Las pandemias son narradas por la historia y han acorralado al hombre con la misma fuerza aterradora de los terremotos, las tempestades y la locura de las tormentas eléctricas. Aunque la literatura fantástica nos cuente de la odisea de Noé y su nave salvadora de los humanos residentes en los surcos y en los pueblos, con la carga de los animales en parejas únicas, responsables de volver a crear y multiplicar la vida después del diluvio, Noé es el primer ecologista, el defensor magister del medio ambiente.
Hoy, miles de años después, un ser secreto, microbianamente minúsculo, nos pone en jaque. De nada sirven las bombas atómicas, los tremendos buques, submarinos y aviones nucleares para derrotar y eliminar al coronavirus. Pero ese mismo trasegar ha dado a los científicos e investigadores la capacidad de enfrentarlo. Nos podrá obligar a ampliar los crematorios y correr los linderos de los cementerios, pero no nos derrotará.
El “bicho” nos enseñó – nos enseña – que no es posible predecir ninguna de las grandes catástrofes, que es una mal manera de vivir y morir el riesgo cuasi absoluto de perder la vida en los lugares peligrosos y desdeñar las palabras de los científicos, tecnólogos, técnicos y los sabios de la experiencia.
Pero la enseñanza más importante que deja esta crisis es el ejercicio de la solidaridad. En la medida que salían los enfermos chinos de su tratamiento, los pacientes de otros países ingresaban a los hospitales cargados de incógnitas. Los dirigentes políticos asombrados por inmensa responsabilidad, actuaron de consuno y cubrieron al mundo de mensajes y de partidas fiscales urgentes para taponar el avance del virus. Completemos el cuadro con la participación de la sociedad civil y estamos, al momento de publicar esta nota, en la respuesta de los pueblos que acatan las orientaciones en defensa de la especie humana. Los rasgos de la unidad humana son múltiples: las campañas de información a escala mundial, la importancia relevante de los profesionales de la salud: médicos, paramédicos, administradores de hospitales, y centros de salud, enfermeras, transporte especializado y un etcétera que va hasta los carretilleros de ataúdes italianos. Lo cierto es que no aparecen pruebas fehacientes indicadoras de una guerra biológica o una supuesta conspiración de alguna de las grandes firmas farmacéuticas. En el caso puntual de Antioquia es relevante la donación de 17 mil mllones de pesos por parte de los empresarios más connotados. En tiempos de gran peligro para la vida, es necesario combatir juntos al virus, para que no nos mate por separado. Así en la tierra como en el cielo.
Jaime Jaramillo Panesso
Publicado: marzo 24 de 2020
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