Lo que nos ha tocado vivir no es el primer colapso de la humanidad ni será el último. La historia de nosotros, la del hombre, está escrita con sangre, dolor, llanto y desolación. La diferencia de este cataclismo con otros esta en la respuesta del filosofo Emilio Lledó en entrevista para El País de Madrid: “Yo de niño viví la Guerra Civil española, vi la violencia en toda su brutal realidad, pero precisamente era eso, real. He oído las bombas estallar, he visto caer a un piloto en paracaídas, he visto el fuego de un combate aéreo en los cielos y también he percibido el olor de la muerte; eso lo he vivido yo, era la guerra, y sabíamos lo que había que hacer, ¿pero esto, qué es esto, dónde está aquí la violencia, qué es esta tranquilidad silenciosa que nos amenaza, ese peligro que no se oye, dónde está ese virus inodoro, incoloro e insípido?”
Esta bomba detonada por la naturaleza (partamos de que lo ocurrido no es un hecho generado por el hombre como consecuencia de su perturbada carrera por conquistar el poder absoluto que lo puede llevar a guerras biológicas) fue silenciosa, inesperada, impensada; “inexperimentada” como lo sentencio Lledó.
Hoy estamos iniciando la segunda semana de confinamiento obligatorio decretado por el gobierno nacional para mitigar esta apocalíptica pandemia que tiene de rodillas a la humanidad. El coronavirus nos permitió conocer la fragilidad del ser humano. Frágil porque arrinconó en cuestión de semanas al poder político, económico, académico, científico y a la sociedad. Pero todo no es malo: el coronavirus abrió la puerta que habíamos sellado donde habita el espíritu solidario que debe convivir en la humanidad.
No soy dado a creer ni menos a repetir sentencias que terminan predicándose por todo lado como la que escuchamos o leemos por ahí de que “el mundo no volverá a ser el mismo.” Tal vez algunas personas, estados, asociaciones cambien para bien, pero en verdad no le tengo optimismo a las promesas de cambio en medio de la tormenta. Pero si puedo concluir que una de las lecciones que nos deja el coronavirus es que la economía del mundo, nuestra economía, nuestra realidad social es demasiado frágil, sensible, calamitosa, miserable, eso tal vez pueda mover los cimientos de la economía para construir sobre lo construido un sistema económico más cristiano, comunitario, solidario.
Ojalá esta lección nos permita ser más humanos, entender que de nada sirve el individualismo, la acumulación, la ostentación, la vanidad. Ojalá que los gobernantes y políticos entiendan que el Estado debe regresar a garantizar y preservar el bien común. Ojalá que cuando pase esta noche oscura entendamos que a todos nos asiste responsabilidad de lo que esta por venir y es ver en la calle a millones de familias como consecuencia del descalabro económico que comenzamos a presenciar.
Después de la tormenta debemos mejorar nuestra humanidad, llevar la vida con sencillez, tranquilidad, sin angustias. Creo, tengo Fe, que saldremos de esto muy pronto, que mejoraremos, que mejoraré, que seré mejor conmigo mismo, con los demás.
Publicado: marzo 31 de 2020
0.5
4