En la sociedad del conocimiento y de la información hay un subgrupo espinoso y difícil: “el icarismo enciclopédico”. Son personas que no escuchan, pontifican. Sus argumentos, previamente calculados, son más cátedras aprendidas que raciocinios elaborados. No pueden quedarse analizando una disertación o reflexión; tienen la imperiosa necesidad de hacerse notar. Mostrar, mostrar y mostrar. Con puntería biológica Morgado los define así: “No se conforman con releer con orgullo sus libros y publicaciones, necesitan que otros las alaben porque su satisfacción requiere de la voluntad ajena” (Emociones Corrosivas).
Combinación de narciso, soberbia y vanidad. Nunca están satisfechos si no son el centro de atención y como imán pretenden magnetizar para que todas las miradas converjan hacia ellos. Destilan arrogancia y poder, la humildad le resbala. Desatan prevención y tiene una insolencia peligrosamente sin límites. Son atletas que saltan las barreras sociales. ¡Deben vencer siempre la carrera de obstáculos para llevar la posta de la notoriedad, no admiten relevos! Desde el punto de vista neurobiológico hay unas alteraciones en el lóbulo frontal y su personalidad carece de empatía. Sufren mucho, no comparten y su temperamento de “ayer de tarde” no los ayuda. Terminan solos, nada les satisface. La gente les teme, no los quiere. No ejercen liderazgo pues se creen omnipotentes: grandes pequeños reyecitos.
Múltiples alteraciones estructurales se han descrito en estos individuos; sus conexiones empáticas y sus circuitos están alterados. Hay estudios que demuestran menos sustancia gris en la corteza cerebral y especialmente neuronas en espejo disfuncionales. Además, la amígdala y estructuras límbicas como la ínsula y el cíngulo, están afectados. Una pequeña dosis de “brillantina” es aconsejable para la autoestima y la motivación. De doble filo el espejo cuando la imagen refleja vanidad y soberbia. Paciencia, hay que dejar que la vida vaya mostrando los caminos y sus designios.
Los días de confinamiento y meditación nos ha dado tiempo para intentar responder el tipo de liderazgo que se necesita. La pandemia ha sido un campanazo en donde hoy escuchamos mejor cómo repican. Nos ha enviado un mensaje sobre nuestras flaquezas. El tiempo de los lideres con perfil de déspotas, autocráticos, dominantes y egos robustos se desinfló. El “icarismo” dice oír las campanas, pero no descubren de donde viene el sonido. Eco que está pidiendo el liderazgo colectivo y comunitario.
La pandemia llegó y no sabíamos casi nada de ella. No la habíamos precisado con anticipación, ni siquiera nuestro cerebro la había simulado. Ha tocado aprender y hacer correcciones sobre la marcha. La inteligencia de quien guía estaba en aceptar que desconocía esta peste, pero debía aprender pensando en los demás. Rodearse de quienes ya habían estudiado el tema y conocían la forma de crear los modelos epidemiológicos con fundamentos matemáticos. Era un estudiante más del equipo de gobierno.
Ícaro, deslumbrado por el poder, lo mato la soberbia y la arrogancia. La humildad, es el sello más importante para generar el nuevo liderazgo. Queremos un ser común y corriente como líder. De carne y hueso. Un guía que hable con la verdad y se comporte con sencillez. Humildad genuina que a veces malquerientes interpretan como debilidad de carácter o proceder pusilánime. Ese que mira horizontal y empodera. Practica la inteligencia emocional, se conecta efectivamente con las redes sinápticas de la empatía y transmite en forma legítima los mensajes de preocupación y generosidad.
Publicado: mayo 7 de 2020
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