Si usted tuviera en sus manos 100 millones de pesos producto de su esfuerzo y trabajo y tuviera que escoger a una persona para que los administre, ¿a quién elegiría? ¿a alguien sereno, con experiencia y coherente o a una persona emotiva, que nunca ha administrado esa cantidad de plata y que cambia de opinión sin sonrojarse?
Pues bien, esta es la disyuntiva que enfrenta Bogotá de cara a las elecciones de este domingo, las cuales, sin lugar a dudas, son unas de las más importantes de las últimas décadas, dado que en pocas ocasiones como ahora se habían comprometido tal cantidad de recursos a ejecutar y que pueden quedar en el aire si se escoge al candidato equivocado.
En efecto, esta administración -que destrabó por completo el caos institucional en que quedó sumergida Bogotá durante los nefastos 12 años de la izquierda en el poder- va a dejar contratadas o en proceso de contratación más de 150 mega obras por casi 50 billones de pesos que comprometen recursos actuales, vigencias futuras y aportes de la Nación.
Esta cifra, para ponerla en contexto, es 10 billones superior a todo el presupuesto de inversión que el Gobierno Nacional está ejecutando en el 2019 en los 32 departamentos del País y compromete, por mencionar unos pocos casos, la construcción del Metro, la troncal 68, los 3 nuevos hospitales o las obras de valorización que ascienden a 1 billón de pesos.
Debido a lo anterior, es que la eventual llegada a la Alcaldía de Claudia López es un verdadero peligro para la ciudad. Un riesgo que en circunstancias similares ninguna compañía en el sector privado asumiría y que el sector público no debería correr.
La profunda crisis de gobernabilidad en que quedaría inmersa la ciudad como consecuencia de la ya visible guerra con el Concejo, la falta de experiencia administrativa, la inestabilidad emocional, la inexistente capacidad para lograr acuerdos y la incoherencia ideológica de una persona que cambia de postura con la misma facilidad que una veleta se deja maniobrar por los versátiles vientos del atlántico son factores que cercenan por completo la confianza en esa candidatura.
Como tal, en estos momentos la ciudad no necesita un alcalde que se dedique a enardecer las pasiones de la población a través de discursos veintejulieros que no terminan en otra cosa distinta a superfluas protestas coyunturales, sino un verdadero ejecutor que no se asuste con el poder y logre poner en marcha las obras sin sobrecostos y de acuerdo al cronograma.
Ojalá que el destino le permita a Bogotá seguir siendo administrada con un perfil ejecutivo y le abra los ojos a sus ciudadanos para que no cometan el error de volver a un pasado donde lo único que se logró materializar fue un discurso de odio de clases promovido desde el Palacio de Liévano para proyectar candidaturas presidenciales.
Publicado: octubre 23 de 2019
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