En las inmediaciones de la Universidad de Antioquia, unos facinerosos se disponían a amedrentar a la ciudadanía, lanzando artefactos explosivos artesanales.
Entre los antisociales, se encontraba Julián Andrés Orrego, estudiante de educación física en aquel centro académico. Embozado y en posesión de varias “papas bomba”, Orrego y sus lugartenientes tenían bloqueada la vía -avenida Barranquilla-, una acción evidentemente ilegal, pues ninguna persona -que no integre la Fuerza pública- goza de la facultad para impedir el derecho de locomoción de los colombianos.
Los medios tradicionales, han presentado el episodios como un “incidente”, una definición desafortunada, por no decir inaceptable.
Cuando una persona resuelve acudir a la violencia y al terrorismo, debe asumir las consecuencias de su conducta antisocial.
Un valiente conductor de motocicleta, arriesgando su propia vida, no permitió que los revoltosos interrumpieran su desplazamiento, razón por la que siguió de largo. El delincuente Orrego, tal y como quedó registrado en los videos, intentó derribar al conductor de la moto, quien logró sortear la embestida.
Los explosivos que él tenía en su poder, detonaron. Al cabo de unos minutos, falleció.
No puede caerse en generalizaciones, ni asegurar que los estudiantes de la universidad de Antioquia estén de acuerdo con las acciones violentas llevadas a cabo por sujetos de la catadura de Orrego. La gran mayoría de ellos, no comparten ese tipo de acciones.
En vez de estudiar y valorar la oportunidad que le otorgó la Universidad de Antioquia, Orrego decidió caminar por la vía del crimen. No se puede perder la perspectiva: los cupos en las universidades públicas son muy limitados. El asiento que el facineroso que perdió la vida mientras participaba en acciones de terrorismo, bien pudo ser ocupado por un muchacho que realmente tuviera interés de estudiar para progresar en la vida.
La muerte de Orrego debe servir como un ejemplo para todos los participantes de las protestas que se adelantan en contra del gobierno del presidente Duque. Es válido expresar el descontento, sin necesidad de acudir a la violencia. Los argumentos y la dialéctica, no pueden ser reemplazados por artefactos terroristas, como los que Julián Andrés Orrego tenía en su poder.
No dejan de ser lamentables las voces que culpan al conductor de la motocicleta por la muerte de Orrego. Una verdadera estupidez. Sea quien sea la persona que estuviera conduciendo aquel vehículo, no hizo nada que sea mínimamente reprochable. La banda delincuencial que estaba intimidando a la comunidad con sus bombas, no tenía facultades ni derechos para suspender la movilidad en la avenida donde se produjeron los hechos.
Al decir popular, Orrego, como cualquier otro terrorista, “murió en su ley”. Él tomó el oscuro camino del uso de la violencia y la secuela de su decisión fue fatal.
Publicado: diciembre 4 de 2019
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