«Fangal» es un tango póstumo de Enrique Santos Discépolo, el famoso creador de «Cambalache». Como quedó inconcluso al momento de su muerte, lo completaron en letra y música los hermanos Homero y Virgilio Expósito, y lo difundió, entre otros, Edmundo Rivero. Trata de una «pobre mina que nació en un conventillo con los pisos de ladrillo, el aljibe y el parral», que andaba en malos pasos y un redentor de la estirpe de «Soy un arlequín» (otro tangazo discepoleano) trata de salvarla sin remedio. En el agregado de Homero Expósito, la pobre mina queda retozando en el fangal, mientras el redentor se duele de su ingenuidad: «Fui un gil, porque creí que allí inventé el honor…»
Esta penosa historia me hace pensar en la suerte de nuestra pobre patria colombiana, que después de la imposición fraudulenta del NAF y los sinuosos resultados del último debate electoral ha quedado también ladeándose por el borde del fangal.
Respeto la opinión de quienes piensan que esos resultados muestran que la opinión va hacia el centro, buscando un equilibrio en medio de la polarización, pero discrepo radicalmente de ellos.
A juzgar por la elección que se hizo en Bogotá, la autoridad distrital ha quedado en manos del Foro de Sao Paulo, del que hace parte la Alianza Verde que capitanea Claudia López.
Si bien es cierto que no está en manos de las autoridades capitalinas la transformación radical del régimen socio-económico imperante, ellas pueden sentar las bases de los procesos revolucionarios que busca promover ese Foro.
Dichas autoridades tienen poder de nombramiento de miles de servidores públicos que tendrán la posibilidad de influir en elecciones futuras para favorecer las campañas del Foro. Les incumbe, además, el control del orden público en la capital y pueden hacerse las de la vista gorda frente a los desmanes de la movilización y la protesta populares. So capa de la acción social del Estado que contempla la Constitución, disponen de amplios recursos presupuestales para desarrollar programas supuestamente de favorecimiento a los más necesitados, que vienen acompañados de jugosas adjudicaciones de contratos y frondosas cuotas burocráticas. Para financiar sus políticas, tienen a la mano amplias atribuciones en materia de tributación, a través de las cuales pueden oprimir a quienes consideran como sus enemigos de clase (propietarios, empresarios, inversionistas, etc.).
Pero hay algo más y de enorme gravedad. El Foro de Sao Paulo y sus secuaces promueven la revolución sexual, dentro de la que se inscribe la ideología de género, que aspira a erradicar las creencias cristianas y la moralidad que ellas sustentan, con miras a la destrucción del orden familiar que es la base de nuestra civilización.
Esa revolución actúa hoy sobre todo en el campo educativo. Se estima que en las insitituciones educativas públicas de Bogotá hay un millón de niños, que se verán expuestos a las enseñanzas depravadas que se imparten hoy por hoy en otras latitudes, como el adiestramiento en la masturbación, el sexo anal, la promiscuidad sexual, etc., desde la más tierna infancia. La idea básica estriba en que el placer sexual es el máximo objetivo en la vida y todo lo que lo suscite debe gozar de la misma aceptación, sin otra cortapisa que la libertad de elección.
En otras oportunidades he recomendado la lectura de un libro imprescindible de E. Michael Jones para comprender el alcance de esta revolución, «Libido dominandi: sexual liberation and political control«.
No está muy desatinado el concejal cristiano que acaba de denunciar que Bogotá se apresta a seguir los pasos de Sodoma.
En lo que a Medellín concierne, el alcalde electo exhibe todas las trazas de ser un aventurero. Un video lo muestra pronunciando un discurso explosivo mientras se despoja de una capucha, símbolo actual de los transgresores en los desórdenes callejeros. En otro aparece promoviendo la aspiración presidencial de Gustavo Petro, el dirigente tóxico por antonomasia en la hora actual. ¿Hacia adónde va? Ya lo veremos cuando le toque el manejo del orden público en nuestra ciudad.
De Cali y el Valle del Cauca, ni se diga.
Mientras tanto, observamos un gobierno nacional que, pese a las mejores intenciones, carece de poder efectivo para dirigir la nave del Estado. Lo que acaba de suceder con el ministro de Defensa no da pie para el optimismo. Colombia es hoy un narcoestado. Según ciertas estimaciones, de las supuestas 200.000 has. de cultivos de coca, hay 100.000 que controlan los cárteles mexicanos. En términos médicos, estamos invadidos de cáncer, mejor dicho, de varios cánceres muy agresivos.
No parece excesivo afirmar, como lo hace mi amigo José Alvear Sanín, que estamos bajo el gobierno de transición convenido por Santos con las Farc.
Piensa uno si el presidente Duque ha sido ingenuo al dejar tantos mandos medios en poder del santismo, bajo la idea de que el pérfido expresidente lo deje gobernar, o si hay algo más de fondo en esa extraña política de gobernar dejando de lado a los amigos y favoreciendo a los enemigos. Lo cierto es que tiene adentro de su administración el caballo de Troya, mientras que desde el Congreso y las Cortes en que Santos influye le disparan sin contemplaciones.
¿Hace Duque el deplorable papel del «cusifai» del tango de Discépolo y los Expósito?
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: noviembre 14 de 2019
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