En Colombia, país de contrastes etno-culturales y religiosos, es normal que haya consensos muy difíciles de lograr; sobre todo porque la memoria selectiva de algunos impide que quienes no conocen la historia, hoy lancen juicios sin valor o erróneos sobre la historia del «conflicto armado» durante los últimos 30 años.
En los anaqueles de la impunidad reposan cientos de historias que podrían hablar del histórico y macabro récord de secuestros, torturas, reclutamiento forzado, homicidio selectivo y desaparición y desplazamiento cometido por actores armados, entre muchas otras atrocidades cometidas principalmente por las Farc, grupo terrorista más antiguo y sanguinario de Colombia.
Por eso resulta hasta utópico que justo quienes han patrocinado y cometido desde siempre los delitos de las Farc, hoy funjan como adalides de la justicia y se pavoneen impunes por el Congreso y otras magnas instituciones del Estado, agrediendo a los colombianos con sus retóricas absurdas y desobligantes que finalmente lo que buscan es justificar el lastre que acaeció durante años gracias a esa organización terrorista.
Muy selectivos han sido muchos de quienes relatan la historia reciente del país, pero hagamos memoria y para no ir muy lejos, en diciembre del año 2001 el país y el mundo se estremecieron cuando el niño Andrés Felipe Pérez, de solo 12 años, enfermo de un cáncer terminal, murió sin cumplir el anhelo de abrazar a su padre, el cabo José Norberto Pérez, secuestrado por las Farc hacía 23 meses. Luego, tras la muerte de su hijo, fue asesinado vilmente por órdenes del Secretariado cuando quiso escapar de esa infamia.
En mayo del año 2002 un comando de las Farc asesinó con un cilindro bomba, al interior de una iglesia, a más de 100 civiles, la mayoría niños, cuyos cuerpecitos destrozados aún reclaman justicia nos recuerdan que la barbarie de las Farc está impune.
La lista de las atrocidades de las Farc es interminable, no está completa; ni siquiera en los registros del Centro de Memoria Histórica. Hay verdades dolorosas que quizá nunca sabremos porque las víctimas no tuvieron la oportunidad de reclamar justicia. En 2003, el Club El Nogal en pleno corazón de la capital del país, el accionar terrorista de las Farc dejó 36 civiles muertos y más de doscientos resultaron heridos.
Podemos escribir mil páginas y no alcanza para dimensionar la estela de sangre y muerte que nos dejó el terrorismo. Sin embargo, por absurdo que parezca, años después la infamia la Corte Suprema de Justicia, en una decisión que nadie entiende, ignoró las denuncias de Álvaro Uribe en contra de Iván Cepeda por manipulación de testigos, revierte el caso y cita a indagatoria al único hombre que ha combatido de todas las formas al terrorismo de las Farc.
Vienen las elecciones regionales y uno no quisiera pensar que todo esto haga parte de un oscuro complot hecho a la medida de las hienas terroristas de los terroristas y sus amigos, pero este es el panorama. No se puede ignorar quién es Iván Cepeda, cuyas pruebas en contra de Álvaro Uribe ya fueron ampliamente desvirtuadas. Pero nada de esto debe extrañarnos. Estamos en el país de lo absurdo, donde los viejos prefieren olvidar y algunos jóvenes que no han leído un libro, no vivieron el horror, pero pretenden defender por desconocimiento a los autores de crímenes de lesa humanidad.
Hoy los ciudadanos de bien hemos pasado a ser los villanos de una historia que muchos no conocen y que fue maquiavélicamente tergiversada por cuenta de un mal presidente, que hizo un mal acuerdo con una organización criminal que sigue impune, sin reparar a sus verdaderas víctimas, y que ha cometido los más horrendos crímenes contra el pueblo colombiano. ¡Así de absurdos!
Publicado: agosto 22 de 2019
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