María Cristina Restrepo, a mi juicio la mejor escritora de Antioquia y quizás de Colombia, publicó hace algún tiempo una obrecilla titulada «El miedo, crónica de un cáncer», en la que con la donosura que la caracteriza relata su experiencia, que terminó siendo exitosa, con esa temible enfermedad.
A mi modo, y para que también pueda servir de estímulo a otros que la padecen, diré algo sobre el caso que me atañe.
En diciembre del año antepasado, cargando unos paquetes en El Tesoro, me sentí asfixiado. Al mes siguiente le comenté el asunto a mi médica de cabecera y ella, entonces, ordenó sendos exámenes de tiroides y de pulmones.
Yo tenía un bocio sumergido muy antiguo al que no le había prestado atención. El examen mostró que estaba afectando la tráquea, pero, además, que había en torno suyo adenopatías. Cuando le pregunté después al internista sobre el significado de esa palabra, me respondió oscureciendo el tono de su voz:»¡Caáancer!». Ordenó, en consecuencia, que se tomaran muestras para biopsia, pues había sospechas de cáncer en ganglios y mediastino. Me remitió a endocrinología y cirugía de cuello.
El primer cirujano de cuello que me examinó me dijo que no era posible tomar muestras de ese bocio pues era muy grande y estaba sumergido detrás del esternón. Cuando le pregunté si se podía operarlo me respondió que sería algo muy invasivo, pues habría que partir el esternón. Concluyó diciéndome:»Si Ud. tiene algo en ese bocio, vaya despidiéndose». Pero el endocrinólogo no quedó satisfecho con ese diagnóstico y me sugirió que consultara con el Dr. Juan Pablo Dueñas, quién, después de examinarme y ver las placas, conceptuó que era indispensable operar ese bocio y que él sabía cómo hacerlo sin afectar el esternón, a pesar de su tamaño y de lo escondido que estaba. Me sometí a su pericia, extrajo un bocio del tamaño de dos limones o algo más y al otro día andaba yo por mi casa como si nada. El bocio se envió al laboratorio para efectuar la biopsia de rigor y el resultado fue negativo para cáncer. Este, sin embargo, estaba ahí agazapado, pero las muestras que tomaron no eran las indicadas.
Paralelamente me sometí al escrutinio del neumólogo, Dr. Alejandro Echavarría. La primera vez que me vio fue en enero del año pasado, pues el examen pulmonar mostró sendos nódulos en cada uno de los pulmones. Él conceptuó que había que observar su comportamiento y ordenó un nuevo examen para la mitad del año. Ese examen mostró que el nódulo del pulmón izquierdo se estaba moviendo, pero sus dimensiones todavía no daban para tomar muestras. Conceptuó correctamente que su origen podría venir de la tiroides. El último examen que se me hizo en enero de este año ya mostró aceleración de ese nódulo, por lo que el Dr. Echavarría me remitió al cirujano de tórax para que se tomaran muestras para biopsia, que a la postre dio lugar a que se dictaminara que corresponde a metástasis de cáncer de tiroides.
También en enero me sometí al examen periódico del antígeno de próstata. Siempre me había resultado bien, pero esta vez mostró su anomalía. Mi urólogo ordenó repetirlo y por segunda vez salió elevado, por lo que ordenó la correspondiente toma de muestras para biopsia, procedimiento que mostró la presencia de cáncer en grado 7. El oncólogo me explicó después que hasta el grado 5 se está en presencia de un cáncer que debe observarse, pero que no es necesario tratar. Entre 5 y 10, en cambio, hay que actuar. De 10 para arriba es un cáncer agresivo. Ese 7, me dijo haciendo suyo un símil que luego explicaré, es un «encapuchado» y hay que atacarlo, para lo cual ordenó 37 sesiones de radioterapia y 3 de quimioterapia.
En síntesis, resulté haciendo «moñona»: sendos cánceres en los pulmones y en la próstata.
No puedo negar que al recibir casi al mismo tiempo las dos noticias sentí fuerte impacto emocional, que se agravó por una circunstancia afectiva concomitante, pues, como dicen ese tangazo de Expósito y Troilo, «Te llaman malevo», por esos días «Una mina me dejó en chancleta», o «Farolito de papel», de García Jiménez y Lespés, quedé «Solo, pato y hecho un gil». Pero fui asimilando el golpe y poniéndole humor al asunto. Así, a quienes me preguntaban por mis cánceres, les respondía: «Estoy como Duque, con la «minga» en la próstata y con Fecode, Petro, Claudia López, Santrich, Cepeda y Cía. alborotando en los pulmones».
