Desde hace cerca de 50 años el sociólogo canadiense M. Mcluhan acuñó el término Aldea Global para mencionar el impacto sociocultural que tienen las comunicaciones en la vida de los pueblos y en donde la información llega en cuestión de segundos. Así, sin barreras, nos enteramos que pasa en China, cómo va el confinamiento en Italia, la intención de voto en Nueva York y la inflación en Argentina. Todo llega en segundos y da la impresión que estuviéramos presentes y protagonistas de los aconteceres del mundo.
Muchas ventajas y bondades de esta comunicación instantánea y quizá -como ninguno- el sector salud se ha beneficiado con la telemedicina. Hacer juntas medicas virtuales, conocer los últimos tratamientos, medir la realidad médica de los protocolos innovadores. Reunir un comité de expertos y consultar ese caso único, anecdótico en donde la experiencia mundial solo puede dar recomendaciones. Acercar al paciente y por medio de la magia de la comunicación tenerlo frente a nosotros, viéndolo y escuchando sus dolencias. Salud y tecnología van de la mano buscando bienestar y aproximando las regiones marginadas.
Sin excusas para su seguimiento clínico y por supuesto la actualización disponible para todos los profesionales. Incluso, las respuestas instantáneas, “machete virtual”, que nuestros médicos en entrenamiento tienen disponible para las revistas docentes en nuestros hospitales. Son estos medios parlantes de las políticas de salud pública y sus medidas de prevención. La educación no presencial ha abierto un gran camino y descentralizado las posibilidades de formación de todos los profesionales.
Mcluhan se quedó corto ante el avance de las comunicaciones. Las redes sociales hoy derrumbaron los muros y techos de esa aldea. Incendios forestales, como los del verano en el trópico, que quemaron la privacidad. Por otra parte, son una gran herramienta de Internet que aglutina a personas con intereses comunes o a familiares que se comunican por este cableado virtual y comparten datos, sucesos, fotos e imágenes. Pueden ser también los “picós” de los más íntimos secretos. Su uso racional y prudente es maravilloso, Pero sin control pueden convertirse en uno de los grandes tóxicos sociales. Que grato y nostálgico ver desde la distancia la imagen de un familiar celebrando sus ochenta, rodeada de nietos y bisnietos. Que enojoso también puede ser la imagen desgarradora de un familiar o amiga sufriendo la virulencia de cualquier enfermedad que la foto presenta. Las redes sociales tienen pues cableados con mensajes ponzoñosos y otros con recados generosos.
Como médicos conocemos el Juramento Hipocrático, el significado de la confidencialidad de la historia clínica y del secreto profesional. (Ley 23 de 1981, Ética Médica). Su objetivo es asegurar el derecho a la intimidad dentro del ambiente donde se mueve el individuo. Darle etiqueta a la presentación de casos clínicos es un imperativo ético (no mostrar la cara, ocultar la identidad, blindar a los menores etc.)
La intimidad es un derecho fundamental (Articulo 15 de la Constitución) y pasar por alto esta privacidad es vulnerar lo mas sagrado del ser. Sin su autorización no se puede difundir información o imágenes que comprometan su dignidad o coloquen su buen nombre en tela de juicio. EL responsable se expone a sanciones de alta consideración (Protección de Datos Personales, Ley Estatutaria 1581 de 2012). Es tan riguroso el tema que hay una sentencia de la Corte Constitucional (T-261 ,1995) que exige dentro de la misma familia el respeto a la identidad y privacidad personal. La protección de la vida privada en un deber del estado consagrado con derecho natural y es quizá su reserva la que modula las relaciones sociales.
Como médicos tenemos la obligación de cumplir el secreto profesional y como ciudadanos respetar el derecho de la privacidad y la intimidad de nuestros semejantes.
Publicado: marzo 19 de 2020
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