La caída del usurpador boliviano, el cocalero Evo Morales Ayma, es una victoria indiscutible de la OEA, organismo multilateral que confirmó que el resultado de las últimas elecciones en ese país, fue objeto de una burda adulteración.
Morales, que dirigió los destinos de Bolivia durante casi 14 años, fue uno de los más obsecuentes segundones del castrochavismo. Llegó al poder, respaldado por los cocaleros, mineros y campesinos de su país y, por supuesto, con el apoyo irrestricto de los “petrodólares” que el dictador venezolano, Hugo Chávez le irrigó a su campaña.
Morales asumió el poder, en medio del boom de la izquierda afecta a ese cáncer denominado socialismo del siglo XXI.
Bolivia, país en el que no existía la reelección presidencial, hizo un cambio de la constitución, para efectos de permitirle a Evo que corriera por segunda vez, en las elecciones de 2009. Lo mismo sucedió en 2014.
Para evitar un cuarto mandato suyo, se convocó a un referendo en el que la ciudadanía, mayoritariamente votó en contra de una nueva reelección presidencial. El 51% de los ciudadanos, en una jornada en la que participó más del 84% del censo electoral, cerraron la puerta para una nueva reelección del cocalero.
No obstante la voluntad del pueblo, como Juan Manuel Santos, Evo Morales se robó el resultado de esas elecciones e invocando un argumento peregrino -aseguró que prohibirle una nueva candidatura, era una violación de sus derechos humanos-, hizo que sus mayorías en el congreso, aprobaran la reforma que lo habilitó para inscribirse como candidato en las presidenciales que tuvieron lugar el 20 de octubre pasado.
El fraude fue vulgar. Todos los conteos indicaban que debía realizarse una segunda vuelta entre él y el candidato opositor, Carlos Mesa. Pero Morales y sus secuaces llevaron a cabo las manipulaciones correspondientes, que perfeccionaron el robo de esas votaciones, despertando así el descontento de una ciudadanía que se botó a las calles para, de manera pacífica y civilista, rechazar el zarpazo del prohijado de las satrapías venezolana y cubana.
Para bien de la libertad y de la democracia, Evo Morales tuvo que salir del poder. La extrema izquierda colombiana -esa misma que hace causa común con el terrorismo de las Farc y mafiosos de la talla de Maduro y Diosdado Cabello-, habla de “golpe de Estado. Nada de eso.
Evo Morales cayó, como tarde o temprano terminan desplomándose todos los tiranos. Es cuestión de tiempo. El próximo en la lista, tiene que ser el genocida Nicolás Maduro.
Es natural que el corrupto exterrorista del M-19, Gustavo Petro, lamente y se rasgue las vestiduras por la situación de Morales, como tampoco tiene por qué extrañar que el violador y de niños y extraditable de las Farc, alias Carlos Antonio Lozada diga que en Bolivia “una vez más la derecha pisotea la institucionalidad y recurre a la violencia para hacerse al poder”.
Lo cierto es que la salida de Evo Morales del gobierno, se constituye en una luz de esperanza para el oprimido pueblo boliviano, atosigado y maltratado por un gobernante que se pasó por la faja a la democracia, intentando perpetuarse en la presidencia. Gracias a la verticalidad de los ciudadanos de Bolivia, el cocalero Morales no pudo salirse con la suya.
Publicado: noviembre 12 de 2019
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