Iván Duque fue elegido senador por el Centro Democrático. Fue postulado a la presidencia por dicho partido y la obtuvo en virtud de una coalición de fuerzas políticas lideradas por el mismo. Sin embargo, desde su posesión el 7 de agosto de 2018 hasta ahora ha guardado claras e inquietantes distancias con el partido del que, dada su posición, es jefe natural. Es indiscutible que no ha ejercido un gobierno de partido y que la influencia de este en el poder ejecutivo nacional es bastante limitada.
Como el Centro Democrático no controla el Congreso, es lógico que el presidente Duque trate de asegurar su precaria gobernabilidad acudiendo a la colaboración de otras fuerzas políticas. Pero no es eso lo que en rigor ha hecho, pues buena parte de sus colaboradores dicen ser técnicos independientes, ora sin partido, bien de un supuesto partido de Duque que parece no identificarse con el Centro Democrático.
Esas disparidades entre la composición del equipo gubernamental y el CD explican en buena medida el deplorable resultado que este obtuvo en las pasadas elecciones. Basta con mirar lo que sucedió en Antioquia, a cuyos votos, catapultados por el CD, le debe Duque la presidencia. ¿Por qué, entonces, se perdieron la gobernación del departamento y la alcaldía de Medellín? Los votos que en sana lógica deberían haber favorecido al partido de gobierno, se deslizaron hacia una coalición liderada por los liberales, en el caso de la gobernación, o un supuesto candidato independiente, en el de la alcaldía. Y digo supuesto, porque en realidad es ficha del senador liberal Iván Darío Agudelo Zapata y quizás de sectores allegados al senador Gustavo Petro.
Es lo cierto que el CD resultó severamente averiado en el proceso electoral, lo cual parece estar dando lugar a fracturas internas de las que da cuenta la información que hace poco vi en un noticiero de televisión. Se habla de cuatro tendencias, dos de ellas poco favorables al presidente Duque, una alineada con él y otra de posibles tránsfugas que están a la espera de una normatividad que les permita liar sus bártulos hacia otras toldas.
De ser así las cosas, el debilitamiento del CD, que coincide con el de la imagen del hoy senador Álvaro Uribe Vélez, suscita serios interrogantes acerca del porvenir de nuestra política.
Sin negar los aspectos positivos de la actual gestión gubernamental en diversos frentes, por obra de las circunstancias, ya cerca de la mitad del período todo da a entender que no está dejando huella en la opinión pública, lo cual quiere decir que no la orienta y de hecho la está dejando al garete, a merced de unos medios que Santos dejó bastante pervertidos con su mermelada o están alineados con las consignas del mamertismo.
Hay ciertas tendencias en el manejo de la opinión que resultan bien inquietantes. Unas de ellas tocan con la revolución cultural que está en marcha y pretende imponer el aborto sin cortapisas, así como llevar al extremo la agenda lgtbi en la educación, la ordenación de la familia y en general la vida social. Si nos descuidamos, en el próximo periodo presidencial nos tocará presenciar las aberraciones que hoy se están imponiendo, por ejemplo, en España. Otras tendencias pretenden reproducir con el ELN el pésimo acuerdo que se hizo con las Farc y llevarlo hasta sus últimas consecuencias. ¿Y qué decir de asuntos litigiosos como el empleo del glifosfato para erradicar cultivos ilícitos o la puesta en práctica del fracking para aumentar la extracción de petróleo? Están, además, los que aspiran a vincularnos con los regímenes que siguen las orientaciones del fatídico Foro de San Pablo y alejarnos de la influencia norteamericana.
El CD ha sido un dique de contención de todas esas discutibles tendencias. Su debilitamiento las fortalece. Y el actual gobierno, salvo en el tema de las relaciones con el régimen de Maduro, no parece tener suficiente voluntad para encararlas. En algunos casos, da la impresión de estar dando largas. En otros, como el del aborto, se lava las manos, según lo denuncia mi apreciado amigo José Alvear Sanín en su más reciente escrito.
Hay quienes piensan que ya estamos bajo el gobierno de transición que quieren las Farc y que en el próximo debate presidencial los dos candidatos que pasarán a segunda vuelta estarán alineados con las tendencias de izquierda. Eso podría suceder si los partidarios de la democracia liberal no nos vamos poniendo de acuerdo desde ya para integrar una sólida coalición que enderece el rumbo que se ha detenido y hasta desviado bajo el actual gobierno.
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: febrero 27 de 2020
1.5
5