El mundo al revés. Colombia soportando a los genocidas de las Farc caminando libremente, sin responder por sus delitos, ocupando curules regaladas en el Congreso de la República y los oficiales de nuestro Ejército, contra las cuerdas, perseguidos por los medios de comunicación de izquierda y por los organismos de control.
Es una bofetada a nuestra democracia la decisión adoptada por el pantallero procurador general, Fernando Carrillo, de abrir indagación disciplinaria contra el comandante del Ejército, Nicacio Martínez por cuenta de las directrices que tanto alboroto han generado, cuando no existe prueba ninguna de que se trate de documentos que incentiven la comisión de actos delictivos.
Solo un idiota podría creer que un general deje por escrito una orden para asesinar civiles. Esa práctica, conocida como “falsos positivos”, que efectivamente sí se presentó mientras Juan Manuel Santos ejerció como ministro de Defensa, fue puesta en marcha por un grupo de uniformados que fueron identificados y conducidos ante las autoridades judiciales correspondientes. Nunca se trató de una política ni mucho menos de una práctica generalizada al interior de las Fuerzas Militares.
La izquierda, enemiga acérrima de la Fuerza Pública, encontró en el artículo mentiroso publicado por el New York Times una herramienta para perseguir infamemente al Ejército, cuerpo que no tiene nada que ocultar y sí mucho por mostrarle a Colombia.
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El general Nicacio Martínez es uno de los mejores oficiales que ha tenido en muchos años nuestro Ejército. Se trata de un profesional a carta cabal, una persona con las mejores calificaciones y calidades humanas.
Su ascenso, que actualmente se encuentra en estudio, debe ser aprobado. No solamente como un reconocimiento hacia el oficial, sino a toda la institución que él comanda. Durante los 8 años del gobierno de Santos, los militares fueron tratados a las patadas. Unos cuantos generales, lambones y lisonjeros, que fueron generosamente premiados por el presidente que le entregó el país a la banda terrorista Farc, al parecer son los que se encargaron -como unos canallas- de difundir las mentiras que hoy tienen a nuestro Ejército pasando por una crisis injusta.
No son pocos los que señalan al general Alberto José Mejía, comandante santista de las FF.MM, de ser, junto a otro general, la persona que filtró la información amañada y descontextualizada que fue publicada irresponsablemente por el New York Times.
Mejía, además de ser un miserable, es un cobarde que no merece el más mínimo de los respetos. Recordado por los mensajes zalameros al hijo menor de Santos -el soldadito de juguete, Esteban Santos-, el excomandante de las Fuerzas Militares que aspira a ser nombrado en la embajada de Colombia en Australia, tiene el deber -si aún le queda algo de honor- de aclarar exactamente cuál es su papel en el complot que se ha puesto en marcha contra nuestras Fuerzas Militares.
Nuestros soldados son unos héroes. Muchas veces maltratados y vilipendiados, hoy merecen recuperar el distinguido lugar en la sociedad, de donde fueron removidos por el gobierno de Juan Manuel Santos, con el respaldo de unos felones que no merecieron nunca portar el uniforme y las armas de la República.
Toda la solidaridad con el general Nicacio Martínez. El país debe cerrar filas a su alrededor. Las humillaciones de que ha sido objeto, han zaherido al corazón mismo de la Patria.
Publicado: mayo 28 de 2019
Esta situación hace recordar el aviso de rechazo a las metas impuestas por una entidad bancaria, en donde el sindicato no estaba de acuerdo con las metas impuestas por la empresa. Cuando es apenas obvio que cualquier empresa debe tener una metas por cumplir, porque las empresas y en este caso el ejercito no están hechos para marmotear, hay que trabajar y en el fondo eso es lo que se quiere, que el ejercito no trabaje, que no tenga metas.
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