La imponencia e inmensidad de Cien Años de Soledad, la gran novela de García Márquez, no se corresponde, aparentemente, con la pequeña aldea, Macondo, donde discurren sus historias. Igual podría decirse de buena parte de los escenarios de los cuentos de Borges y ni qué decir de la épica homérica. Los genios sintetizan en frases, comportamientos de los líderes, en cataclismos y tragedias, en movilizaciones e ideas, el carácter, la índole, el temperamento de los pueblos, eso que se resume en la palabra idiosincracia.
En Colombia, todos somos Macondo. Pero nadie, nunca, podrá arrebatar al Valle de Upar, al Magdalena y al sur de La Guajira, ser el laboratorio que nutrió las imágenes geniales que nos describen y representan a todos los colombianos: a caribes, andinos, llaneros o pacíficos. Todos somos herederos de Aureliano y Úrsula, y todos llevamos en la sangre algo de sus cuatro hijos: Aureliano, José Arcadio, Amaranta y Rebeca.
El caso Ñeñe, cuyas fotos y palabras fanfarronas, tantas exclamaciones producen por estos días en las emisoras y canales de Bogotá, es ocasión para revivir el observatorio sobre el anecdotario infinito del mundo macondiano. La mayoría de los periodistas toman las grabaciones al Ñeñe como verdades reveladas, como declaraciones tomadas de actas de la Cámara de los Comunes o de audiencias del senado de los Estados Unidos. ¡Estúpidos! Cuando oyen conversaciones del Ñeñe, tienen que tomarlas como lo que son, ¡conversaciones del Ñeñe!, igual que si oyen en un vallenato una noticia de Francisco El Hombre, un reclamo de Diomedes, un concepto político de Emiliano Zuleta o una certificación sobre factura literaria de Leandro Diaz. Son conversaciones de tierra caliente, que tienen tanto de ancho como de largo.
Todo lo macondiano es relativo y paradójico, como lo es la novela Líbranos del Mal, de Sánchez Baute que sintetiza, en el ciclo vital de dos valduparences, Simón Trinidad y Jorge 40, la maldad de las Farc y el nacimiento de su peor excrecencia, el paramilitarismo.
Vayan, pues, a través de estas líneas, algunos datos de cómo son las cosas de la política en Valledupar. Son insumos para que los histéricos comunicadores y políticos que se rasgan las vestiduras porque “el Ñeñe habló”, entiendan que de ahí, a tener piezas probatorias sólidas para llevar a la Corte Suprema, hay un trecho largo.
Hoy hay un misterio en Valledupar que nadie ha podido develar: ¿quién es Nico Duba?
Se han publicado editoriales en El Pilón y El Diario del Cesar (Valledupar tiene, ¡créanlo!, dos diarios impresos, cosa que no resisten Medellín ni Cali), hubo entrevista a Nicolla Stornelli -cuyo nombre coincide en algunas letras con el fantasma y quien se afana en negar ser el innominado-, en fin, todos quieren saber quién es Nico Duba. Como la Matilde Lina del paseo vallenato, “es elegante, todos lo admiran y en el pueblo tiene fama”. Pero nadie sabe quién es. En una cuenta de twitter que tiene abandonada desde junio de 2019, da tres pistas vagas: tiene una biblioteca que envidiaría Nicolás Gómez Dávila, usa gorras escocesas y dice vivir en Barcelona.
¿Por qué ese interés por Nico Duba? Porque es un escritor que está haciendo vivir a Valledupar y La Guajira, la historia de la tercera novela de García Márquez, La mala hora. No porque pegue pasquines en las puertas, sino porque publica artículos en las redes que se vuelven la comidilla política de todos los mentideros. A quienes pregunté por el misterioso libelista, me aseguran que sus denuncias y apreciaciones sobre la política y los actores políticos locales, parecen escritos por un ángel imparcial a quien Dios envió para informarse sobre la Sodoma política del Caribe.
Ahí tienen, los que se interesen, a google: basta que llamen a Nico Duba para que disfruten sus publicaciones. Yo simplemente les traslado algunos comentarios sobre el Ñeñe Hernández, el personaje con el que Petro y sus secuaces, ¡pobrecitos! pretendieron que iban a tumbar a Duque y s meter a la cárcel a Uribe: “El Ñeñe estaba mas pendiente de ostentar y presumir, que de concretar negocios. Esos diálogos triviales lo demuestran. En mi parecer creo que hasta su matrimonio con María Mónica fue una fantochería (…) El Ñeñe además de presumir bienestar económico cuando le sonreía la fortuna, era especialista en presumir amistades con poder. Eso lo aprendió de su fallecido padre, el Capi Hernández, quien era un gran relacionista público y en el buen sentido de la palabra un buen anfitrión. Hago una salvedad: el Capi, su progenitor, fue, además de hombre servicial y honrado, un hombre apreciado y querido por todos los políticos y terratenientes de la región”.
Publicado: marzo 16 de 2020
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