«El campo al que el almirante dirigía su actividad era el campo de la política, tierra donde se fermentan todas las pasiones y donde se crían las plantas más venenosas. La envidia, la venganza, la ingratitud, la codicia, la calumnia, cuanto guarda de peor el corazón, prospera en ese campo, donde no se presenta al espíritu sino la contemplación de la miserable naturaleza humana, que sólo sobrenaturalmente puede amarse”.
Creo haber citado en otras ocasiones este texto del discurso que pronunció Don Marco Fidel Suárez a propósito de la conmemoración del IV Centenario del Descubrimiento para referirse a las vicisitudes que rodearon el triste final de Cristóbal Colón.
Lo traigo de nuevo a colación para referirme a la ordalía a que está sometido el expresidente y hoy senador Álvaro Uribe Vélez por obra de la persecución que han desatado contra él sus más encarnizados enemigos.
Aunque no suelo pronunciarme sobre asuntos judiciales que dependen de lo que conste en expedientes que no son de público conocimiento, el contexto que rodea el llamado a indagatoria de la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia a Uribe no deja de suscitar graves inquietudes.
Recomiendo la lectura de este resumen que ha presentado sobre el caso el periodista Gustavo Rugeles bajo el título de «Las puntas de lanza del proceso contra Álvaro Uribe«.
Julio César decía que su mujer no solo debía ser honesta, sino parecerlo. Lo mismo hay que predicar, con más veras, de las autoridades judiciales. Y lo triste en este caso estriba en que nuestra administración de justicia, comenzando por la que ejercen las más altas cortes, ha perdido toda respetabilidad (Vid. Poderosos magistrados enlodados por «el cartel de la toga»).
Don Miguel Antonio Caro dijo alguna vez que la justicia en Colombia era un perro rabioso que solo perseguía a los de ruana. Ahora es un lugar común afirmar que su presa preferida son los uribistas, comenzando desde luego por su máximo líder.
Median contrastes demasiado significativos entre la lenidad que ha rodeado el tratamiento de los múltiples hechos escandalosos que caracterizaron la gestión gubernamental de Juan Manuel Santos y la severidad de los que se atribuyen a la de Álvaro Uribe Vélez y sus colaboradores. Si se midieran una y otra con el mismo rasero, no pocos de los funcionarios y allegados de Santos seguramente estarían hoy seriamente encartados, cuando no él mismo.
Pero hay la duda acerca de si las altas cortes miran lo de Santos con favoritismo rayano en la complicidad, mientras que lo de Uribe no se considera con espíritu de justicia, sino con sevicia.
Es difícil no pensar que el proceso que la Corte Suprema abrió contra él está ligado al que la misma decidió en favor del oscurísimo senador Cepeda, al que se consideró legitimado para hacer gestiones cerca de testigos que podrían incriminar a Uribe, dizque por hacer parte de la Comisión de Paz del Senado. ¿Tiene que ver Cepeda con la activación de dicho proceso? ¿Hubo alguna consideración de oportunidad política para fijar la fecha de indagatoria poco antes de las próximas elecciones? ¿Qué es eso tan raro de las interceptaciones telefónicas que por error se le hicieron a Uribe?
Como en la célebre reflexión de Hamlet o el título de una famosa novela de José Luis Martín Vigil, alrededor de todo esto se percibe «Cierto olor a podrido».
No hay que olvidar la impresionante denuncia que hizo el coronel Mejía Gutiérrez en «Me niego a arrodillarme» acerca de la superestructura clandestina que mueve los hilos de la izquierda colombiana y los tiene activos en múltiples escenarios, entre ellos los de la administración de justicia.
¿Qué tan permeada se halla esta por los agentes del Socialismo del Siglo XXI que aspiran a imponernos un régimen totalitario y liberticida como el que azota a Cuba?
El odio que los marxistas y sus compañeros de ruta le profesan a Uribe es muy explicable, dado que gracias a su entereza todavía no hemos caído bajo las garras de ese ominoso sistema. Pero sus promotores saben bien que liquidándolo, así sea moralmente, tendrán expedito el camino para la ansiada toma del poder en 2022.
No es, pues, aventurado el temor que a muchos nos asalta acerca de que tras la acción de la Corte contra Uribe no solo se mueve un perverso ánimo de vindicta, sino un claro designio político.¡Parece que estamos frente a uno de los episodios más flagrantes de politización de la justicia en toda nuestra historia!
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: octubre 10 de 2019