Llegue a casa extenuado y pensé que dormiría profundamente hasta la madrugada del día siguente. Pero no, las emociones encontradas de este día, grabado en la retentiva del país, impedía el sueño. La jornada empezó bien temprano: la visita habitual y el despertar a mis pacientes inauguraron el día. Luego hasta el centro de Bogotá para acompañar con oraciones, como muchos colombianos, la diligencia que Álvaro Uribe rendiría ante la Corte Suprema de Justicia.
Tuve el privilegio de saludar al amigo antes de ingresar a la sala de la Corte y vivir como enseñaba a la nación con su ejemplo de ciudadano y deber de demócrata. El cumplimiento que tenemos todos los colombianos –sin excepción-ante el llamado de la justicia hace parte de los atributos del liderazgo. Escoltas, entusiastas de ambos bandos y fanáticos se encontraban alrededor del carro desde donde descendió el Presidente. Mirando de frente, con la tranquilidad que da sentirse libre de culpa, hablamos unos segundos. Sin importar lo que se aproximaba en unos minutos me conto que días antes había estado en Córdoba. El genuino afecto por nuestra tierra y sus preocupaciones ocupaban un lugar especial en sus desvelos. No importaba las horas que seguían; era el deber ser del orientador de encauzar las opiniones regionales hacia las propuestas que construimos y que pretenden llevar al Departamento por la vía del progreso, la inclusión y el desarrollo con equidad. Agradecí profundamente que mi tierra estuviese entre sus prioridades.
Entre las arengas de los hinchas y los aplausos de los militantes del partido abandoné el lugar hacia mis quehaceres médicos. Reflexionaba…de mi biblioteca cerebral venía casi de memoria el texto repasado de Emociones Corrosivas de Morgado. El capítulo del odio, leído varias veces, se hacía evidente en la escala de raciocinio de mis pensamientos. Las expresiones, la actitud amenazante y la mirada carga de violencia se detectaban fáciles. Era la foto de las emociones negativas. En la otra acera: el afecto, la gratitud y la confianza. La imagen de la empatía y las plegarias para el feliz término de este no entendible juicio político.
Esa noche un grupo de amigos esperamos al Presidente Uribe en su sede política construida a expensas del tiempo de hogar sacrificado por la devoción a esta nación. ¡Patria por familia! Se veía cansado, su mirada decidida le hacía quite al agotamiento físico después de una jornada de casi 18 horas. Lo asocie con el match de ajedrez y las calorías que queman los maestros en esos encuentros (cerca de 5000 calorías/día). Vaya sorpresa me llevé; esperaba unas breves palabras de gratitud y esperanza al país. Nos habló durante cerca de 90 minutos.
Le escuché con cuidado y quizás resumiría su intervención en dos partes. La primera la llamaría, la neurobiología de la maldad. Recapituló con detalles y fechas la cronología del proceso y cómo se fue articulando todo en el juicio en su contra. Admirable su memoria privilegiada y su inteligencia. Por encima del cansancio físico, la exactitud en las fechas y el recuerdo de las sentencias y conversaciones. Cada frase subrayando, con la convicción del demócrata, la confianza en la justicia y su transparencia.
Pero quizás lo que llamó mi atención fue la segunda parte de su intervención. Como ganadero que soy, la asocié con esa actividad que hace unas décadas aprendimos del mundo de los caballos. El vendedor, sin celular y redes sociales, le describía a distancia las características morfológicas al comprador. Pintaba el ejemplar. Fue un momento especial en su alocución: habló el ser humano golpeado, viviendo la feria de las ingratitudes que es la política y con la obligación de pintar la patria del futuro que lo ha sacrificado. Con generosidad y desprendimiento nos pedía a sus escuchas que olvidáramos al individuo y empujáramos el sueño colectivo. Ajeno a su suerte como ciudadano nos motivaba para que la visión de país se edificara bajo los pilares de la seguridad, la inclusión y la cohesión social.
Mi afán médico era por la resistencia del líder que hablaba; le sugerí a quien estaba su lado las palabras finales. Solo mentes excepcionales tienen esa capacidad; son cerebros que se nutren de las calorías que la verdad y la conciencia tranquila pueden alimentar. Al despedirse me manifestó complacido: “He bajado de peso”… “Cierto”, le respondí. “Por favor, vaya a descansar.” El respeto de Alvaro Uribe a la institucionalidad del país quedó registrado en la mente de los colombianos. Su honra irreprochable guardada celosamente en el corazón de sus compatriotas en este, lúgubre e inaudito, martes 8 de octubre.
Publicado: octubre 18 de 2019