Creí en el liderazgo y la coherencia de Iván Duque desde el mismo momento en que lo conocí, cuando construimos de la mano del presidente Uribe al Centro Democrático.
El hoy presidente de Colombia es un hombre serio, riguroso, disciplinado. Pero tiene una característica que lo hace aún más confiable: su sinceridad. Duque es un hombre que no procede haciendo cálculos políticos, sino de acuerdo con sus arraigadas convicciones.
Durante la campaña plebiscitaria, él fue uno de los más entusiastas y convencidos promotores del NO, luego de haber leído y estudiado a profundidad el acuerdo firmado entre el gobierno de Santos y la guerrilla de las Farc.
Cuando formalizó su candidatura presidencial, aseguró que de ganar las elecciones, como presidente de la República se concentraría en implementar los ajustes necesarios frente al acuerdo con los terroristas, cambios que Santos no quiso hacer, a pesar de que el NO se impuso en el plebiscito.
El del narcotraficante Jesús Santrich, se convirtió en un caso emblemático. Se trata de un criminal que se burló de las víctimas desde el momento en que empezaron las negociaciones entre Santos y las Farc, en Oslo. El “quizás, quizás, quizás” con que despreció el anhelo de que las Farc reconocieran sus crímenes, pidieran perdón y repararan a sus víctimas, difícilmente dejará de resonar en los oídos de los colombianos que con indignación tuvieron que soportar aquel acto de altanería.
Uno de los argumentos que hemos esgrimido desde siempre en el Centro Democrático, es que la impunidad estimula a los criminales para seguir en la delincuencia. Los miembros de las Farc fueron amnistiados de facto. Santos les regaló un tribunal de justicia permisivo que no busca nada distinto que garantizar que las atrocidades cometidas por ellos, queden sin ser castigadas.
Santrich creyó que tenía una licencia para seguir delinquiendo y por eso, no vio ningún problema en continuar sus actividades de narcotráfico después de la entrada en vigor del acuerdo, el 1 de diciembre de 2016.
Al fin y al cabo, de las manos de Santos, las Farc recibieron una patente de corso. El presidente de la República de entonces les dio a entender que ser pillos, sí pagaba.
Pero las cosas han cambiado en Colombia. Con las pruebas conocidas por todos, solo un cómplice de la mafia puede negar que Santrich estaba negociando un gigantesco embarque de cocaína con un representante del narcotráfico mexicano.
Ese delincuente debía ser extraditado. Las evidencias abundan. Sin embargo, los magistrados de la JEP voltearon la mirada ante la montaña probatoria y garantizaron la no extradición del capo de las Farc.
Como Representante a la Cámara, considero francamente indignante que una de las curules del salón elíptico sea ocupada por ese mafioso. Como indignante es que otras 4 estén en este momento en cabeza de miembros de las Farc, personas con las manos untadas de sangre y que no han pagado un minuto de cárcel por los graves delitos que han cometido.
Con emoción patriótica registré los hechos que se cumplieron el viernes de la semana pasada cuando por orden de la Fiscalía General de la Nación, Santrich fue recapturado minutos después de que se cumpliera la decisión de la JEP de dejarlo en libertad.
Las personas peligrosas para la sociedad deben estar a buen recaudo de las autoridades penitenciarias y Jesús Santrich, un mafioso redomado, tiene que seguir en prisión mientras se cumple con su entrega a las autoridades norteamericanas, para efectos de que atienda el juicio por narcotráfico que le espera en una corte de la ciudad de Nueva York.
Gratitud infinita hacia el presidente Iván Duque por su verticalidad, por su coherencia y por haber hecho todo lo que estuvo a su alcance para impedir que la JEP se saliera con la suya al permitir que un peligroso capo del narcotráfico saliera de la prisión para proceder a posesionarse como Representante a la Cámara.
Publicado: mayo 20 de 2019
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