Cuando a uno le mencionan que tiene cáncer, es natural que vengan a la mente, como esos «Murmullos» de otro tangazo gardeliano, ideas sobre la muerte, los dolores que produce la enfermedad y el rigor de los tratamientos a los que hay que someterse para combatirla, controlarla o paliarla.
Pero esas ideas deben someterse a escrutinio previo. Mejor dicho, hay que digerirlas, pues no todos los cánceres son iguales. Los hay, desde luego, muy graves e irremediables. Pero otros son tratables y de relativo buen pronóstico, aunque es bueno advertir, como suelo decir, que con esos inquilinos nunca se está seguro.
Los míos son muy distintos entre sí. Del que parece más agresivo, sabré el resultado probablemente en noviembre, una vez terminadas las sesiones de radioterapia (me quedan 10 que terminarán en dos semanas) y de quimioterapia (restan dos). Después vendrá el tratamiento de los pulmones, que el médico me dice que ya es más amigable: una aplicación de yodoterapia que implicará 24 horas de reclusión y después una libertad vigilada, tal vez al estilo de la de Santrich. Ese resultado lo sabré a principios del año venidero, siempre y cuando no se complique el tratamiento de la próstata.
En mi caso, la idea de la muerte, de esos días en que, como dice el poeta, «soplan vientos ineluctables», no me estremece. Estoy hecho a ella. Vi morir a mi hijo menor y a mi amada esposa. Sé que ellos en un día no lejano vendrán por mí. Los espero con ansias. Para otras personas la inminencia de la Parca puede resultar estremecedora, porque están muy apegadas a este mundo y no han cobrado clara conciencia de que sus vidas penden de un hilo. Temen, además, a lo que puede esperarles en el más allá. Yo vivo preparado.
Cosa diferente son los dolores del cáncer y los rigores de los tratamientos. No he sentido los primeros, quizás porque la detección fue temprana. Y tampoco los segundos. La radioterapia es amigable. En cuanto a la quimioterapia para el cáncer de próstata, no va dirigida a actuar contra la célula cancerígena, sino contra coadyuvantes de su desarrollo. La denominan con un eufemismo: «Bloqueo androgénico». Significa, simple y llanamente, castración química, pero temporal. A mi edad, no me hace mella.
Para convivir con el cáncer hay tres elementos que pueden resultar muy positivos: actitud, fe, afectos.
La actitud es lo primero, desde luego, pero la refuerzan los otros dos.
Como reza un viejo dicho, en circunstancias difíciles siempre hay que esperar lo mejor y estar preparados para lo peor. Mis tratantes aprecian la alegría con que afronto las terapias. Encuentran que es algo muy positivo para mi recuperación. A los que llegan ansiosos hay que recomendarles que hagan de tripas corazón.
Hay quienes dicen que la fe no les hace falta. Pero como yo la tengo incorporada a mi vida cotidiana, es para mí como el aire que respiro. No pido milagros. Me limito a decir, como en otras difíciles circunstancias: «Dios mío a ti me encomiendo; que se haga tu santa voluntad».
Pues bien, el Señor, a falta de un afecto que, como dice ese tangazo de Mores y Martínez, «Yo tengo un pecado nuevo», no sé «cómo pudo deslizarse de mis manos si la sangre de mi pulso al partir no lo ha notado», puso a mi lado dos buenas samaritanas que, junto con una de mis hermanas, al verme tan solo y desamparado, me han rodeado de muy generosa y desinteresada solicitud para brindarme el apoyo que requiero para los tratamientos a que debo someterme. Si no gozara de tan amable compañía, quizás mi talante sería muy otro. No puedo quejarme de mi suerte. Todo lo contrario, pues quien con Dios está a nada ha de temerle.
Un consejo final para quienes estén en circunstancias similares a las mías. Busquen buenos médicos y confíen en ellos. Todo el mundo cree tener la solución adecuada. Unos dicen: «no se deje tocar la próstata»; otros, por el contrario, claman por hacérsela operar cuanto antes. Están los que recetan yerbas y otros remedios alternativos. Mi fámula dice que a un pariente suyo le curaron el cáncer con caldo de gallinazo. Cuando le mencioné esta alternativa a mi oncólogo, me respondió: «Si se lo toma, no me lo cuente». Yo creo en los doctores Mauricio Lema y David Gómez. No les discuto su ciencia. Como dice otro tangazo gardeliano, «Me les entrego mansamente, como me entregué al botón» («Como abrazado a un rencor»).
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: agosto 1 de 2019
Leí la entretenida crónica de Don Jesús Vallejo Mejía. Su fé y fortaleza para aguantar el tratamiento de cáncer en dos órganos de su cuerpo me conmovieron.
Quisiera saber hoy 28 de Junio/2020, que ha pasado con el carismático señor Vallejo.
Mi email: [email protected].
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