Santos compró la reelección del 2014. Eso lo sabemos todos. Después de la victoria de Oscar Iván Zuluaga en primera vuelta era evidente que el entonces Presidente iba a mover cielo y tierra para permanecer 4 años más en el poder, incluso si eso significaba cruzar ciertas líneas rojas que hasta hace unos meses eran invisibles.
De por medio no solamente estaban los intereses de Odebrecht, sino una negociación en La Habana que resultó siendo un mecanismo de oxigenación para un grupo terrorista que estaba completamente diezmado, al mismo tiempo que le daba categoría de actor político y condicionaba la complicidad del Gobierno frente a una Venezuela que ya se estaba empezando a caer a pedazos.
Sin embargo, durante mucho tiempo las particularidades que rodearon esa campaña estuvieron completamente ocultas, sin que nada de eso saliera a la luz. Después, con la investigación del Departamento de Justicia de Estados Unidos se destaparon los sobornos de Odebrecht y comenzó una cuenta regresiva para que esa información tocara la contabilidad de la reelección del 2014.
No obstante, y a pesar que las principales fichas de esa campaña empezaron a caer, todos los caminos que llevaban a Roma se estancaron misteriosamente, de la misma manera que en el ´96 fue imposible que las investigaciones tocaran al Presidente que había sido puesto por el Cartel de Cali.
Salvo la denuncia que hicieron en su momento los Presidentes Uribe y Pastrana que relataba, con base en un testimonio que ha resultado completamente fiable, la estrecha relación entre ejecutivos de Odebrecht y el Presidente Santos, nadie en Colombia había tocado a fondo ese tema.
Por ello, todo hubiera terminado en un silencio absoluto y la opinión pública no se hubiera podido enterar de las minucias de esa campaña de no ser por la exhaustiva investigación que Vicky Dávila y su equipo en La W han llevado a cabo.
Con ella se pueden tener coincidencias y discrepancias frente a la visión de País y la forma de hacer periodismo, pero la gallardía que ha tenido para destapar la maraña de contratos, intermediarios e influencias que llevaron a Juan Manuel Santos a mantenerse en el Palacio de Nariño ha sido sencillamente heroica.
En los 80´s y 90´s a los periodistas que se atrevían a destapar temas incomodos les mandaban sicarios. Ahora, la retaliación pasó de la violencia física a las campañas de desprestigio que dejan por el piso el nombre de las personas y acaban con su reputación personal y profesional. Ese es el precio que se paga al tocar fibras sensibles del poder…
Ojalá que Santos y su séquito -que prefieren callar en el exterior antes que dar la cara ante el País- no desplieguen una campaña de este tipo para tapar las investigaciones que están exponiendo la forma completamente detestable con que se mantuvieron en el poder.
El País necesita seguir sabiendo cómo fue que entraron dineros sucios a la campaña que reunió a toda la maquinaria electoral en nombre de “la paz”.
Publicado: septiembre 25 de 2019
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