No cabe duda de que en nuestro escenario político actúa un izquierda radical que pretende imponerse a cómo dé lugar, siguiendo la consigna que trazó Lenin de combinar todas las formas de lucha con miras a la conquista del poder.
La marcha que distintas organizaciones sociales tienen preparada para el próximo jueves se inscribe dentro de estas consignas.
Así se diga que aspiran a que sea pacífica, es evidente que el clima tanto interior como exterior que la rodea está cargado de oscuros nubarrones que presagian tormentas similares a las ocurridas en las últimas semanas en Ecuador y Chile, instigadas por el Foro de Sao Paulo.
Sus promotores confían en que la votación que obtuvo Gustavo Petro el año pasado en las elecciones presidenciales, los resultados electorales del pasado 21 de octubre y el bajón de la imagen favorable del presidente Duque en las más recientes encuestas, les garantizan, cuando no el respaldo activo de vastos segmentos de la opinión, por lo menos sí una actitud como la que proclamó Eduardo Santos respecto de la II Guerra Mundial, de «neutralidad, mas no de indiferencia». Hasta la Conferencia Episcopal se ha pronunciado en pro de esa marcha, confiando imprudentemente en que se tratará de una protesta pacífica que transcurrirá dentro de los cauces de la legalidad.
¡O sancta simplicitas!
Esa izquierda altanera cree llegada su hora. Sueña con que en las elecciones de 2022 conquistará la presidencia y prepara el camino desquiciando el actual gobierno a través de la generación de crisis similares a las que han puesto en jaque a los presidentes de Ecuador y Chile.
Confía en que lo estipulado en el NAF acerca de la movilización y la protesta populares enervará la capacidad de respuesta de la fuerza pública ante los desmanes que se produzcan.Y si las autoridades actúan para ponerles freno, ahí estarán todos sus cómplices para denunciarlas y desacreditarlas.
El temor de un «bogotazo» y un «medellinazo» no es infundado, habida consideración del contexto que rodea la marcha. Tras ella anida una oscura tendencia en la que se acumulan muchos años de delirios políticos acerca de la inevitable y deseada revolución que piensan que cambiará radicalmente la fisonomía de nuestra sociedad dizque para hacerla más justa.
Sugiero a mis lectores que presten atención a lo que enseña Eduardo Mackenzie en «Las Farc o el fracaso de un terrorismo«, que es en el fondo una historia del Partido Comunista Colombiano y su lucha por imponer su proyecto totalitario y liberticida entre nosotros desde hace más de 90 años. Hay que destacar en especial las páginas atinentes al 9 de abril de 1948, en las que se demuestra de modo fehaciente la conjura que dio lugar al asesinato de Gaitán y el levantamiento que se produjo no solo en Bogotá, sino en distintos lugares del país. Esa siniestra conjura vuelve a estar en marcha hoy por hoy.
Recomiendo también que se lea lo que escribió hace poco el ex-fiscal Néstor Humberto Martínez acerca de la rigidez no solo ideológica sino psicológica de los dirigentes de las Farc, que aceptaron la firma del NAF no para incorporarse a un sistema democrático pluralista y ordenado, al estilo del que ha caracterizado a los países más desarrollados de Occidente después de la II Guerra Mundial y hasta la hora actual, sino como un paso estratégico hacia la toma del poder que han anhelado a lo largo de más de medio siglo y por la que se han sometido a ingentes sacrificios.
Tiene toda la razón mi apreciado amigo José Alvear Sanín en su más reciente escrito titulado «El Tren de Lenin«, cuando alerta sobre el peligro que entrañan para nuestra democracia unas minorías fanatizadas y desaforadas, capaces de sembrar el caos en la sociedad y aprovecharse de la confusión que el mismo suscita.
Desafortunadamente, el Centro Democrático, que es de hecho el único obstáculo que se interpone frente a esa avasalladora marea izquierdista radical, quedó lisiado en las últimas elecciones. Los cómplices de esa conjura en la prensa y la administración de justicia han afectado severamente la imagen del hoy senador Uribe y de contera la del partido y el actual gobierno. Por eso he escrito que Colombia, igual que el deplorable personaje de un tangazo de Discépolo y los hermanos Expósito, «se ladea, se ladea por el borde del fangal».
Ya veremos al término de esta semana si estas oscuras premoniciones se cumplen.
Nuevamente hay que pedir fervorosamente que el Señor nos tenga de su mano.
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: noviembre 21 de 2019
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