Es imposible pretender que un país pueda tener un desempeño económico adecuado si no existe un sistema tributario que facilite la inversión -local y extranjera- y el emprendimiento. Esta premisa, que la izquierda simplifica en mediocres expresiones como “darles gabelas a los ricos”, la conocen a la perfección las principales economías del mundo.
Estados Unidos, por ejemplo, en 2017 y gracias a la visión empresarial de Donald Trump realizó la reducción de impuestos corporativos más agresiva desde la era de Ronald Reagan en los 80´s, dado que estos se disminuyeron del 35% al 21%. El resultado, dos años después de su entrada en vigencia, es que el Dow Jones -el indicador de la bolsa de Nueva York- está en el punto más alto de su historia -más de 28mil puntos- y el desempleo se encuentra por debajo del 4%, algo que no sucedida hace más de 50 años.
Este caso, que no es una situación aislada, nos lleva a otra innegable realidad. En el mundo globalizado de hoy la tasa de tributación, junto a otras variables como la seguridad jurídica, es uno de los factores más determinantes que tienen en cuenta los inversionistas a la hora de establecer a qué país van a llevar su capital y en este aspecto el desempeño de Colombia es una vergüenza.
Actualmente, el Estado se queda con el 71.2% de las utilidades de las empresas, mientras que los demás países de la región, con quienes competimos directamente por atraer inversionistas, tienen tasas impositivas que no llegan al 40%: Chile 34%, Perú 36.8%, Canadá 24.5%, Panamá 37.2%.
Es decir, por más que algunos sectores aboguen por aumentar los impuestos a las empresas, adelantar tal acción lo único que termina generando es que el País pierda competitividad en la región y ahuyente a los inversionistas, lo cual, a su vez, repercute en un menor flujo de capitales al interior de nuestra economía y menos generación de empleo formal.
Por eso es que la Reforma Tributaria es tan importante para el futuro de Colombia. En su primer año de vigencia -antes que la Corte la tumbara por vicios de forma- logró que la inversión extranjera directa aumentara un 24%, que el crecimiento del PIB fuera superior al 3% después de 3 difíciles años donde, inclusive, en el 2017 sólo se llegó al 1.4% y que Colombia fuera la única excepción a la desaceleración que se está viviendo en la región.
Ello se logro, entre otras medidas, porque la mencionada tasa del 71.2% se redujo casi al 50%, se creó la exención de 10 años del impuesto de renta a las inversiones agroindustriales, de 7 años para los proyectos de emprendimiento y se fortaleció a la Dian para que por medio del mayor recaudo -que este año aumentó más del 11.6%- generado en la lucha contra la evasión se compensaran los recursos que se dejan de percibir de los impuestos corporativos.
El sector privado, en definitiva, no se puede ver bajo ninguna circunstancia como un enemigo al cual hay que exprimir desde el Estado. Este crea el 85% de los empleos del País, de los cuales, valga resaltar, el 70% son creados por pequeñas empresas, las cuales son las más aliviadas con esta Reforma que sin lugar a dudas se convertirá en el propulsor de la inversión y del crecimiento económico en Colombia.
Publicado: diciembre 18 de 2019
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