No se equivoquen: este artículo no versa sobra la envidia y el amplio desarrollo que este sentimiento abyecto ha tenido en Colombia; no. Se trata de otro tema (estoy empeñado en hablar de cosas positivas): tenemos que dejar de quejarnos y pasar a la acción, como acertadamente lo pregona mi buen amigo Christian Daes. Es mucho el tiempo precioso que se pierde entre los lamentos y las trifulcas sin sentido; en el entretanto, la Patria es la que sufre las consecuencias del letargo existencial que la sociedad le impone.
Un país tan convulsionado, como el nuestro, y polarizado, como el que más, necesita alegrías que lo unan, en medio de las diferencias. Una nación no se construye de un día para otro ni caminando sobre pétalos de rosas, ciertamente, pero no podemos dejar que las espinas determinen el devenir del futuro. Más allá del parto doloroso y tortuoso que implica forjar un verdadero país es necesario que entre todos “tejamos” propósitos comunes, que estén por encima de la política y de los intereses particulares. No puede haber cooperación humana a gran escala, sin anhelos colectivos ¡Y qué mejor punto de encuentro que el deporte!
Colombia atraviesa un momento extraordinario a nivel deportivo: tenemos un campeón del Tour de Francia, un par de tenistas que ganaron en Wimbledon, pesistas, patinadores, mujeres futbolistas, y toda suerte de atletas que están dejando muy en alto el nombre de país. Durante mucho tiempo, hemos estado equivocados: nuestro fuerte no es la selección nacional de fútbol: a pesar de no entender absolutamente nada de ese tema, no me resulta difícil concluir que, si en tantos años no se ha coronado una Copa Mundial, es básicamente porque los otros equipos son de lejos muy superiores. Esa obsesión por el fútbol ha hecho que no les demos el lugar que se merecen otras disciplinas deportivas, en las que, a juzgar por los hechos recientes, los deportistas colombianos son unos verdaderos titanes. Algo parecido pasa con al café: vivimos de la nostalgia de la época cafetera, sin entender que ese negocio, como está planteado en la actualidad, es irremediablemente inviable, y, por esa terquedad, otros productos del campo, con los que podríamos ser una verdadera potencia mundial agrícola, carecen de los programas estatales adecuados que les permitan alcanzar ese nivel. Pero ese es otro tema.
Lo que hoy está pasando no es fortuito y tiende a mejorar; es el resultado en gran medida de una política coherente, bien pensada y ejecutada con la precisión de un gimnasta. Por primera vez, el Estado ha estructurado un programa serio y visionario para apoyar e incentivar como corresponde el deporte nacional. Lo anterior no solo tiene impacto en el alma de la gente, que se hincha de felicidad con los triunfos que se consiguen en nombre de la bandera nacional; también en la economía, pues el deporte puede ser una fuente de ingresos incalculables, si se atiende con el rigor que amerita un asunto de tan singular importancia.
Ernesto Lucena, director de Coldeportes y próximo ministro del Deporte, es sin duda uno de los mejores funcionarios del Gobierno. Gracias a la invaluable labor de Lucena y al apoyo irrestricto que ha recibido del presidente Duque, hoy el deporte, por primera vez en la historia de Colombia, es una prioridad nacional, que se ejecuta sin que sea un plato de segunda mesa, sin cálculos subalternos y sin hacer politiquería barata, de esa que busca granjear apoyos. Ernesto Lucena la tiene clara, y no me cabe duda de que, bajo su batuta, vienen tiempos de mucha más gloria para el deporte nacional.
Últimamente, son pocas las cosas que nos unen a los colombianos. El deporte es una de ellas. Así que aprovechemos la oportunidad para construir lo que nos hace falta, como nación y sociedad, sobre esa ilusión común de convertirnos en una tierra de campeones.
La ñapa I: Partió de este mundo un hombre al que siempre admiré por su rectitud, carácter recio y valores inquebrantables: el doctor Fernando Salas Calle, exgobernador de Córdoba, en los tiempos aquellos en el que los gobernadores eran personas decentes y sin tacha alguna. Paz en la tumba de un ciudadano ejemplar y miembro de familia excepcional.
La ñapa II: A los Uribe Noguera los lincharon mediáticamente, sin haber sido vencidos en juicio. Siempre pasa lo mismo: el veredicto popular pretende reemplazar al judicial, y los daños causados al buen nombre y honra de las personas son incalculables e irreparables. A pesar de ello, la horda una y otra vez incurre en el mismo proceder erróneo. Ojalá esto cambie algún día. Nadie sabe lo que sufre una persona injustamente procesada. No olviden que no solo se hace justicia cuando se condena al culpable, sino también, y en mayor medida, cuando se absuelve al inocente. La presunción de inocencia no puede seguir siendo una “especie” en vía de extinción.
La ñapa III: Desde el principio lo dije: el expresidente de Panamá, Ricardo Martinelli era un perseguido político del también expresidente de ese país, Juan Carlos Varela. La justicia ha triunfado: Martinelli fue absuelto de todos los cargos en su contra. Hay Martinelli para rato. ¡Enhorabuena!
Publicado: agosto 11 de 2019
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