Dios bendijo mi hogar con dos nietecitos, que son los primeros y quizás sean los últimos. Son mellizos y ya cumplieron un año y dos meses. Joaquín y Amalia tienen los mismos progenitores, se gestaron en el mismo vientre materno, nacieron uno en seguida del otro, pero son muy distintos. Joaquín es un hombrachón; Amalia, en cambio, trasunta feminidad en todas sus manifestaciones. Como dice el libro del Génesis, «Varón y mujer los creó» (Gen. 1, 27). Sus respectivas identidades sexuales son obra de la naturaleza, no del ambiente familiar ni de la cultura predominante en la sociedad.
Pero una ideología depravada, la de género, pretende que las raíces biológicas de sus diferencias sexuales son algo adventicio que no necesariamente condiciona ni mucho menos determina sus actitudes y sus comportamientos, pues el género, que hasta no hace mucho era una categoría gramatical, es algo que se elige arbitrariamente por encima de la naturaleza e incluso de la cultura. Por consiguiente, no es el caso de admitir que Joaquín asuma roles masculinos en su desarrollo vital, como tampoco que Amalia se comporte como mujer. Hay que darles oportunidad para que cada uno elija dizque libremente cómo quiere ser, lo cual significa que a Joaquín no lo podemos tratar como varón ni a Amalia como mujer, porque ello supuestamente significaría violar sus libertades.
El buen sentido indica lo contrario. Educar a Joaquín como varón y a Amalia como mujer significa respetar sus respectivas naturalezas. Lo que pretende imponer de grado o por fuerza la ideología de género conlleva violentarlas.
Esta ideología se ha difundido sobre bases conceptuales harto discutibles acerca de la naturaleza y la cultura, así como de la libertad, la igualdad y la dignidad humanas. En el fondo, es un instrumento político urdido para limitar el crecimiento de la población humana.
No es osado sugerir que la distinción tajante entre naturaleza y cultura en la condición humana procede de la ontología cartesiana, que escindió de modo radical el mundo de lo extenso, es decir, lo material, y el del pensamiento, esto es, lo espiritual. A partir de ahí, colijo que Kant separó en su concepción antropológica lo que está sometido a los determinismos naturales y la esfera de la libertad, que escapa a aquellos y no podemos fundarla en la consideración objetiva de los hechos, sino suponerla como un dato a priori constitutivo de la dignidad humana.
Según Luc Ferry, esta dicotomía que contrapone los determinismos naturales y el indeterminismo del espíritu es la base de la distinción que establece Sartre entre el ser y la nada. Los entes naturales están determinados por sus respectivas esencias, que fijan su ser. En el hombre, en cambio, la existencia precede a la esencia. Él se hace a sí mismo a partir de una nada originaria. La nada es lo que carece de esencia. De ahí se sigue la idea que Leo Strauss relaciona con el maquiavelismo acerca de la maleabilidad de la naturaleza humana. Esta idea, que supuestamente destaca la libertad del hombre, en el fondo conlleva la posibilidad de su negación, pues permite pensar que los detentadores del poder están en capacidad de moldear al ser humano como les parezca y convenga.
Es lo que está en curso ya entre nosotros, cuando, por ejemplo, la alcalde de Bogotá se propone dizque crear nuevas masculinidades y poner en ejecución políticas de género acordes con sus preferencias sexuales.
En otra oportunidad me he referido al importante libro de E. Michael Jones, «Libido Dominandi, Sexual Liberation, Political Control«, que describe el origen y el desarrollo de la revolución sexual que se ha extendido en los países occidentales y la ONU pretende imponer en todo el orbe, según lo denuncia Mgr. Schooyans en «La Cara oculta de la ONU«. Sobre este proceso hay un ilustrativo comentario que destaca la obra de Gabriele Kuby, «The Global Sexual Revolution«.
En otros escritos me he referido más detalladamente a estos tópicos; v.gr. en Las aguas bajan turbias y La homosexualización de la sociedad.
Si bien los promotores de esta revolución en las costumbres dicen actuar en favor de la libertad, la igualdad y la dignidad humanas, dentro del concepto caro al marxismo de emancipar al hombre de todos sus constreñimientos naturales y sociales, en el fondo lo que buscan es controlarlo para que no se reproduzca. Las ideas matrices son simples: estimulando el apetito sexual es posible manipular a los seres humanos, siempre y cuando se lo disocie de la reproducción, y el mejor método para lograrlo es la promoción de la homosexualidad que, de suyo, brinda un goce que excluye la actividad procreativa.
Esto se halla expuesto con nitidez asombrosa en «The New Order of Barbarians» que transcribe el contenido de unas conferencias que se dictaron a estudiantes de Medicina en Pittsburgh hace más de medio siglo. Ahí se hablaba de unos programas que ya se habían decidido en altos círculos del poder mundial, no ajenos a la Francmasonería, y se estaban poniendo en ejecución meticulosamente. Randy Engel, una famosa periodista de investigación norteamericana que las hizo conocer, observó que después de leer estas revelaciones nuestra imagen del mundo que nos rodea se altera sustancialmente. En rigor, se torna aterradora.
