La literatura médica ha definido el Síndrome de Abstinencia (SA) “como una serie de reacciones físicas o corporales que se suscitan cuando un ser humano que es adicto a una determinada sustancia deja de consumirla”. El SA también se conoce como “el mono” y está relacionado con cualquier producto que tenga el potencial de crear dependencia. Los síntomas están directamente ligados con el tipo de psicoactivo que se consuma, y, por lo general, la reacción que produce el SA, es contraria al efecto de la droga que se utiliza: mientras que la ingesta de alcohol y el consumo de cocaína, por ejemplo, generan euforia desbordada, cuando estos depresores o estimulantes del sistema central (según el caso) “abandonan” por un periodo considerable el cuerpo, el decaimiento, la agresividad y la depresión hacen de las suyas.
Como puede apreciarse, el impacto del SA no es solo físico; también es mental y, si se quiere, espiritual. Ustedes dirán: ¿y qué hace De La Espriella hablando de esta jugada? Tranquilos, no estoy en eso; lo más pesado que he “metido” en toda la vida son dos Dolex de 500 miligramos. Pero se me vino a la cabeza que toda esta locura colectiva en la que artistas, políticos, periodistas, personas influyentes, opinadores y deportistas le reclaman las desgracias de Colombia al presidente Duque y su gobierno, que tan solo lleva poco más de un año, guarda relación directa con una sustancia o elemento que podría generar más adicción y daños que la heroína, a juzgar por los efectos nefastos que ocasiona: basta ver la cara de Roy Barreras para entender el tema, la conocida y nunca bien ponderada “mermelada”, institucionalizada con honores, bombos y platillos en el gobierno del tartufo Santos, de la mano de su ministro de hacienda.
Todo indica que, sin “mermelada,” el país del “Sagrado Corazón de Jesús” es absolutamente ingobernable. Iván Duque, haciendo lo correcto (el deber ser) se ha estrellado con el peor de los mundos: no girarles de la teta del Estado a tantos incapaces de producir por otros medios, le ha granjeado al primer mandatario de los colombianos el más espinoso y accidentado de los caminos posibles, en la titánica tarea de manejar un país que hasta en circunstancias normales suele ser convulsionado.
Ahora bien, no pretendo tapar el sol con un dedo: Colombia tiene una deuda social histórica, en la que la exclusión y la marginalidad han sido los derroteros. Y es precisamente en ese tipo de escenarios en donde se incuban todas las formas de violencia. Todos tenemos que hacer lo que sea menester para que los pobres tengan un mejor futuro, pero de ahí a achacarle la culpa exclusiva del desmadre que padecemos como sociedad y nación a Duque, hay un trecho bien grande. Por ello no es difícil concluir que la estrategia de ciertos sectores de la sociedad para desestabilizar al Gobierno, es, en realidad, una cuenta de cobro. De ahí que los medios que dejaron de recibir pauta y otros tantos personajes que tenían como “empleador” al Estado, a través de contratos y otras canonjías, instrumentalizan los reclamos válidos de los descamisados y la desinformación de tanto estudiante desubicado, para torpedear a un gobernante bien intencionado, que no es el problema, sino más bien la solución. No pararán hasta sacar al presidente de la casa de Nariño: no la tendrán fácil con Duque; se están equivocando. Sin embargo, en los tiempos del tartufo hicieron mutis por el foro, mientras aquel despreciable sujeto feriaba las finanzas públicas y arrodillaba la democracia.
Nada bueno puede esperarse de personas que creen que el presidente Duque es un asesino, que Álvaro Uribe es lo peor que le ha pasado a Colombia, que el ESMAD es un escuadrón de la muerte, que no se deben fumigar los cultivos ilícitos o bombardear campamentos del crimen organizado, o que el Ejército debe pedir permiso para hacer presencia en las regiones, al tiempo que consideran que Petro es un prócer, y los miembros del secretariado de las Farc, una suerte de incomprendidos a los que ni siquiera se puede señalar por la estela de crímenes de lesa humanidad que a su paso han dejado.
Por lo demás, las propuestas del “comité del paro” no solo son inviables sino subversivas, a más de exigencias que no admiten diálogo alguno: el Jefe de Estado no puede ni debe abolir un cuerpo de la Fuerza Pública, porque así se lo demandan esos “señores”; ni mucho menos derogar, por órdenes de gentes que no son Gobierno, ley alguna ni implantar la que esos ciudadanos le ordenen. Lo mismo ha de decirse de las demás. El “comité de paro” no tiene autoridad alguna para obligar al Gobierno nacional a actuar en un sentido u otro, entiéndanlo bien. Y recuerden que, como dice el dicho, “proponer no es obligar”.
En fin, son tiempos oscuros, en los que los valores se subvierten y los principios se hipotecan. La narrativa de la izquierda consiste precisamente en eso: armar el caos moral, para desembocar en la debacle social, que lleve a los ciudadanos a pensar que el Estado es su enemigo y que sus verdugos de siempre se han vuelto protectores desinteresados de la noche a la mañana.
La ñapa I: Ciertos artistas pueden ser muy buenos en su campo, pero malas personas. Por causa de esto último, lo primero no habrá de durar mucho tiempo.
La ñapa II: No es cierto que exista un proyecto de ley con el mote de “ley Andrés Felipe Arias”; eso es un invento de los medios tradicionales que mienten con descaro, a fin de ganar lectores y de engañar a la opinión, porque, de llegar a ser aprobado, podría favorecer al exministro conservador, como a muchos otros aforados. La mala leche de la prensa, en ese caso, es evidente.
La ñapa III: Si todos los “manifestantes” son tan “brillantes” como la “intelectual” que puso en Facebook “el paro es feminista o no es”, no cabe duda de que la guachafita de las últimas semanas está condenada al fracaso.
La ñapa IV: Preocupa la salud mental de Fajardo: verlo marchar esta semana en la plaza de Bolívar es cosa exótica en un individuo que se ha caracterizado por la ambigüedad en su visión y en su quehacer político. ¿O será más bien que la excanciller Holguín, su nueva novia, le ordenó hacerlo?
La ñapa V: Como todos los años haré una pausa en este mes de diciembre. Los dejo descansar de mí unos días. Feliz Navidad, y los mejores deseos para el 2020. Nos vemos en enero.
Publicado: diciembre 8 de 2019
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