Estamos a dos meses de las elecciones regionales donde se elegirá gobernadores y alcaldes, con sus respectivos diputados y concejales. Lo ideal, para bien de la democracia, de la política, y del futuro de todos, es que el debate electoral este concentrado en debatir y presentar propuestas para solucionar los problemas regionales de departamentos y ciudades, que en algunos casos no tienen los componentes necesarios para garantizar su hábitat o para preservar la dignidad humana.
Lo que se ve en Santander, y en todos los departamentos, es que los temas programáticos y propuestas seguirán esperando, porque los candidatos están dedicados a tasar el voto o negociar secretarias, hospitales o institutos descentralizados para conquistar el voto de los partidos políticos que avalaron sus candidaturas o terminaron en coaliciones, y de congresistas, candidatos y líderes de diferente orden.
La decadencia es total. Por ejemplo: a la candidata a la gobernación de Santander, Ángela Hernández, la valiente diputada que alerto y enfrento la intención de imponer las cartillas instructivas de ideología de género, enfrenta el “San Benito” de contradictores y de medios de comunicación que su candidatura es inviable porque no tiene plata, cuento que nació en la dirección nacional del Partido Conservador, argumento de última hora para negarle aval que con anterioridad le habían ofrecido.
Cuando se habla de plata en elecciones, no se habla precisamente de los recursos necesarios para la operatividad de la campaña y que implica necesariamente dinero para logística del candidato y sus equipos, gastos de publicidad, y otros gastos necesarios para desarrollar una campaña decente y legal.
Cuando se habla de plata en elecciones, se habla del dinero que se necesita para comprar la conciencia y el voto hasta del cura del pueblo; dinero que termina siendo suministrado por bandas de contratistas que saben cómo funciona el carrusel de contratación en gobernaciones y alcaldías y que en época electoral se convierten en salvavidas de candidatos que terminan hipotecado hasta las porterías por saciar las exigencias económicas de un electorado que termina siendo más corrupto que los propios candidatos y gobernantes.
Difícil salir de este lodazal. Aquí no existe sanción social, ni oportunidad para que candidatos que hacen esfuerzos por hacer las cosas diferentes tengan la oportunidad y el voto de confianza de un electorado que se la pasa señalando y responsabilizando a corruptos por el estado lamentable y putrefacto de lo público, pero que al final terminan votando por ellos. Inentendible.
Lo grave entre las cosas calamitosas de la temporada electoral es que las autoridades no hacen absolutamente nada por detener esta aberración ni por poner tras las rejas a los financiadores de campañas opulentas y corruptos que en esencia es el debilitamiento y aniquilamiento de la democracia.
A los partidos políticos les falta herramientas administrativas y voluntad política para sancionar en plena competencia electoral a sus avalados que son denunciados en prácticas corruptas y contrarias a la sana competencia democrática.
No soy optimista, las cosas no van a mejorar. Las elecciones están en manos una vez más del poder del dinero y no en poder de las ideas. Y en este caso como en las elecciones anteriores no es responsabilidad absoluta de los políticos, sino de una sociedad pusilánime y cobarde.
Publicado: agosto 21 de 2019
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