la necesidad de fijar las reglas para la selección pronta de un candidato que empiece a hacer una campaña que atraiga a todos los sectores defensores de los principios de la democracia liberal y de la economía de libre mercado, ambos seriamente amenazados en un eventual gobierno socialista en cabeza del extremista Gustavo Petro.
Las emulaciones al interior de las colectividades son propiciatorias de rupturas insanas. El Centro Democrático es un partido eminentemente uribista y resultan antiestéticas las fracciones minoritarias que poco a poco se han ido enervando en su interior, en buena medida por la constatable incapacidad de la persona que funge como su directora.
En 2018, el CD pudo ganar, gracias a la alianza que selló con importantes sectores del conservatismo, en cabeza de la Vicepresidenta Ramírez y del Embajador Alejandro Ordóñez.
Las circunstancias no permitirán que en 2022 un candidato de ese partido gane por si mismo. Tendrá que haber una alianza multipartidista y multisectorial que apoye un candidato de concertación.
Y como en política todas las aspiraciones gozan de la misma legitimidad, aunque por cuenta de la pandemia y la tremenda crisis económica y social que se vie en el país, no es del todo prudente dedicar tiempo y esfuerzos a asuntos relacionados con la mecánica electoral, es importante que se empiecen a fijar los derroteros de una coalición que sea liderada por personas con la suficiente inteligencia emocional que les permita asimilar la magnitud de la amenaza que encarna Petro y, en consecuencia, identifiquen al mejor candidato posible para salvar a Colombia de la hecatombe que significaría un gobierno de ese exterrorista del M-19.
Publicado: junio 8 de 2020
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