No hay duda de que estamos ante el mayor reto de nuestros tiempos, tal vez desde la Segunda Guerra Mundial, por culpa de la pandemia del covid-19, y que su impacto provocará cambios sustanciales en nuestra forma de vida. Eso sí, no nos vamos a extinguir ni habrá una cantidad de muertes tan grande como en otras situaciones catastróficas. Sin embargo, las consecuencias económicas serán muy graves y los efectos del confinamiento nos impactarán de un modo u otro a todos, tanto que hay que preguntarse si el 2020 será un año perdido para la mayoría de los habitantes del planeta. Por ahora, dejemos a un lado tan delicadas elucubraciones y hagamos unas reflexiones a mano alzada.
Para empezar, es una lástima que las actuales generaciones no practiquen el hábito de la lectura, el mejor de todos los pasatiempos. Y me refiero concretamente a la literatura, no a textos de autoayuda, revistas de farándula y otras yerbas. Para un buen lector no hay soledad ni aburrimiento. El buen lector saldrá incólume de cualquier cuarentena porque nunca serán demasiadas las horas libres para leer buenos libros, sean clásicos o modernos. Al que lee se le irán las horas y las semanas sin casi darse cuenta, sin tanta preocupación y sin desespero. Además, sin la agobiante claustrofobia de esos «osarios» de 40 o 50 metros cuadrados donde se hacinan cuatro, cinco y hasta más personas. Lamentablemente, el buen lector es un ave en vía de extinción.
También hay que lamentar otro hábito casi extinto, el del ahorro. La gente no sabe prever ni prepararse para situaciones de emergencia. Casi dan por sentado que no tendrán urgencias económicas o que contarán con alternativas expeditas para resolverlas, como el gota a gota o el tarjetazo, de las que no quedan sino sinsabores. La mayoría se gasta todo lo que le ingresa, sin importar el monto. Y como en Colombia la informalidad es superior al 60%, estamos ante el catastrófico panorama de una horda de compatriotas que no tienen ni un centavo para sobrevivir ni un mes sin trabajar. Ya se hacen propuestas de salvamento para las empresas, pero aquí lo que se va a necesitar es ponerle plata en el bolsillo a la gente, o comida en la boca, antes de que el hambre los haga volcarse a las calles a acabar con todo y con todos. Si se destinan más de 100 billones de pesos a una paz espuria, con mayor razón tiene que haber recursos para paliar esta crisis.
Por supuesto, eso de poner comida en la boca no puede convertirse en un asunto retórico. No es suficiente con que las autoridades digan que el abastecimiento está asegurado cuando, en realidad, hay tantos riesgos de escasez y de encarecimiento por el absurdo precio del dólar. Una de las consecuencias positivas que debe dejar la pandemia es que se busque una mayor seguridad alimentaria. Es que importar 14 millones de toneladas de alimentos al año (el 30% del consumo total) es un exabrupto para un país con vocación agrícola. Cierto es que son más baratos y que el país, en teoría, se termina beneficiando de los subsidios agrícolas que tienen los productores del primer mundo, pero sería bueno ver dónde se quedan esas ganancias y preguntarse qué haremos el día que no nos puedan abastecer. Valga decir que de las 27 millones de toneladas de producción nacional, se desperdician más de nueve millones, con lo que se podrían alimentar a los 13 millones de colombianos que viven en la pobreza. La seguridad alimentaria es un asunto estratégico que no se puede descuidar.
Pero miremos cosas positivas. Una de ellas es la consolidación de la virtualidad. Por fin se les dará la importancia que merecen tendencias como la educación virtual, el teletrabajo y la telemedicina, generando profundas transformaciones sociales. Se les acabó el reinado a los profesores de Fecode, que en vez de dar clase se dedican al adoctrinamiento marxista. Cualquier muchacho puede aprender más matemáticas viendo los videos de «Julio Profe», en Youtube, que calentando un puesto ocho horas diarias. De hecho, ya que no leen, buenos son los tutoriales que hay en la red sobre miles de temas, que nuestros jóvenes deberían aprovechar en esta contingencia haciendo a un lado las majaderías de los llamados «youtubers».
El teletrabajo y la telemedicina traerán ostensibles beneficios en ahorro de tiempo, calidad de vida, menor contaminación, reducción de costos y mil etcéteras más. Millones de personas pueden hacer su trabajo desde cualquier lugar del mundo, tan solo conectados a la red con un computador o un celular. Y millones de pacientes no tendrán que esperar meses para hacerle una pregunta a su médico o para que este monitorice sus signos vitales a través de un dispositivo remoto.
Es que no todo es malo; por el contrario, el ser humano siempre ha sacado cosas buenas de estas crisis porque, como solía decirse, «no hay mal que por bien no venga». Por ejemplo, hay también un despertar de la solidaridad y vuelve a ser deseable el conocer a los vecinos. Así que no hay por qué ser pesimistas. En esta guerra, el que se cansa pierde, pero se gana con un arma y una estrategia muy simples: el aislamiento.
Publicado: marzo 25 de 2020
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