“¿Un enojo que no justifico es lo peor que le ha pasado al periodismo en Colombia?”
Pregunta que hace la periodista Viky Dávila en su columna Me Equivoqué, en la que presenta excusas al público e “incluso” a Hassan Nassar, periodista Consejero de Comunicaciones del actual gobierno, con quien tuvo el enojoso incidente que ya todo el país conoce.
Yo hubiera querido responderle afirmativamente a la colega, sin embargo, muy a mi pesar, tengo que decirle que, aunque no es la primera vez que comete una grave equivocación, y que lo que hizo esta vez es francamente vergonzoso y desmerece profundamente el oficio del buen hacer periodístico, no es lo peor que le ha pasado al periodismo colombiano.
Eso bien lo sabe ella que conoce de cerca, supongo yo, pecados bastante más graves que han cometido otros periodistas, puesto que los enumera en su artículo con mucha propiedad, al tratar de justificar, aunque diga que no, su deplorable conducta, hablando de quienes decidieron “ser fichas a sueldo de los carteles de la droga, los paras, las Farc o el ELN (…) los que comieron en la coca de los millonarios contratos del Gobierno Santos para hablar en favor de la paz”, los que utilizan las relaciones con las fuentes “para obtener beneficios y prebendas” como “algunos del circulito bogotano”, y todos esos otros desaguisados que también menciona.
El periodismo colombiano, aunque no ha muerto, sí está en estado agonizante. Y, aunque las malas prácticas no las inventó el del Nobel, sí fue durante su administración, esa en la que todo tuvo un precio y se invitó a la prensa a participar de la gran comilona de los millonarios contratos para promocionarse él y su tal paz, cuando el periodismo colombiano se postró “como nunca antes”.
Paradójico que durante el mandato de quien provenía de una de las casas periodísticas de más tradición nacional, fuera cuando más se deshonrara el noble oficio.
Ahora, muchos periodistas, con la complicidad de los medios donde trabajan y con fines meramente económicos, resolvieron hacer de la profesión un vulgar espectáculo en el que solo interesan el “rating”, la “viralización”, y “ser tendencia en redes sociales”, asuntos que nada tienen que ver con la función, esencia y principios del periodismo.
Se volvió costumbre publicar con nombres propios, conductas repudiables sin verificación de fuentes porque después, si la audiencia chista o les señala el error, sin pudor alguno, “descuelgan” o “despublican” y ¡san se acabó!
Las entrevistas, parecen indagatorias donde el periodista “vedette” hace de juez y el entrevistado de acusado que rinde indagatoria. Ahora bien, si el entrevistado pertenece a un partido político ajeno al de su preferencia, el juez (periodista estrella), que cree que libertad de prensa es decir lo que se le antoja (insultarlo como sucedió con la periodista Dávila) el espectáculo no puede ser más deplorable.
Urge el regreso a los dominios de los principios éticos y de comportamiento, acabar la desaforada búsqueda de audiencias ($) y el manoseo político ($) que precipitaron la degradación del periodismo.
Publicado: febrero 29 de 2020
4.5