Se conocieron los resultados de las pruebas del Programa de Evaluación Internacional de Alumnos (PISA, por sus siglas en inglés) del 2018. Muestran, una vez más, un panorama sumamente grave de la educación en nuestro país. Esas pruebas, estructuradas por la OCDE y que se aplican desde el 2000 (Colombia hizo la primera evaluación en el 2006), miden cada tres años las capacidades en matemáticas, ciencias y lectura de estudiantes de noveno grado de colegios públicos y privados de 79 países, entre ellos todos los de la OCDE. El año pasado la tomaron 8.500 estudiantes de 250 colegios colombianos, muchos menos de los 13.718 de 380 colegios de las pruebas del 2015. No se los motivos por los cuales diminuyeron el número de estudiantes y colegios que tomaron la prueba, pero espero que no haya sido para escogerlos con miras a que mejorara la evaluación. De ser así, los resultados sería aún peores.
En efecto, Colombia quedó de último entre los miembros de la OCDE y de 58 entre todos. La calificación fue de 412 puntos en comprensión de lectura, cayendo 13 puntos y volviendo al nivel del 2009. Estamos 75 puntos por debajo del promedio de la OCDE. Un examen más profundo muestra que el 50% de los estudiantes está solo en el nivel 1 o 2 de lectura, es decir, no es capaz de identificar la idea principal en un texto. En otras palabras, la mitad de los estudiantes colombianos no entiende lo que lee. Solo el 1% alcanzó los niveles 5 o 6, los más altos. En la OCDE el promedio es del 9%.
En ciencias el resultado fue parecido. La calificación fue de 413, 3 puntos menos que en el 2015, 76 puntos por debajo del promedio OCDE. Acá también cerca del 50% de los estudiantes está en los niveles 1 y 2. En matemáticas hubo una mejora insignificante: el promedio fue de 391, 1 punto más que en el 2015, pero aún más abajo (99 puntos) que el promedio de 489 de la OCDE. El 65% de los estudiantes colombianos calificó en el nivel 1 y de nuevo solo el 1% estuvo en los niveles 5 o 6.
Por otro lado, las niñas leen mejor que los varones, 10 puntos más en promedio, pero les va mucho peor en matemáticas (20 puntos menos) y en ciencias (12 abajo).
Para rematar, las pruebas muestran que la educación tiene un sesgo clasista: en comprensión de lectura, por ejemplo, los estudiantes en “desventaja”, es decir, en el cuarto socioeconómico inferior, tienen 86 puntos menos en promedio que los que se encuentran en el cuarto superior. Solo 1 de cada 10 estudiantes en desventaja califica como los estudiantes del cuarto superior.
No he podido encontrar los resultados comparados de los colegios públicos y privados. Pero si, con algunas excepciones, la educación privada en Colombia es mala, como lo demuestra PISA 2018, la pública es un desastre. En efecto, las pruebas SABER del año pasado muestran que solo hay 8 colegios oficiales entre los primeros 500 y el mejor calificado es el número 100 de la lista.
He insistido una y otra vez que la base de la educación de calidad son los profesores. Buenos maestros hacen buenos estudiantes. Pero la clave de los profesores no está en sus estudios, como se piensa equivocadamente. No son los grados universitarios lo que hace a un maestro bueno o malo. Usted puede tener doctorado en Harvard y ser un pésimo profesor. En Colombia, el 12.5% de los estudiantes socioeconómicamente aventajados y el 9.8% en desventaja tienen profesores con maestría. En Dinamarca son el 5.8 % y 2.7%. Y el mejor de todos los países calificados en PISA, China, tiene 17.8% y 3.5%, respectivamente. Con esto no estoy diciendo que no haya que hacer un esfuerzo enorme en la formación de los maestros, cuyas facultades universitarias son malísimas, sino que la calificación de los profesores debe hacerse con base en las de sus alumnos y no por los grados universitarios. Si los estudiantes mejoran, se premia al maestro. Si los resultados de sus estudiantes siguen siendo malos, al profesor hay que cambiarlo.
Ahí está el problema: FECODE, el mal afamado sindicato de maestros, no ha permitido una evaluación correcta de sus miembros. Se ha dedicado a cuidar y acrecentar sus privilegios, a adoctrinar en un socialismo cavernario a los alumnos, y le importa un comino la calidad de la educación que sus afiliados imparte. Es de esto que hay que hablar en el Congreso y en las “conversaciones” con el gobierno. Y de como gastar bien el presupuesto. Los aumentos presupuestales, sin cambios en la calidad de la educación, es dinero que va a la basura.
Publicado: diciembre 17 de 2019
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