En cualquier país civilizado, respetuoso de la Fuerza Pública, los salvajes que insultaron, golpearon, desafiaron y apedrearon a los soldados de adscritos a la base de “La Lizama”, en Barrancabermeja, habrían sido neutralizados en el primer intento de agresión a los uniformados.
En Colombia, se ha perdido el respeto por la autoridad, en buena medida porque los uniformados están perfectamente chantajeados por un sector de la justicia que milita en la extrema izquierda y que ha dado sobradas muestras de ensañamiento contra aquellos que, en el cumplimiento de su deber, actúan en contra de los antisociales.
El video que circula en las redes sociales, y que confirma que el propósito de esos antisociales era el de poner en grave riesgo la integridad de los soldados encargados de cuidar las inmediaciones del batallón, es prueba suficiente para defender el proceder de los soldados que con absoluta paciencia y estoicismo soportaron los atentados que se cometieron en su contra.
Se equivocan aquellos que tratan de defender a los forajidos que atacaron a los militares. Ellos no son unos “jovencitos” desvalidos, sino unos delincuentes que deben asumir las consecuencias de sus actos evidentemente violatorios de la ley.
Se trata de facinerosos que atentaron contra unos miembros de la Fuerza Pública que estaban atendiendo la orden de proteger una base militar.
La baja que arrojó este lamentable episodio no fue dolosa, ni mucho menos. Los antisociales, no contentos con atacar a piedra a los soldados, intentaron meterse a la fuerza al batallón, razón por la que, en cumplimiento de los protocolos elementales de seguridad, se abrió fuego contra los intrusos.
En consecuencia, uno de los delincuentes resultó herido y, posteriormente, perdió su vida en el hospital al que fue remitido.
Que este episodio tenga un efecto ejemplarizante: los miembros de la Fuerza Pública, además de ser respetados, no pueden ser agredidos impunemente. Aquellos que portan las armas de la República, tienen toda la libertad de abrir fuego contra aquellos delincuentes que los ataquen o emprendan acciones contra las instalaciones militares, como en efecto sucedió en Barrancabermeja.
La sociedad debe cerrar filas al rededor a los soldados involucrados en este caso. Conociendo los antecedentes nefastos de nuestra corrupta y politizada administración de justicia, no es del todo descabellado prever que algún fiscal tenga la desfachatez de encarcelar y acusar injustamente a los militares que fueron agredidos por esos desadaptados.
Lo cierto es que el episodio de “La Lizama”, no solo ofende a los soldados que fueron víctimas de los desgraciados que los desafiaron y golpearon. Aquella acción de brutalidad, es, en efecto, una humillación para todos los colombianos que respetan, quieren y veneran a sus Fuerzas Militares.
Publicado: julio 30 de 2019
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