Cuando los humanos combatían por vencer las catástrofes de la naturaleza, dedicaban sus experiencias a narrar y observar. Ponían a uno de sus hombres a la cabeza de un grupo que investigaran si eran sus enemigos o si provenía del disgusto de alguno de sus dioses. En todo caso las soluciones, erradas o acertadas, se aplicaban por los hombres. En tiempos de “bárbaras naciones”, los reyes, los condes y los obispos definían el conflicto y quienes perdían lo hacían aportado su cabeza o sus castillos. Pero además, ocurrían cambios en las casas o familias aristocráticas que decían tener investidura divina.
Al terminar la Campaña Libertadora entre
nosotros, se abrieron los frentes políticos que destrozaron la República.
Hombres y mujeres representaban, desde los inicios, una concepción libertaria
contraria a la monarquía, a pesar de los constantes y veleidosos cambios en los
mandos políticos. Las decisiones se tomaban
en las pilas públicas, en los
campos de tejo y en los
cuarteles. Pero personas había que pensaban. Pensar es cosa difícil para
el pueblo que está catequizado por
las malas prácticas administrativas que
se fijan en la vida como ejemplo, un mal
ejemplo.
Colombia posee las más altas percepciones negativas de los ciudadanos con relación a las instituciones del Estado nacional. Desconocemos iguales medidas aplicadas al ámbito municipal y departamental. Peor aún: nos descentramos fácilmente de los dos asuntos de la mayor trascendencia que pesan en la vida de la nación: el fracking, proceso de obtener petróleo y gas mediante el “bombardeo” con aguas impotables y hasta mil metros de
profundidad. Y el gran problema de la cocaína y sus cultivos. Estos temas deben ser conocidos por la ciudadanía y salir en defensa del porvenir independiente de nuestro país. El fracking no es el monstruo del Averno que pintan algunos ecologistas, probablemente por ser el tema de las nuevas fuerzas políticas y de liderazgo. Un lago de sentimentalismo. Más tiene de intereses de conjuntos delincuenciales la cadena polvorosa de las mafias. Que el peso de la ley sea una ley con peso. Sin embargo los colombianos nos movemos por imitación. La semana pasada, unas doscientas personas replicaron la “huelga del cambio climático” en Bogotá, con toda razón y cobertura. Vaya usted a saber por qué
nuestros compatriotas no salen a protestar por temas tan graves como son el uso del glifosato, eficaz para la eliminación de la planta de coca. Tampoco los mueve el peligro de que nos transformemos en un país epiléptico sin combustibles.
Jaime Jaramillo Panesso
Publicado: septiembre 24 de 2019
3.5