Desde siempre, Juan Manuel Santos ha tenido un particularísimo modo de proceder. Para nadie es un secreto que la trampa, la marrulla, la deshonestidad, la mentira y la traición son los derroteros de su oscura existencia. Bajo esa égida siniestra, Santos construyó una carrera política que ni siquiera habría empezado, de no ser porque era el hijo de Enrique Santos Calderón, a la sazón dueño y director del diario El Tiempo. A falta de inteligencia, gracia (es más feo que un crimen y tiene más carisma un maniquí) y talento, había un padre poderoso dispuesto a cumplir las insaciables ambiciones de un sujeto lamentable desde todo punto de vista.
Santos no ahorró esfuerzos para sacar del camino a todo aquel que representara un obstáculo en la ruta de su codiciosa humanidad; los métodos más pérfidos fueron “acuñados” por el tartufo como moneda de cambio para tranzar pretensiones y mercadear alianzas siniestras en desmedro de la salud de la República. Para Santos, lo único importante han sido sus propios y mezquinos intereses: en su lista de prioridades nunca ha estado Colombia. Una prueba irrefutable de lo anterior: el falso proceso de paz con las Farc. Por cuenta de ese esperpento, se llevó por delante la institucionalidad y fracturó para siempre el Estado de Derecho. De nada le importó dejar al país inundado en coca, en una crisis económica apocalíptica por el “robispicio” al que sometió las finanzas públicas, amén de haber hecho de la impunidad una bandera. Puras bagatelas: lo fundamental eran el premio Nobel y los titulares de prensa.
Como si no fuera suficiente, el haber desgraciado la Patria, como resulta evidente, ahora el tartufo reta a las autoridades al no presentarse a la citación hecha por el Consejo Electoral, para que rinda cuentas sobre la financiación de la reelección en la que le robó las elecciones a Zuluaga, de la mano de Montealegre, Perdomo y cientos de políticos corruptos, varios de ellos encarcelados hoy día. Ya había dicho doña Tutina que su marido era un animal de cuatro patas (algo así como un burro enzapatado, agregaría yo). Lo anterior explicaría la reticencia del Tartufo a sentarse en el banquillo de los acusados: no tiene cómo salir bien librado de un interrogatorio estando implicado con Odebrecht hasta los tuétanos y sin contar con un telepronter que direccione su atropellado y torpe hablar. En otras palabras, que Santos declare es un “autosuicidio” (como dijo el “prócer” venezolano) y eso lo saben bien sus asesores y familiares.
Fíjense ustedes la diferencia que hay entre un hombre que no tiene nada que temer y otro que tiene todo por temer; entre un político que no debe nada y otro que debe todo; entre un patriota y un farsante, entre un señor y un cobarde. Mientras que el presidente Álvaro Uribe acudió al llamado de la autoridad, Juan Manuel Santos se esconde bajo las enaguas de argumentos pueriles que no resisten un examen. Los mismos que censuraron a Uribe por la indagatoria ante la Corte Suprema son los que ahora callan ante la reticencia de Santos a dar la cara. La mermelada del Tartufo sigue dando frutos: académicos, políticos, opinadores y periodistas se hacen los de las gafas, para secundar a Santos en sus protervas actuaciones.
No es mentira: somos testigos de tiempos difíciles y extraños, en donde el mal se disfraza de bondad y los buenos son perseguidos sin tregua.
La ñapa I: Arde Latinoamérica: hordas de desadaptados destruyen todo a su paso. El vandalismo se ha vuelto paisaje, y parece que los gobiernos legalmente constituidos han renunciado a su insoslayable obligación de contener cualquier manifestación criminal. Por más barniz social que estas revueltas deliberadas tengan, es menester repelerlas y sofocarlas con una contundencia incuestionable y ejemplarizante. Delincuentes envalentonados y mandatarios asustados: ese es el saldo lamentable de los aciagos días transcurridos. El único deficitario del desmadre precitado es el orden constitucional.
La izquierda es tan hábil y efectiva en lo que hace (desestabilizar), que incluso ha puesto a dudar a los propios funcionarios sobre las atribuciones que les competen. El Estado no viola derechos cuando cumple con sus deberes; todo lo contrario: hace respetar la Ley y, por tanto, garantiza con ello la supervivencia de la democracia, que, con sus imperfecciones, es el más preciado de todos los bienes que una sociedad pueda tener.
En Colombia no escapamos de ese luctuoso panorama, a juzgar por lo acontecido en la última semana. Me surge la siguiente inquietud: ¿por qué la Fuerza Pública no ha reaccionado como se debe? ¿Acaso nuestros militares y policías están maniatados? Espero equivocarme, porque los facinerosos están ensayando y han empezado a poner una que otra “banderilla” para ver si el “toro” reacciona; de lo contrario, lo más seguro es que entierren hasta la empuñadura la espada del caos en el corazón de la institucionalidad.
La ñapa II: Las masacres perpetradas por los violentos en el departamento del Cauca son ciertamente hechos ignominiosos y despreciables. Nada justifica tanta crueldad y sevicia; pero no es menos cierto que, si las comunidades indígenas no le dan acceso a sus territorios a la Fuerza Pública, es imposible protegerlos como corresponde. Ahora bien, en un Estado de Derecho no puede bajo ninguna circunstancia haber lugares o zonas vedadas para las fuerzas del orden: así de claro. Ese es otro asunto qué hay solventar cuanto antes.
La ñapa III: Todos los problemas de orden público que aquejan a Colombia pasan por el tamiz de los cultivos ilícitos: más de 200.000 hectáreas de coca son el combustible de todas las formas de violencia; por eso, tantos muertos en las regiones. Mientras ese cáncer de la droga siga creciendo no habrá futuro posible. La fumigación aérea es urgente, necesaria e impostergable. Otra herencia maldita del tartufo y su falso proceso de paz.
La ñapa IV: Se armó Troya contra el cantante Sebastián Yatra por manifestar sus gustos políticos. Los artistas también son ciudadanos y, por tanto, tienen obligaciones y derechos. Todo el que quiera expresarse libremente que lo haga; para eso estamos en democracia. Lo que resulta absurdo es descalificar a Yatra como músico, por su ideología. No mezclemos una cosa con otra. En lo personal, difiero de la postura de muchos artistas de izquierda, pero no por ello puedo desconocer lo talentosos y geniales que son.
Publicado: noviembre 3 de 2019
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