Todo indica que la precampaña presidencial empezará antes de tiempo, en buena medida por la eliminación de la reelección. Desde ya, los distintos sectores ideológicos hacen planteamientos de cara a las elecciones de 2022.
Desde su derrota frente a Iván Duque, Gustavo Petro no ha cesado. A pesar de los fuertes cuestionamientos que se le han hecho y de los escándalos en los que ha estado envuelto, como el de la bolsa con dinero en efectivo, el jefe de la denominada Colombia humana ha estado en una campaña permanente, centrada en la desinformación y la dañina alimentación de la lucha de clases.
La agenda del odio promovida por Petro, le hace un flaco servicio al país. La sociedad necesita un liderazgo positivo, que desestimule la polarización y proponga una agenda que una a la nación, sobre unos aspectos fundamentales como el crecimiento económico, la disminución de la brecha social, el mejoramiento de los estándares de la educación básica -lo que empieza por la eliminación de Fecode, un sindicato que en la práctica es un directorio político de extrema izquierda que muy poca atención le presta a los asuntos propios de la educación-.
Hay que superar el viejo y nocivo mito de que el Estado debe ser el principal empleador. La administración debe simplificarse. Abundan las entidades que no tienen competencias claras, cuyas tareas bien podrían delegárseles a otras oficinas públicas.
La lucha contra la corrupción, debe ser real, palpable y trascendente. Aquello, no puede limitarse a un discurso. Hace algunas semanas, el presidente Duque planteó la creación de un bloque de búsqueda contra los corruptos, una iniciativa oportuna y necesaria.
A los corruptos, como a los narcotraficantes, hay que golpearlos donde más les duele: en el bolsillo. La extinción de dominio ha sido muy eficaz frente a la mafia.
Con jueces que evolucionen de manera rápida los procesos y con procedimientos expeditos para la extinción, el Estado debe poner en la mira el patrimonio de los corruptos y de sus testaferros. Todo, al final del día, se limita a un asunto de voluntad y decisión política.
La multiplicidad de partidos y tendencias políticas, obliga a la configuración de coaliciones ideológicas. Atrás quedaron los años en los que los partidos imponían candidatos propios en las elecciones. Iván Duque, por ejemplo, ganó la segunda vuelta de 2018 con el respaldo del Centro Democrático, el conservatismo, el partido liberal, las colectividades cristianas, un sector de La U y de Cambio Radical.
En 1994, cuando Ernesto Samper ganó las elecciones -impulsado por el dinero del Cartel de Cali-, fue la última vez que hubo un presidente de partido -el liberal- en nuestro país.
En el centro-derecha del espectro ideológico colombiano, se ha caído en el error de “convencer a convencidos”. El discurso, no se ha preocupado por atraer a nuevos simpatizantes, ni mucho menos por sintonizarse con el complejo segmento de electores integrado por jóvenes entre los 18 y los 30 años; los denominados millenials.
Unos a otros, se miran con desconfianza, como consecuencia de la desconexión entre ellos. Y aquello no se soluciona con ejercicios estadísticos, ni con análisis elaborados con insumos provenientes de grupos focales. La política, se hace oyendo a todos los ciudadanos.
El éxito de Álvaro Uribe en 2002, no fue consecuencia del azar. Él, silenciosa pero disciplinadamente, se dio a la tarea de recorrer al país, de hablar con sus gentes, oír sus preocupaciones y con base en aquellos insumos, elaboró su propuesta de gobierno de 100 puntos.
Su programa no fue escrito por unos estrategas políticos, ni unos publicistas. Lo hizo él, con base en los elementos que le entregaron los ciudadanos de todas las edades y condiciones.
Y ese mismo ejercicio, es el que tiene que empezarse a hacer desde ahora mismo de cara la próxima campaña política. Abriendo el espectro, buscando nuevos simpatizantes, oyendo a la gente, acordando nuevas alianzas y acogiendo a líderes que puedan hacer aportes interesantes.
No puede perderse de perspectiva que, además de la construcción de una candidatura presidencial, es fundamental identificar jugadores de peso para las listas al Congreso, que apoyen el proyecto político y que, sobre todo, le den un nuevo aire al legislativo.
Álvaro Uribe enseña que el buen político -como él- es aquel que está en campaña permanente. Y ese ejemplo debe servir para esta fase de precampaña en la que se trazará el discurso del, por llamarlo de alguna manera, “uribismo 2.0”.
Publicado: febrero 27 de 2020
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