Uno puede cambiar de opinión frente a circunstancias también cambiantes, mas nunca cambiar de principios, como quien se quita algo que ayer le gustaba y hoy le estorba.
Santos pregonó la primera premisa para justificar la traición a sus electores y su claudicante negociación con las Farc, cuando lo que hizo fue abandonar sus convicciones sobre la seguridad como bien público y derecho fundamental, el imperio de la ley como base del Estado de Derecho, el rechazo al terrorismo y la no impunidad para delitos atroces, principios que defendió como ministro y candidato.
Para Iván Duque sería fácil, siguiendo ese ejemplo, declarar a Maduro su nuevo mejor amigo, agacharse a pedir la restauración de unas relaciones que no rompió Colombia sino Venezuela, ceder al chantaje del dictador para traer a Merlano, reiniciar negociaciones con el ELN y hasta postularse a otro Nobel.
Sin embargo, esa es una comedia que le está saliendo mal al dictadorzuelo, que tropezó con la coherencia de Duque. No creo en la captura “por casualidad” de Merlano, en un régimen policivo como el instaurado en Venezuela por los cubanos. Había que hacer el show de la captura, la burla a Duque y el desprecio a Guaidó, para hacer “generosamente” su ofrecimiento envenenado de relaciones consulares para entregar a la excongresista, que no implican el restablecimiento formal de relaciones, pero sí constituyen el reconocimiento de Maduro como interlocutor legítimo y presidente de Venezuela. ¡Qué más quisiera!
Duque no cayó en esa trampa, ni en la del chantaje ladino del temor al ventilador de Merlano, temor que el Gobierno no siente. Ceder iría en contra de las bases -principios- de su política exterior. Así las cosas, el regreso de Merlano es un asunto de deportación que depende del cumplimiento de Venezuela al convenio sobre la Policía Internacional.
Está de por medio la credibilidad del país ante los más de 60 países que reconocen al presidente Guaidó, además del liderazgo continental de Colombia, su dignidad y prestigio, pues un acercamiento al tirano sería símbolo de debilidad y haría saltar la estrategia del cerco diplomático, que no ha resultado tan rápida -es cierto-, pero sigue siendo el camino para el restablecimiento de la democracia en Venezuela.
Internamente, un cambio de rumbo de Duque representaría, para sus votantes, otra traición como la de 2010, mientras que los mismos que hoy le piden claudicar, lo acusarán mañana de claudicante. Es la estrategia de la izquierda: estigmatizar porque sí y porque no. Los mismos que exigen abrir el gobierno a la participación programática -no burocrática- de otros sectores, hoy, cuando da pasos en esa dirección, lo acusan de repartir mermelada a cambio de gobernabilidad al estilo Santos.
Es el costo de la coherencia, pero, como decían los abuelos: “primero muerto que descolorido”.
Publicado: febrero 5 de 2020
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