No me refiero a esa preciosa canción sureña que cantaba Lucho Gatica, sino a la tortuosa ruta que le dejó trazada Santos a Colombia en el pestilente NAF que convino con las protervas Farc (vid. Informes especiales del proceso de paz).
A diferencia con el M-19, que aceptó integrarse a la legalidad con los ajustes institucionales que quedaron consagrados en la actual Constitución Política, y ha cumplido, las Farc de hecho impusieron un estatuto que les confiere tantas prerrogativas, que harían de ellas si se las llevara a la práctica un partido hegemónico comprometido, no con la causa de la democracia tal como se la entiende en el mundo civilizado, sino con la revolución , tal como se desprende de manifiesto del Yarí , en el que dejaron claro que no renunciarían a sus ideas comunistas. Ahí reiteraron que son una organización que sigue la ideología marxista-leninista y , por consiguiente, la causa revolucionaria (vid. Las 30 tesis que estudió la X conferencia guerrillera de las Farc).
En distintas oportunidades he preguntado, y aquí insisto en la cuestión, de qué manera es posible la convivencia armónica dentro de una democracia liberal, así contenga severos tintes de democracia social, de un partido revolucionario con los demás que están dispuestos a respetar las reglas de juego que se observan escrupulosamente en los países avanzados del mundo occidental.
Los partidos revolucionarios no aceptan esas reglas cuando están en lo oposición y muchísimo menos cuando llegan al gobierno.
Lo acordado con las Farc no es en rigor la paz, sino la claudicación de la democracia liberal frente a una organización que pretende destruirla.
No es cierto que las Farc se hubieran alzado en armas contra un sistema opresor. Lo hicieron precisamente para implantar un régimen totalitario y liberticida, que es hacia lo que se endereza su acción política.
Se ha dado a la publicidad una carta dirigida al Secretario General de la OEA por un grupo que se denomina «Defendamos la paz», en la que se acusa al gobierno de no estar haciendo lo necesario para implementar el NAF (vid. Duque no está haciendo lo necesario para implementar el acuerdo de paz).
Lo que se predica en esa carta no va en defensa de la paz, sino de las Farc. A medida que estas logren consolidar su proyecto hegemónico la convivencia armónica entre los colombianos será un ideal cada vez más irrealizable, pues el rechazo del pueblo colombiano al NAF, que se manifestó en el plebiscito de 2016, no solo se mantiene incólume, sino que se ha vigorizado rotundamente en los últimos meses.
Pruebas al canto: las Farc aspiraban a que el pueblo se volcara caudalosamente en favor del Sí y luego de sus candidatos a las corporaciones públicas, pero perdieron el plebiscito y en las últimas elecciones obtuvieron un paupérrimo resultado electoral; ahora se dice que nadie quiere hacer alinzas con ese partido que Rubén Darío Barrientos calificó de «leproso» y hasta de no nato (El leproso partido Farc), pues la gente está escandalizada con las atrocidades que en el seno de sus frentes guerrilleros se cometieron contra víctimas inocentes.
Las Farc y sus compañeros de ruta consideran que el NAF es inmodificable y está jurídicamente blindado, como lo ha dicho reiteradamente Santos. Pero si no cuenta con el respaldo popular, tarde o temprano terminará desquiciándose. De hecho, ya lo está, pues el jefe de su equipo negociador en La Habana ya está en la clandestinidad y uno de sus conmilitones, alias Jesús Santrich, está ad portas de la extradición o por lo menos de la cárcel en Colombia, por haber continuado su vínculo con el narcotráfico.
Y acá nos topamos con el nudo gordiano que nos amarra: por obra de las Farc y la indolencia o la complicidad de Santos, Colombia naufraga en un mar de coca. Acaban de decir en Europa que producimos el 70% de la cocaína que abastece el mercado mundial. Era principalmente el negocio de las Farc y lo es también en la actualidad el de sus tales disidencias, aunadas a otras peligrosísimas organizaciones criminales.
Ahí está la raíz de la violencia que continúa azotando a vastas regiones de nuestro territorio. Ese crecimiento desmesurado e imposible de contener bajo las circunstancias actuales, como la veda del uso del glifosfato por la Corte Constitucional, no puede traer consigo la paz. En rigor, quien lea lo atinente a los cultivos ilícitos en el NAF necesariamente tendrá que llegar a la conclusión de que lo ahí convenido hace imposible su erradicación, por lo menos en el corto plazo.
Ahora ya se sabe por qué esa condescendencia con la coca. Se están confirmando las alarmantes denuncias de Omar Bula sobre los oscuros intereses mundiales que obran tras ello. En efecto, hace poco Open Society, dominada por Soros y de la que hace parte el turbio Santos, se ha atrevido a afirmar con desvergüenza que la industrialización de la coca abre un camino de innovación, desarrollo y paz para Colombia. Hace unos años nos alarmábamos con razón por la influencia de los Cárteles de la Droga en nuestra política. Ahora tenemos que aterrorizarnos porque las Farc, un partido jurídicamente protegido por el NAF hasta el extremo de consagrar su hegemonía, goza impunemente del inmenso poder que otorga su incidencia abierta o disimulada en el multibillonario negocio de la cocaína.
No es el camino del Paraiso lo que nos espera. Transitamos, más bien, por el del Infierno.
Jesús Vallejo Mejía
Publicado: julio 4 de 2019
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