Ayer 7 de agosto se cumplió un año desde que Iván Duque Márquez asumió la presidencia de Colombia. Tuve la fortuna de asistir al acto acompañada de buenos amigos quienes coincidimos en pensar que el pequeño temblor y la tormenta de ese día se sintieron como si la naturaleza estuviese trabajando para exorcizar la era Santos. El “cesó la horrible noche” lo cantamos a todo pulmón porque finalmente estábamos dejando atrás al gobierno corrupto que fue una verdadera afrenta contra la institucionalidad del país. Nuestra ingenuidad fue pensar que el exorcismo había sido exitoso, porque, aunque es cierto que Santos se fue, los colombianos seguimos siendo víctimas del tufo del desastre que dejó.
El reto al que se enfrenta a diario nuestro presidente Duque es de proporciones gigantescas si se le compara con el que enfrentaron en su momento los presidentes más recientes, incluyendo al presidente Uribe, porque a ninguno le había tocado gobernar un país post Santos en el que en medio de un sin número de dificultades aparece la delincuencia empoderada hasta el extremo de darles curules gratis en el Congreso. Hace un par de semanas fui de visita al Congreso y les confieso que el impacto que me causó ver a criminales como Carlos Antonio Lozada, Pablo Catatumbo y Victoria Sandino paseándose a mi lado en actitud altiva sabiendo que en un país medianamente normal estarían recluidos en una cárcel, me sobrecogió. La oposición que enfrenta nuestro presidente Duque no es una oposición normal, que discrepa con el gobierno en la forma de lograr los objetivos comunes de toda Nación, sino una oposición delincuencial cuyo propósito es sembrar el caos para generar un sentimiento de zozobra que lleve al pueblo colombiano a cometer el mismo error que cometieron los venezolanos al elegir a Chávez y que no solo están pagando con sus propias vidas, sino que ha generado una anarquía a la que no se le ve solución alguna.
Esa oposición a la que se le suman los defensores del negociado de paz, el ex guerrillero Gustavo Petro y la izquierda en general tienen el propósito de no dejar gobernar al presidente y de culparlo por todo aquello que curiosamente callaron durante el gobierno Santos. El ejemplo más fehaciente es el de los asesinatos de los líderes sociales, pues a pesar de que esta problemática alcanzó sus mayores niveles durante el anterior gobierno y a de que las cifras han disminuido durante este gobierno, la oposición a toda costa pretender hacer ver lo contrario manipulando la información y llegando el extremo de culpar directamente a Duque de tales asesinatos llamándolo asesino en diferentes escenarios como sucedió recientemente en una marcha en Cartagena. De esta campaña de desprestigio se tiene que cuidar nuestro presidente porque los medios de comunicación tradicionales y no tradicionales como las redes sociales se encargan de repetir miles de veces la mentira hasta convertirla en “verdad” y cuando menos lo piense terminarán por achacarle todos los problemas de la humanidad como hacen con el expresidente Uribe.
A propósito del presidente Uribe, me permito hacer un paréntesis para manifestarle mi absoluta solidaridad. Esta semana un medio radial publicó una conversación privada entre él y su abogado obtenida por una interceptación que la Corte calificó de error pero que no obstante considera legal. No contentos con eso, “alguien” le filtró el audio a sus enemigos políticos que a su vez lo utilizaron para burlarse ya que el contenido no les dio para más. Esto es una vergüenza que evidencia que no goza de las mínimas garantías jurídicas de las que debe gozar cualquier colombiano.
Cerrando el paréntesis solamente me resta decir que el presidente Duque está marcando una forma distinta de gobernar, porque él quiere hacer las cosas diametralmente opuestas a la manera como las hizo Santos. A Santos poco le importaban los medios para lograr sus objetivos, tal como lo demuestran la forma como se hizo reelegir y su inobservancia del resultado del plebiscito. En cuanto a lo primero, existen suficientes pruebas de que dineros fruto de la corrupción ingresaron a ambas campañas para cambiar los resultados. Y en cuanto a lo segundo, como no logró el resultado que esperaba, manipuló al Congreso y a las Cortes para que se desconociera la voluntad popular. Iván Duque jamás recurría a estas prácticas, porque, tal como lo ha demostrado, es un hombre correcto y sumamente respetuoso de la institucionalidad en medio de un ambiente esencialmente corrupto. Y es ese medio ambiente corrupto que nosotros los colombianos de pie estamos llamados a cambiar a través de nuestro voto. Esperemos que Dios nos dé la sabiduría suficiente para entender esto a la hora de elegir.
Publicado: agosto 9 de 2019
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