La revolución sexual que pretenden imponer Claudia López en Bogotá, Daniel Quintero en Medellín, y muchos otros más en distintos lugares e incluso en el orden nacional, actúa a través de distintos medios, el principal de los cuales es el sistema educativo. Como cambiar las actitudes de los adultos que ya vienen condicionados por la moralidad tradicional resulta muy difícil, la destrucción de la misma se busca actuando sobre la infancia, la adolescencia y la juventud, desconociendo el papel de los padres en la formación de los hijos e imponiéndoles a estos nuevas pautas de comportamiento sexual.
Tal como ha venido haciéndose en otros países, estos mal llamados progresistas quieren obligar a mi hijo y mi nuera a que se abstengan de vestir a Joaquín como varón y a Amalia como mujer; a que Joaquín no se divierta con juguetes de niño ni Amalia con juguetes de niña; a que precozmente y destruyendo su inocencia dizque disfruten del sexo mediante la masturbación, las prácticas orales y si se quiere de la penetración anal; a que si se sienten insatisfechos con el sexo que les impuso la naturaleza, opten ad libitum por cualquiera de estas tres variaciones del género, el travestismo, el transgénero o la homosexualidad.
La diferenciación sexual viene impuesta por la naturaleza en función de la reproducción. Bien se sabe que no hay genes homosexuales. Sin embargo, hay sexualidades normales y las hay anormales que obedecen a distintos factores extrínsecos que ocurren sobretodo en la infancia y no son fruto de la libre elección, sino de compulsiones inconscientes. Pero lo que hoy se considera políticamente correcto pretende eliminar toda frontera entre lo normal y lo anormal; lo bueno y lo malo; lo que conduce a la realización cabal de la persona humana y lo que la envilece, la degrada y la destruye.
Evidentemente, no es el caso de criminalizar de suyo estas y otras manifestaciones de la sexualidad, por inadmisibles o extrañas que nos parezcan, pero tampoco lo es el de ensalzarlas, presentándolas como paradigmas socialmente deseables y dignos de imponerse incluso por la vía de la coerción. Tras ellas suele haber mundos sórdidos constitutivos de lo que Buñuel llamó en una película famosa «ese oscuro objeto del deseo», que es preferible mantener dentro de los límites de la intimidad. A propósito de ello, no deja de impresionarme, por ejemplo, el descensus ad inferus que describe George Painter en su excelente biografía de Proust, cuya exquisita sensibilidad no le impedía rebajarse a las prácticas homosexuales más aberrantes. ¿Hay qué adiestrar en las mismas a los educandos, a fin de que cuenten con elementos de juicio para ejercer su «Free choice»?
Si se ha de promover el «Orgullo Gay», como lo hizo Petro cuando fue alcalde de Bogotá, ¿por qué no el orgullo del macho o el de la hembra? ¿Son estas condiciones fuentes de legítimo orgullo? ¿No es este, mal entendido, un defecto de carácter que hace estragos?
Hay mucha tela para cortar en lo de la dignidad, la libertad y la igualdad humanas, que son conceptos de los que tanto se ha abusado que han perdido su auténtica significación. Uno de los dramas del momento actual reside precisamente en que carecemos de respuestas adecuadas a la cuarta pregunta crucial de Kant: ¿Qué es el hombre?
¿Qué le espera a la humanidad si los prospectos de la revolución sexual que se inspira en la ideología de género se llevan a cabo? ¿Qué podría resultar del experimento de las «nuevas masculinidades» que aspira a imponer Claudia López en Bogotá? ¿Qué les espera a Joaquín y Amalia bajo este nuevo orden que pretende violentar sus respectivas naturalezas?
Claudia López, Daniel Quintero y otros más tienen el poder de subvertir el orden natural gracias a los votos de muchos abuelos y padres de familia que no han sido conscientes de lo que esas ideas significan. Llegará el día en que, como sucede en otras latitudes, los padres de familia que se opongan a estos experimentos de ingeniería social se vean amenazados con la pérdida de la potestad sobre sus hijos e incluso sufran penas correccionales o algo más fuerte. Y si manifiestan su oposición a la ideología dominante, podrían ser procesados por el delito de odio que ya existe en nuestra legislación positiva.
Insisto reiteradamente en que se lea lo que escribió Janet Folger en «The Criminalization of Christianity» sobre la persecución que se cierne en contra de las ideas cristianas en países que interpretan la secularización hasta el punto de negarnos a los creyentes la libre manifestación de nuestras ideas, que incluye la posibilidad de censurar lo que moralmente nos parece inadmisible. Si nos parece mal la exhibición del beso lésbico de la alcalde de Bogotá con su compañera sentimental o la parodia de matrimonio que dijeron haber celebrado, estaremos expuestos a que se nos reproche por homófobos, oscurantistas y otras yerbas. No faltará quien ejerza en contra nuestra acciones de tutela y hasta pretenda someternos al rigor de procesos penales. Pero, ¿son modelos dignos de presentárselos con encomio a nuestros hijos y nietos?
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: enero 16 de 2020
4.5