Cuatrocientas o quinientas mil personas marcharon el 21 de noviembre en contra del gobierno de Iván Duque. Muy pocas en comparación con los millones de colombianos que marcharon el 4 de febrero de 2008, en la recordada manifestación del «No Más Farc», y muy pocas frente a los 45 o 46 millones de colombianos que no nos prestamos para hacer de idiotas útiles del comunismo.
Y, tal como se había advertido, el paro fue una jornada de odio y violencia desatada por la extrema izquierda (Petro, Cepeda, las Farc, Maduro…) para tumbar a Duque, un gobernante contra el que hay descontento de muchos sectores, incluyendo a sus propios votantes, por no cumplir las promesas por las que fue elegido.
Ahora Duque quiere entablar una «conversación nacional» que desarme los espíritus, lo que recuerda la reculada de Lenin Moreno, en Ecuador, y la aún peor de Sebastián Piñera, en Chile. Y será un grave error que Duque se muestre tan débil como el chileno y empiece a hacerle concesiones al comunismo cediendo al chantaje y obligándose a no poder tomar decisiones necesarias por miedo a la reacción de estos terroristas. Mientras más ceda, más violencia habrá porque el objetivo de estos anarquistas es atizar el caos en pos de alcanzar el poder. Estas hordas no se van a conformar con nada; hace rato le midieron el aceite al Gobierno y lo saben débil.
Paradójicamente, buena parte de los que marcharon y tocaron el cacerolazo —que estaba bien preparado, eso no ha sido nada espontáneo— no sabía por qué estaba protestando. En realidad, los marchantes no tienen un motivo específico, como lo menciona el analista Juan Carlos Ruiz (Manual para entender las marchas del 21 de noviembre, Razón Pública, 18/11/2019): son personas para quienes «lo importante no es por qué se marcha sino simplemente hacerse sentir: como quien dice “aquí estamos y nos tienen que tomar en cuenta”». Es decir, es la «oclocracia» en su máxima expresión, escenario en donde todos quieren hacer valer su opinión sin importar su más absoluta ignorancia sobre un tema.
Así, a través de los medios se han visto y oído motivos de protesta que van de lo falso a lo absurdamente infantil. Por ejemplo, un hombre decía que su barrio es discriminado por tener el botadero de basuras de Doña Juana, y por eso protestaba. Una joven se quejaba por haber tenido que renunciar a una empresa «muy mediocre que trata mal a sus empleados», y que por eso lleva ocho meses sin trabajo. Un señor decía que Duque había prometido bajarles a los pensionados el aporte en salud del 12% al 4% y no había cumplido, pero olvidó el detallito de que esa promesa no fue de Duque sino de Santos hace cinco años, para su reelección, y no la cumplió. Otros protestan dizque por la no implementación de los acuerdos de La Habana, cuando la misma ONU dice que sí se está cumpliendo. Y muchas personas simplemente dicen protestar por la «dignidad» o el «respeto», sin especificar a qué se refieren en particular.
El principal argumento de las protestas es el llamado «paquetazo de Duque», que son mentiras comprobadas, propuestas que Duque lleva meses negando que sean de su interés. Pero, en general, la gente manifiesta tener la sensación de que hay desgobierno, de que Duque no manda. Y a esas personas no hay manera de explicarles que la situación de inviabilidad en la que viene cayendo el país, no es culpa de Duque, sino que esto tiene un fuerte hedor a conspiración interna y externa. La cooperación armónica que debe haber entre poderes no existe; las Altas Cortes se oponen a todas las medidas del Ejecutivo por razones politiqueras y, a menudo, contraviniendo su propia jurisprudencia, mientras que el Legislativo se ha echado como vaca muerta en el camino porque el Gobierno no les unta mermelada.
Entonces, la pregunta es ¿qué es lo que quieren que Duque haga? Porque hay que dejar la edad de la inocencia de esos jóvenes antisistema que reclaman derecho a todo pero sin deberes y no seguir creyendo que el empleo se genera por decreto o que más plata para la educación convierte en genios a quienes no quieren estudiar. Duque puede hacer muchas cosas para demostrar que sí gobierna, pero tendrá que hacer una coalición con participación y sin mermelada para que dejen de hacerle zancadillas y se pueda avanzar en muchos temas mientras la extrema izquierda sigue jugando a no dejarlo gobernar en todo el resto del mandato.
EN EL TINTERO: La red social Twitter censura la cuenta del expresidente Álvaro Uribe Vélez por reenviar una imagen que había sido replicada cientos de veces, pero mantiene la del terrorista Gustavo Petro que usó la suya para instigar el caos y las protestas. ¿Tomando partido a favor de la violencia?
Publicado: noviembre 27 de 2019
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