Días después

Sábado 23 de noviembre, el teléfono a las 6:30 am, de la clínica. La instrumentadora quirúrgica. Había llamado a mi paciente a quien operaria de un problema de columna a las 7 am y esta caribeña, inquieta, le respondió que no se operaria pues tenía miedo. Sí, la angustia quirúrgica previa a la cirugía había sido desplazada por el miedo al paro. Pedí su teléfono y le llamé. Me contó que  la movilización  y las imágenes que había visto la tenían muy asustada: reviviscencia. Prefería no operarse.

En términos cálidos le hice esta observación: “acá hay siete personas que han venido de diversos sitios  de la ciudad para conformar el grupo quirúrgico y ayudarla”. Sentí su reflexión. ¿Qué les digo: esos que caminaron una hora para conseguir medio de transporte. Aquellas que el esposo trajo desviándose de su ruta. Las que trotaron desde la estación de bus distante, saltando vidrios, para llegar a tiempo?

Su silencio elocuente y luego: “gracias Doctor, ya voy para allá” Empezamos su cirugía a  las 9:30 am. En horas  de la tarde en otra institución les referí esta historia y luego  esta pregunta: ¿nos vamos a dejar?

La primera meta y mejor arma del terrorismo es el miedo, crear el ambiente de incertidumbre. Hace que los ciudadanos se refugien en sus casas y echen a pique su rutina. Su trabajo, su modus vivendi. Atentado contra la supervivencia y el cerebro como un computador enciende y  responde con las alarmas de la auto conservación. Ese sensor, la amígdala temporal, se dispara: suben las hormonas y los neurotransmisores. Adrenalina y cortisol elevados, presión arterial alta, taquicardia, respiración agitada y listos para el combate. Todo nos asusta, las respuestas instintivas nos dominan. ¡Confundimos un petardo con el ruido que hace la tapa de la olla del vendedor ambulante! ¡Una pregunta orientadora en la calle, pensamos que es asalto!

Este es el propósito del terrorismo: desencadenar miedo en los ciudadanos. Alterar su rutina y  crear un ambiente amenazante y hostil. Con las alarmas encendidas el individuo reacciona irritable, su organismo en alerta máxima con hiperrespuesta al menor estímulo. Esto afecta nuestra capacidad de análisis y decisión. Solo queda la reacción instintiva para garantizar la supervivencia. Se cierra el círculo vicioso y entramos en ese estado anormal que denominamos estrés post traumático.

Esto no es espontáneo, obedece a un plan de psicología de masa estudiado. Mañana no hay transporte o se llega tarde al puesto de trabajo. Hay alteración en la rutina laboral y todo el día al acecho, vigilante, con miedo. Sobresaltado, se vienen los pensamientos negativos: la esposa desempleada, el salario apenas alcanza  y vienen las matrículas de los hijos. La autoestima al piso y busco un responsable. Debo darle cuerpo a este sentimiento: odio y descarga,  agresividad. No se entienden razones pues la capacidad de análisis está bloqueada. La ira acumulada. Debo buscar un cuerpo  responsable: el gobierno de turno, el Presidente Duque. Estos individuos enceguecidos, envalentonados y   azuzado por camorristas profesionales encienden el caos. El establecimiento se convierte en el saco de arena donde golpeo y descargo toda esa furia que manipuladores de grupo  han fríamente elaborado.

Es fundamental diferenciar la protesta y su mensaje social: busca construir progreso, equidad y mejorar los requisitos para una vida digna. Con estos  propósitos hay que dialogar y concertar. Utilizarla como retroalimentación de los programas de gobierno para optimizarlos. El análisis, los consensos que  nacen de la divergencia y esta, la esencia del pluralismo, que la democracia imperfecta aun ofrece. Democracia, por cierto, que permite protestar.

Con los vándalos y el terrorismo la fuerza de la ley, hay que mantener el orden y garantizar el respeto de la institucionalidad. Autoridad sin vacilación. Cuidar celosamente y proteger los valores democráticos: el deber ser de todos los colombianos. Más que el ESMAD en las marchas, la autorregulación y la veeduría de los asistentes son sus mejores guardianes. Los participantes y organizadores son los responsables de cuidar los bienes públicos.  Los vándalos y quienes ocultan su rostro no son enfermos mentales o pacientes psiquiátricos o participantes de comparsas de carnaval. Son delincuentes entrenados en alterar la psicología colectiva destruyendo el establecimiento con una sola consigna: alterar su orden jurídico.

Repito: ¿lo vamos a permitir?

@Rembertoburgose

Publicado: noviembre 29 de 2019

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